domingo, 20 de febrero de 2011

La Presidenta será candidata. Por Joaquín Morales Solá


No tiene otra vida más allá de la política y el poder . Esa es sólo una de las muchas explicaciones (tal vez la más humanamente sólida) que se escucharon en el oficialismo para explicar lo que es ya una evidencia: Cristina Kirchner ha decidido ser candidata a la reelección. Sus gestos, sus decisiones, el contenido de las reuniones con el pequeño grupo de íntimos que la rodea, sus fobias y sus escasos amores conducen a la misma conclusión. Un ministro, dos secretarios de Estado y varios legisladores kirchneristas confirmaron que la Presidenta tomó esa determinación en los últimos días. Ha decidido, también, liderar una fuerza política con el ala izquierda del kirchnerismo, alejada, hasta donde pueda, del peronismo histórico.
La otra novedad, que confirma la decisión presidencial, es que Daniel Scioli no será candidato presidencial. La candidata es ella , le confió el gobernador a su equipo. El argumento de Scioli consiste en que perdería el respeto de la gente si apareciera ahora enfrentado con una presidenta viuda, después de siete años de una alianza mutuamente incómoda con el kirchnerismo.
La tirantez no ha cesado, sin embargo, entre los bandos cristinista y sciolista. La mejor expresión de ese malestar fue precisamente el acto más pacífico del peronismo en los últimos tiempos: la inauguración de un megaestadio en La Plata. Reunieron a miles de peronistas para que ninguno de los dos, ni Cristina ni Scioli, dijera nada. Scioli no habla mucho desde las tribunas, pero la Presidenta no pierde oportunidad de decir sus inmortales verdades desde cualquier micrófono y por cadena nacional. Quizá no quiso ser hipócrita: no era el lugar para maltratar a Scioli y tampoco estaba dispuesta a elogiarlo.
¿Cuándo se hará el anuncio oficial? Lo único que podría plantear un cambio de la decisión actual sería un derrumbe de la Presidenta en las encuestas, pero no hay por ahora ningún indicio de que eso ocurrirá próximamente. Ella conserva un tercio, aproximadamente, de la intención de votos presidenciales. La pregunta que nadie puede responder es si eso significará un piso o un techo para su cosecha electoral. Aquel tercio la coloca en el primer lugar entre los candidatos presidenciales, aunque cuenta con el beneficio de que ella es la única candidata indiscutible en un universo político donde todavía nada se ha resuelto.
Razonablemente, la oposición está en medio de la travesía hacia la elección de candidatos presidenciales. Ninguno de los candidatos opositores logró todavía alzarse con la mayoría de la opinión antikirchnerista de la sociedad, pero eso llegará en algún momento. ¿Ejemplos? Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires, en 2009, cuando se erigió en el referente antikirchnerista entre muchos candidatos notables, Ricardo Alfonsín entre ellos.
En una reciente reunión con encuestadores muy cercanos (y poco creíbles para el resto de la comunidad política), de la que participaron también un intelectual de Carta Abierta y un par de funcionarios de su total confianza, Cristina Kirchner decidió tender un puente directo con la sociedad. No quiere cerca a los gobernadores peronistas (con la clara excepción de la provincia de Buenos Aires) ni a los intendentes del conurbano. Aquellos encuestadores la convencieron de que ella está mejor en las provincias, según mediciones que le exhibieron, que la mayoría de los gobernadores peronistas. Ordenó entonces que desdoblaran las elecciones provinciales y la dejaran sola con la gente común en las presidenciales de octubre.
Esa estrategia explica que el hiperkirchnerista gobernador de Misiones, Maurice Closs, haya adelantado las elecciones en su provincia. Otro ejemplo es la desesperación reeleccionista del gobernador de San Juan, José Luis Gioja, que está apurando una reforma de la Constitución provincial, porque llegó a la conclusión de que no será candidato a vicepresidente de Cristina, un viejo sueño del mandatario cuyano.
El riesgo que corre Cristina es que los gobernadores peronistas se sientan despreciados, como ya comentan entre ellos. En octubre, esos gobernadores podrían trabajar clandestinamente para otro candidato presidencial. A los intendentes del conurbano, la Presidenta les está imponiendo la candidatura paralela a gobernador de Martín Sabbatella, que tendrá sus propios candidatos a jefes comunales. El peligro ahí es que se declare una guerra sin códigos. Un viejo intendente, otrora sindicalista y antiguo aliado de Néstor Kirchner, acaba de ser denunciado por el candidato local de Sabbattela de haber pertenecido a la criminal Triple A. Cierto o no, las peleas vecinales no serán un intercambio de ideas entre estadistas, sino un combate entre bandas, tal vez armadas.
Hay una sensación de escándalo entre los viejos peronistas. ¿No se está, acaso, reeditando la lucha de los años setenta entre los antiguos ortodoxos del peronismo y los jóvenes que levantaban banderas de izquierda? La historia nunca se repite del mismo modo, pero los parecidos son potencialmente tóxicos. El problema de los "peronistas" (como se llaman a sí mismos los que no militan en el kichnerismo puro y duro) es que carecen de jefe. Creyeron que habían encontrado uno en Scioli, cuando vieron las buenas encuestas del gobernador y los gestos diferentes de éste con respecto al kirchnerismo. Se dieron cuenta, en los últimos días, de que el gobernador nunca irá más allá. Scioli será candidato presidencial sólo si se hundiera antes de tiempo la candidatura de Cristina; su postulación presidencial será siempre una imposición del peronismo, si el peronismo no estuviera ya en otra cosa. Nunca será el heredero consentido de Cristina. Ya se lo dijimos hasta en arameo , precisó un cristinista.
Faltan cien días , dicen cerca de Scioli. Enigmáticos, reservados e irresolutos, los sciolistas hacen esa cuenta después de aclarar que jamás se verá a su jefe competir contra la Presidenta. Ese cálculo lo hace también el resto de la oposición. ¿Por qué? Las encuestas de hoy no tienen en cuenta que el Gobierno siempre está en peores condiciones que la oposición para perder popularidad; que la Argentina es un país con severos problemas económicos, políticos y sociales, y que resta ver si la mayoría neta de la sociedad argentina está dispuesta a suscribir posiciones más a la izquierda que las del kirchnerismo conocido. Falta, también, saber qué harán los gremios con la puja salarial y cómo se moverá la inflación.
Cien días para saber, en definitiva, si el Gobierno se consolida o no. El cálculo vale para cualquiera menos para Scioli. En más de tres meses podría crecer Mauricio Macri, que ahora le muerde los talones, de la mano del peronismo disidente y de cualquier otro peronismo. En ese tiempo, la Presidenta habrá progresado, con suerte o sin ella, en una candidatura que, en los hechos, ya desplegó las velas. A Scioli, como a Carlos Reutemann, parece faltarles esa dosis de audacia (y hasta de locura) que necesita todo político que quiere ser presidente.
El proyecto del Gobierno aspira a polarizar desde la izquierda, hasta tal punto que a la Presidenta le gustaría confrontar en el último domingo de elecciones con Macri. Eso explica también el esotérico conflicto con los Estados Unidos por una maniobra conjunta acordada cordialmente por los dos países. Ya que no pudimos hacer la campaña con Obama, la haremos contra Obama , decía, mitad en broma, mitad en serio, un frecuentador del cristinismo. Se refería a la omisión de la Argentina en la próxima gira de Obama.
Ni siquiera los peronistas con importantes cargos en el Gabinete (Aníbal Fernández, Florencio Randazzo, Carlos Tomada o Julio Alak) participan de esos concilios entre cristinistas huraños. El equipo que rodea a la Presidenta lo comanda Carlos Zannini, que concentra en sus manos la información más reservada, el castigo a los indóciles y el consejo final a Cristina. Las figuras con influencia más creciente son el ministro de Economía, Amado Boudou, y el secretario de Medios, Juan Manuel Abal Medina. Todos llegaron al poder de la mano de un formidable constructor de poder. Ninguno ganó nunca una elección.

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