miércoles, 16 de febrero de 2011

Tensión sin precedente. Por Joaquín Morales Solá


No sería justo negarle al kirchnerismo la habilidad que tiene para batir sus propios récords. Nunca, desde el restablecimiento democrático de 1983, hubo como ahora una tensión tan grande en la relación entre la Argentina y los Estados Unidos, a pesar de que en 2005, en la provocadora cumbre americana de Mar del Plata, se llegó a niveles muy altos de malestar.
La embajada norteamericana en Buenos Aires ha sucumbido bajo el peso de la crisis. Está superada por la magnitud del conflicto. El subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Arturo Valenzuela, es ya una instancia que podría quedar también sumergida por el alud político. Nadie descarta que la próxima voz que se escuche sea la de la propia secretaria de Estado, Hillary Clinton; la influyente funcionaria podría hablar en público o podría llamar directamente a la presidenta argentina.
El canciller Héctor Timerman había dejado hace tiempo de ser un interlocutor confiable con Washington, sobre todo después de que, en medio de su pobre disputa con Mauricio Macri, acusó a los norteamericanos de enseñar la tortura y de adoctrinar a los latinoamericanos sobre cómo hacer un golpe de Estado.
Timerman es la recordación permanente de que Néstor Kirchner ha muerto. El ex presidente era audaz y su política exterior fue demasiado ideologizada, pero siempre les ordenó a sus cancilleres que conservaran los puentes intactos con las grandes capitales del mundo. Basta recordar a Rafael Bielsa y a Jorge Taiana, los cancilleres de Kirchner, que se pasaban el tiempo reconstruyendo silenciosamente relaciones internacionales maltrechas. "Yo puedo hacerme el loco, pero no el canciller", solía decir Kirchner cuando era presidente.
¿Qué otro canciller en la historia argentina (y cuesta encontrar uno en la historia del mundo) se puso a hurgar valijas en un aeropuerto internacional? ¿Para qué? ¿Qué puede saber él, o cualquier otro novato, de lo que contienen valijas que sólo conocen los expertos? Ningún militar o policía argentino experto fue citado o escuchado en Ezeiza para establecer qué cosas transportaba el gigantesco avión norteamericano, que había llegado a la Argentina como parte de un convenio entre los dos países. Pero había más de 50 funcionarios argentinos que abrían valijas como si fueran deslumbrantes cajas de juguetes. "Si esos 50 empleados hubieran estado en la base militar de Morón, no habría salido nunca de allí una tonelada de droga hacia España", deslizó, socarrón, un diplomático extranjero.
Maltrato
Timerman maltrató a los diplomáticos norteamericanos que fueron a Ezeiza como si el Twitter se hubiera trasladado a su boca. "¡Cállense! Yo sólo hablo con la embajadora. ¡Que ella me llame si quiere decirme algo!", los sacudió cuando trataron de explicarle el sentido o el destino de algunas cosas que fascinaban al ministro. Trataban de decirle que la morfina es una droga habitual entre las fuerzas militares norteamericanas, cuya aplicación en los heridos puede observarse hasta en las películas de guerra. ¿Medicamentos vencidos? Es probable que hayan existido, aunque algunos ejércitos los usan porque sólo merman sus efectos después de cierto tiempo. Había armas, y armas sofisticadas -cómo no-, pero venían a un entrenamiento de tropas de élite y no a tomar el té con los argentinos.
De todos modos, es probable que haya habido elementos cuyo ingreso no está permitido en la Argentina. Una silenciosa gestión diplomática, como sucedió con otro avión en agosto del año pasado, hubiera devuelto a los Estados Unidos lo que no era legal ingresar en la Argentina. Timerman dijo que la Argentina había sufrido dos graves atentados terroristas (el de la embajada de Israel y el de la AMIA), lo cual es dramáticamente cierto, y que por eso debía cuidar lo que pasaba a través de sus fronteras.
Pero, ¿qué tiene que ver eso con un avión oficial de los Estados Unidos que estaba cumpliendo un convenio binacional, firmado y reconfirmado en fechas muy recientes? En definitiva, lo que el gobierno argentino debe decidir en estas horas, cuando Washington le reclama la devolución inmediata del material incautado, es si va a tratar a los Estados Unidos como un Estado terrorista o como un país aliado y amigo. Resulta extremadamente raro que Cristina Kirchner se haya volcado por semejante política frente a la administración de Barack Obama, un presidente a quien quiso llegar y frecuentar casi con desesperación. Es cierto que Obama no le retribuyó el gesto ni la admiración fue mutua, pero ninguna política exterior, ni interior, debe manejarse según los humores o el despecho.
Los severos roces de estos días tendrán consecuencias inevitables. Washington cree que el gobierno argentino le tendió otra vez una trampa, como sucedió con George W. Bush en Mar del Plata hace seis años. La trampa consiste en hacerles creer a los norteamericanos que todo marchará bien en la Argentina cuando deben cumplirse acuerdos preexistentes. Sin embargo, los norteamericanos fueron zamarreados y maltratados cuando llegaron a la Argentina. El sábado, diplomáticos de los Estados Unidos se metieron en el avión militar para asegurar su inmunidad hasta momentos antes de que abandonara Ezeiza. Desconfianza en estado puro.
"Si no les gustaba o si el momento era inoportuno, el convenio pudo cancelarse antes de la fecha indicada. Es inexplicable que hayan dejado que se cumplieran los plazos para hacer semejante escándalo", dijeron en Washington.
Cristina Kirchner quedó dolida porque Obama la omitió en su gira por América Central y América del Sur, pero no está haciendo más que darle la razón con el escándalo de estas horas. Un avión grande como un edificio con armas y tropas, cumpliendo un cordial acuerdo entre los dos países, no era la mejor noticia después de que Timernan lo acusara a Macri de mandar unos cuantos policías metropolitanos a tomar clases a una escuela norteamericana en El Salvador. Para peor, WikiLeaks distribuyó en los últimos días los primeros documentos del Departamento de Estado que versaban abundantemente sobre la corrupción en la era de los Kirchner.
Un rencor sobre otro rencor terminó en la más grande crisis diplomática con Washington de los últimos 27 años. De paso, el Gobierno metió la mirada de los argentinos en esos gestos nacionalistas y la apartó del tráfico de drogas a España, de la inflación y de los avatares judiciales que detectaron lavado de dinero negro en la última campaña presidencial. Política doméstica llevada al centro del escenario internacional. Eso no es nuevo en tiempos kirchneristas, aunque nunca se había llegado tan lejos.
La recomposición de la relación con Washington llevará tiempo aún cuando haya un cambio de gobierno en diciembre. Los norteamericanos ya no desconfían sólo de un gobierno, sino de las condiciones culturales de la dirigencia de un país. "Si hubiera un próximo gobierno más previsible y amistoso, ¿qué nos garantiza que el gobierno siguiente no será igual que el actual? ¿Qué nos asegura que todo no volverá a ser imprevisible algún día?", preguntan. Sorprendidos y cansados, le dan ya a la duda categoría de misterio.

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