sábado, 8 de enero de 2011

Valores e ideales de un grande. Por Nelson Mandela


En Conversaciones conmigo mismo (Planeta), Nelson Mandela rememora las ideas que fue madurando durante los 27 años que pasó en prisión. Por primera vez, la Fundación que recoge su legado descubre toda una vida escrita: cuadernos de notas, borradores de cartas, diarios y manuscritos, así como todo tipo de reflexiones. La herencia intelectual del primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente.


1. Extraído de una carta a Fátima Meer del 1º de marzo de 1971.

Me mantendré firme en nuestra promesa: nunca, jamás, en ninguna circunstancia, diremos nada malo del otro (...) El problema es, por supuesto, que la mayoría de los hombres que tienen éxito son propensos a adolecer de una cierta vanidad. Llega un momento en su vida en el que consideran aceptable ser egotista y hacer alarde ante el público en general de sus excepcionales logros. ¡Qué encantador eufemismo para referirse al elogio de uno mismo ha desarrollado la lengua inglesa! Han optado por llamarlo “autobiografía”, en la que se explotan con frecuencia los defectos de los demás para ensalzar las loables hazañas del autor. Dudo que llegue el día en el que me siente a hacer un esbozo de mi pasado. Carezco tanto de logros de los que alardear como de las habilidades para hacerlo.

Aunque subsistiera a base de licor de caña todos los días de mi vida, aun así no tendría el coraje para intentarlo. A veces creo que conmigo la Creación quería dar al mundo el ejemplo de un hombre mediocre en el sentido estricto de la palabra. No hay nada que pueda tentarme a hacer publicidad de mí mismo. Si estuviera en condiciones de escribir una autobiografía, su publicación se habría retrasado hasta que se hubieran sepultado nuestros huesos, y quizá se me habrían escapado insinuaciones incompatibles con mi promesa. Los muertos no tienen preocupaciones, y si saliera a la luz la verdad y nada mas que la verdad sobre ellos, [y] se echara a perder la imagen que yo he ayudado a mantener con mi perpetuo silencio, eso sería asunto de la posteridad, no nuestro (...). Soy de los que tienen pedacitos de información superficial sobre varios temas, pero que carecen de una comprensión profunda y del conocimiento de un experto en aquello en lo que debería haberme especializado, es decir, la historia de mi país y de mi pueblo.

2. Extraído de una carta a Joy Mosieloa, con fecha 17 de febrero de 1986.

Cuando un hombre se mantiene fiel al tipo de vida que ha llevado durante 45 años, aunque haya sido plenamente consciente desde el principio de todos los riesgos concurrentes, no puede haber previsto jamás con claridad y en toda su extensión el curso real de los acontecimientos y el modo exacto en el que influirán en su vida.

Si yo hubiera podido prever todo lo que ha sucedido desde entonces, habría tomado sin duda la misma decisión, o al menos eso creo.

Pero esa decisión habría sido indudablemente mucho más abrumadora, y algunos de los trágicos hechos que sobrevinieron habrían fundido cualquier atisbo de coraje que hubiera en mi interior.

3. Extraído de una conversación con Richard Stengel.

...Me estaban preparando para el cargo de jefe tradicional, pero entonces huí de un matrimonio forzado ... Eso cambio toda mi trayectoria. Pero si me hubiera quedado en casa, hoy seria un respetado jefe, ¿sabes? Y tendría una gran barriga, ya sabes, y mucho ganado y ovejas.

4. Extraído de una conversación con Richard Stengel.

Mira, la mayoría de los hombres se ven influidos por su pasado. Me crié en un pueblo en el campo hasta los 23 años, cuando me marché de allí para ir a Johannesburgo. Por descontado (...), iba al colegio gran parte del año y regresaba por vacaciones en junio y diciembre; en junio volvía sólo un mes, y en diciembre, cerca de dos meses. Así que durante todo el año estaba en el colegio... Y entonces, en el ‘41, cuando tenia 23 años, me fui a Johannesburgo y aprendí..., a adoptar el modo de vida occidental y demás.

Pero (...) mis opiniones ya se habían formado en el campo y (...) por tanto, te habrás dado cuenta de mi enorme respeto por mi propia cultura, la cultura indÍgena... Es evidente que no podemos vivir sin la cultura occidental, asÍ que tengo esas dos ramas de influencia cultural. Pero creo que seria injusto decir que esto es característico de mí porque en muchos de nuestros hombres se nota su influencia... Ahora me siento más cómodo hablando en inglés por los muchos años que he pasado aquí en la cárcel, y he perdido el contacto con la literatura xhosa. Una de las cosas que estoy deseando hacer cuando me jubile es poder leer la literatura que quiera, [incluida] literatura africana. Puedo leer literatura tanto xhosa como sotho, y me gusta hacerlo, pero las actividades políticas me lo han impedido... Ahora mismo no puedo leer nada y esa es una de las cosas que más me pesan.

5. Extraído del manuscrito de su autobiografía inédita, escrita en prisión.

Nadie se ha sentado nunca conmigo con regularidad para relatarme de forma clara e hilvanada la historia de nuestro país, de su geografía, de su riqueza natural y sus problemas, de nuestra cultura, de cómo contar, de como estudiar los pesos y las medidas. Al igual que todos los niños de etnia xhosa, al crecer fui adquiriendo conocimientos al hacer preguntas que lograban satisfacer mi curiosidad; aprendí mediante la experiencia, observé a los adultos y traté de imitar sus actos. En ese proceso, la costumbre, los rituales y los tabúes desempeñan un importante papel, y yo reuní una considerable cantidad de información al respecto (...). En mi familia había otros miembros que dependían de mis progenitores, sobre todo chicos, y a una corta edad me fui separando de mis padres y empecé a merodear por ahí, a jugar y a comer con otros niños. De hecho, no logro recordar ninguna ocasión en la que estuviera solo en casa. Siempre había otros chicos con los que compartía comida y mantas por la noche. Debía de tener unos cinco años cuando comencé a salir con otros muchachos a cuidar ovejas y terneros, y cuando empezó mi devoción por la sabana sudafricana. Posteriormente, con unos cuantos años más, me dejaron también cuidar ganado (...). Me gustaba mucho un juego que yo llamaba Kheta (“elige al que te gusta”). Solíamos parar a chicas de nuestra edad por el camino y pedirles que cada una escogiera al chico que le gustaba. La regla del juego era que se respetaría la elección de la chica y, una vez ésta había elegido a su favorito, quedaba libre para proseguir su camino escoltada por el chico al que había elegido. Las más avispadas solían ponerse de acuerdo y elegir todas al mismo chico, normalmente el más feo o el más aburrido, para después burlarse de él o incordiarlo todo el camino (...). Finalmente, solíamos cantar, bailar y disfrutar plenamente de la perfecta libertad que parecíamos tener lejos de los mayores.

Después de cenar solíamos quedarnos embobados escuchando las anécdotas, leyendas, mitos y fábulas que nos contaba mi madre, y a veces mi tía, que habían pasado de generación en generación desde tiempos inmemoriales y que solían estimular la imaginación y tenían una valiosa moraleja. Cuando recuerdo esa época, tiendo a pensar que el tipo de vida que tenía en mi casa, mis experiencias en la sabana, donde trabajaba y jugaba en grupo, me inculcaron a una corta edad la idea del esfuerzo colectivo. El poco avance que hice al respecto se vió más tarde socavado por el tipo de educación formal que recibí, que solía poner más de manifiesto los valores individuales que los colectivos. Sin embargo, a mediados de los cuarenta, cuando me metí en la lucha política, logre adaptarme a la disciplina sin dificultad, quizá por mi educación en la infancia.

6. Extraído del manuscrito de su autobiografía inédita, escrita en prisión.

Al regente no le hacía gracia que yo visitara Qunu, y menos aun que cayera en malas compañías y huyera del colegio, argumentaba.

Sólo me permitía que fuera a casa unos pocos días. Otras veces solía mandar llamar a mi madre para que ella fuera a verme a la residencia real. Siempre me resultaba emocionante visitar Qunu y ver a mi madre, a mis hermanas y a otros familiares. Disfrutaba sobre todo de la compañía de mi primo, Alexander Mandela, que me inspiró y me alentó en lo relativo a la educación en esa época de juventud. El y mi sobrina, Phathiwe Rhanugu (ella era mucho mayor que yo), fueron quizá los primeros miembros de nuestro clan que se sacaron el titulo de profesores. Si no hubiera sido por sus consejos y su paciente persuasión, dudo que hubiera logrado resistirme al atractivo de la vida fácil fuera de las aulas. Las dos influencias que dominaban mi mente y mis actos en esa época eran el jefe tradicional del clan y la Iglesia. Al fin y al cabo, los únicos héroes que conocía en aquella época eran casi todos jefes, y el respeto del que gozaba el regente por parte de negros y blancos solía exagerar la importancia de esa institución en mi mente. Creía que el jefe tradicional del clan no sólo era el eje sobre el que giraba la vida de la comunidad, sino la clave para adquirir influencia, poder y estatus.

Igual de importante era el estatus de la Iglesia, que yo asociaba no tanto con el cuerpo y la doctrina contenida en la Biblia, sino con la persona del reverendo Matyolo. En ese círculo era tan popular como el regente, y el hecho de que en cuestiones espirituales fuera superior al regente y constituyera su líder espiritual ponía de manifiesto el enorme poder de la Iglesia. Además, todos los progresos que había hecho mi pueblo (los colegios a los que había ido, los profesores que me habían enseñado, los empleados e intérpretes de las oficinas gubernamentales, los manifestantes agrícolas y los policías) eran fruto de las escuelas de misioneros. Más tarde, el doble estatus de los jefes como representantes de su pueblo y como funcionarios del gobierno me hizo valorar su posición de un modo más realista, y no simplemente desde la perspectiva de mis propios orígenes o de los excepcionales jefes que se identificaban con la lucha de su pueblo.

*Ex presidente sudafricano. Premio Nobel de la Paz 1999.


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