domingo, 23 de enero de 2011

Entre el destino y la oportunidad. Por Pepe Eliaschev


A nueve meses de las elecciones presidenciales, el cuadro que exhibe la propuesta de alternancia a los ocho años de continuidad kirchnerista es, hoy, entre débil y confuso. La pregunta dominante es una sola: ¿la Argentina elegirá doce años de continuidad de este modelo por default o por convicción? Por default llegó Néstor Kirchner a la Casa Rosada en 2003. Fue homologado por votos en 2005, su esposa fue electa presidenta en primera vuelta en 2007 y el oficialismo perdió en 2009. Interrogante excluyente: si la candidata presidencial Cristina Kirchner es electa para un segundo mandato, ¿será por la potencia de su propuesta o por el mero desaliento que suscitan sus adversarios?

LOS RADICALES

Vale la pena examinar la situación de la Unión Cívica Radical, que vive una evidente recuperación tras la calamidad de 2001, pero sigue muy lejos de posicionarse como polo de agregación y variable fuerte de gobierno.

Los radicales tienen, y esto es primordial, una contrariedad colosal que superar. Ese déficit es conocido por el peronismo, que lo explota non-stop, a sabiendas de que es el flanco endeble y doliente del partido de Alem, Yrigoyen, Alvear, Balbín, Illia y Alfonsín. Se trata de la percepción de incapacidad para gobernar y las secuelas de dos llagas sangrantes aún.

En 1989 el gobierno de Alfonsín, precursor de libertades y justicia, se fue antes de tiempo, acicateado por la inflación y la crisis económica, espoleado por un peronismo que volvía por sus fueros. En 2001, el fracaso de la Alianza fue sólo atribuido a la UCR, aunque el Frepaso era socio importante de ese acuerdo de gobierno. En ambos casos se puso en escena el mismo fenómeno: los-radicales-no-sirven-para-gobernar, reiteraría hasta el hartazgo un justicialismo que supo luego de su derrota de 1983 que lo central era vaciar de plausibilidad de gestión a la UCR. Lo que sucedió desde 2003 es curioso, porque la casi totalidad de la primera línea del Frepaso que ocupó cargos de primer nivel bajo De la Rúa, se pasó con armas y bagajes al kirchnerismo y allí se quedaron, como si nada tuvieran que ver con ese fracaso. Pero los pecados y omisiones del radicalismo son tantos y tan variados que trascienden largamente las malicias y zancadillas que le hicieron, le hacen y le harán en la vereda de enfrente.

TEMOR REVERENCIAL

Un rasgo que impresiona en el radicalismo de 2011 es que, diez años después de 2001, sigue exhibiendo una suerte de temor casi reverencial a ser "corrido" por izquierda, un rasgo de inseguridad ¿ideológica? que lo empuja a temer diferenciarse de las caricaturas de progresismo vigentes en estos años. En vez de afirmar, con severa energía socialdemócrata, la superioridad del mercado como mecanismo de arbitraje entre oferta y demanda, el radicalismo a menudo se empantana en arcaísmos estatistas que lo hacen sentir menos culpables.

Ningún sector partidario ha cuestionado de frente la absurda seudo estatización de Aerolíneas Argentinas, en un cuadro mundial donde las grandes fusiones de empresas aéreas de gestión privada consignan a la noción de aerolínea "de bandera" al arsenal de las obsolescencias. Con un pensamiento progresista sin comillas, la UCR debería preguntarle al Gobierno y al país cuantos millones de personas comerían y se curarían con el tsunami de dólares que se chupa esa empresa en aras de un supuesto interés nacional nunca acreditado.

Esas viejas pulsiones estatistas, de las que la UCR no logra liberarse porque en el fondo de su corazón pareciera que muchos de sus militantes piensan que lo erróneo del programa kirchnerista son los métodos y no los puntales del "modelo", pesan como mochila de plomo y los lleva a despachar con displicencia las maldades del "neoliberalismo".

La UCR sigue siendo un conjunto político muy valioso que se atribula muchísimo con la imputación de que puede estar cerca del "establishment". Tan fuerte es la capacidad de daño que tiene esa tonta descalificación, que hasta la agrupación de oportunistas que huyó de la UCR con Julio Cobos tras la aventura kirchnerista de la "concertación", se siente hoy en condiciones de intoxicar la siempre robusta interna partidaria alegando, por ejemplo, que el mendocino Ernesto Sanz no es un buen presidenciable porque sería el "preferido del establishment".

Tampoco se siente cómodo el radicalismo con la verídica e innegable tragedia del delito y el igualmente incuestionable desafío de la criminalidad juvenil. Lo mismo que en otros casos, el radicalismo parece incapaz de afrontar un debate en el curso del cual desde el oficialismo o desde el la izquierda se lo acuse de partidario de la mano dura o auspiciante de la "represión". El centro del debate político cultural argentino esta tan violentamente confiscado por la retórica del populismo seudo progresista, que movimientos republicanos y democráticos como el de los radicales le huyen a la estigmatización por izquierda, como si la ultima ratio de su aspiración sería disputarle el mismo mercado al kirchnerismo, una ilusión que sólo sirve para que no se haga cargo de la representatividad de los sectores medios que lo votaron en 1983 y en 1999.

No es sencillo postular que octubre de 2011 será la ocasión para cambiar de rumbo, pero mucho podría modificarse el escenario político argentino si un fuerte ventarrón de claridad ayudase a depurar la bruma de los eufemismos. Decir que un crimen no puede quedar impune porque lo perpetra una persona de 17 años, admitir que el despilfarro en Aerolíneas Argentinas nada ayuda a redistribuir la riqueza, o recordar que las tarifas de los servicios públicos y el transporte en la zona metropolitana son un disparate que terminará estallando como una mala bomba, no es adherir a postulados reaccionarios o "de derecha".

ATRASO CULTURAL

El lenguaje político que se sigue usando y aceptando en la Argentina es un cambalache malicioso. Tras haber sido ocho años miembro del gabinete ministerial de Carlos Menem y vicegobernador de Carlos Ruckauf, ahora Felipe Solá despotrica contra Eduardo Duhalde porque -dice- es "derechoso".

El radicalismo no termina de entender que en el justicialismo no cuentan demasiado los programas de ideas, sino la desnuda y cruda lucha por el poder, sin adjetivos. Por eso, estos ocho años de gobierno han sido defendidos por un escudo mediático intrincado y poderoso, donde confluyen empresarios provenientes de la derecha autoritaria más recalcitrante, con editores de la izquierda setentista más vetusta.

Otro elemento que perjudica ostensiblemente las expectativas de una sólida, seria y enérgica referencia democrática, republicana y moderna opción política es la vitriólica animadversión que pueden llegar a prodigarse los referentes más encumbrados. Si Cobos contó con la posibilidad de un retorno al hogar ingenuamente generoso, las molestias de Alfonsín con Sanz no caben, sobre todo considerando dónde estaba y quiénes seguían al hijo del ex presidente hace apenas dos años.

La Argentina enfrenta ahora mismo un dilema doloroso: crece sin desarrollarse y se enriquece generando pobreza, o no disminuyéndola. Para desandar ese aparentemente inamovible mito nefasto de que hay una sola posibilidad de gobernar y es desde el peronismo, fuerzas que aspiran revalidar su aspiración de protagonismo deben erradicar sus inseguridades adolescentes y su sentimiento de culpa eterno.

Quizás deberían recordar que Raúl Alfonsín que, como él mismo siempre admitió, cometió errores y tuvo omisiones graves, tuvo también la insuperable lucidez de no tenerle miedo al miedo. Y fue por eso que, cuando nadie imaginaba que se podía ganar enfocando los cañones en el pacto sindical-militar, se ganó un lugar en la historia.

fuente: http://www.eldia.com.ar/edis/20110123/septimodia0.htm

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