viernes, 25 de marzo de 2011

Modelo, ¿cuál modelo?


La gestión kirchnerista no exhibe una construcción coherente de políticas públicas y expone falacias y distorsiones.






El discurso oficial reincide con insistencia en la exaltación del "modelo" como si se tratara de un verdadero conjunto propio de políticas coherentes y virtuosas, además de exitosas. En algunas ocasiones, la referencia incluye la calificación "de inclusión social" o también "nacional" como si cualquier otro modelo que no sea el kirchnerista no pudiera orientarse al interés de la Nación.
Se oye en estos días que quien no apoye la reelección de Cristina Fernández de Kirchner estaría en contra de su modelo y, por lo tanto, del país. De tanto repetirlo, es posible que un segmento de la población lo tome como una verdad indiscutible. Sin embargo, es importante saber que el llamado modelo no es de ninguna manera una construcción coherente de políticas públicas y que, además, la gestión del gobierno nacional expone falacias y distorsiones que ya han producido daños. Esas debilidades muchas veces intentan ser tapadas mediante la proliferación de estadísticas oficiales tan poco serias como algunas de las que emanan del intervenido Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).
El crecimiento de las economías emergentes ha sido un rasgo notable de la década. A pesar de la reciente crisis financiera internacional, el mundo ofreció condiciones extremadamente favorables para estas economías. Las tasas de interés se mantuvieron notablemente bajas, incentivando los flujos de capital financiero y las inversiones directas hacia la búsqueda de mejores rendimientos. La especulación se orientó en buena medida hacia las materias primas, impulsando sus precios hacia arriba. A esto se sumó el fuerte aumento de la demanda de alimentos por parte de países como China, la India y otros, que dieron mayor ímpetu a los precios agrícolas. No todas estas ventajas fueron aprovechadas por la Argentina, pero fueron suficientes para que nuestra economía emerja de una caída anterior de más del 20 por ciento de su producto bruto interno y exponga en los ocho últimos años una tasa media anual de crecimiento del 6,6 por ciento. Si se tomara como punto de partida el año 1998, esta tasa media bajaría al 3,5 por ciento.
Este logro no se aparta demasiado del observado para el mismo período en otros países de la región, como Brasil (2,3%), Chile (3,3%), Uruguay (3%) o Perú (4,2%). El aparente buen desempeño de nuestra economía se relativiza también si se considera que desde 2003 se aplicó una política expresamente orientada a una reactivación de corto plazo, expandiendo el gasto público y el consumo, sustituyendo importaciones mediante un tipo de cambio alto y aprovechando la capacidad productiva ya existente. La elevada inflación ha sido consecuencia y rasgo dominante. Los otros países crecieron equilibradamente, con inflación muy reducida, atrayendo inversiones y mirando el largo plazo antes que el corto.
La macrodevaluación de comienzos de 2002 y el sostenimiento posterior de un tipo de cambio elevado produjeron una fuerte caída de las importaciones y, consecuentemente, un elevado saldo comercial. Además, generó un amplio espacio para gravar fuertemente las exportaciones agrícolas. Antes de que el gasto público tomara el impulso que la gestión kirchnerista luego le imprimió, se había logrado un importante superávit fiscal. Se creyó así alcanzar para siempre lo que se mostraba como el mayor atributo del modelo: los superávits gemelos.
El superávit fiscal se perdió hacia fines de 2009, cuando el gasto desbordaba por el impresionante aumento del número de empleados públicos, además de la incorporación de más de 2.500.000 nuevos jubilados sin aportes previos, y el incremento de los subsidios para compensar congelamientos de precios y tarifas.
El saldo de la balanza comercial está reduciéndose rápidamente debido al aumento de las importaciones, alentadas por una política cambiaria que mira más la contención de la inflación que la competitividad externa. El déficit fiscal está siendo financiado con expansión monetaria aunque ello se intente disimular de mil maneras. Todo lo que ha hecho el Gobierno frente a la inflación es intentar controles de precios, por medio de la intimidación y el garrote de Guillermo Moreno; persistir en congelamientos y falsear los índices oficiales.
No puede haber un modelo exitoso si no convoca inversiones que sustenten un desarrollo genuino. El supuesto modelo K no lo ha logrado. La Argentina ha pasado en una década del segundo al sexto puesto en América latina, según la recepción de inversiones extranjeras directas. El desarrollo de la infraestructura y de la capacidad industrial ha sido absolutamente exiguo. Nuestro país es actualmente importador de energía a muy alto costo como consecuencia de la caída de la producción de petróleo y gas. El riesgo se mantiene en altos niveles, equiparables sólo a los de Venezuela, en tanto aún no se ha logrado salir totalmente del default declarado a fines de 2001. Y la fuga de capitales ha sido una realidad permanente en los últimos años.
El desprestigio del Gobierno nos afecta a todos y es tema común en ámbitos internacionales. Contribuye a eso la elevada corrupción, al igual que la falta de respeto por las instituciones, la inseguridad jurídica y la construcción permanente de enemigos como estrategia de poder. El orden público y la seguridad personal están subvertidos por una equivocada interpretación de la responsabilidad del Estado y de parte de la Justicia frente al delito. Hay una aceptación pasiva del piqueterismo y de las usurpaciones, y el ciudadano común debe sufrir la frecuente paralización de los servicios públicos. Todas estas circunstancias son padecidas por la población y, más particularmente, por aquellos que deben defenderse con un ingreso fijo y cuentan con menores recursos. ¿Cuál es entonces el modelo del que nos hablan?

fuente: La Nación

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