domingo, 24 de abril de 2011

¿El final del modelo kirchnerista?. Por Joaquín Morales Solá


Como no comprender el ciego rechazo del kirchnerismo a Mario Vargas Llosa y, sobre todo, al itinerario de sus palabras en busca de la libertad? ¿Cómo, cuando vino a contradecir (sin quererlo, seguramente) los paradigmas de una verdad oficial cada vez más frágil? Ni la libertad para expresarse es compatible con un Estado que esconde más que lo que muestra ni las columnas del canonizado modelo están ya en pie. Es hora de preguntarse, incluso, si ese modelo no está agotado o si no se está aproximando peligrosamente al fin de cualquier circunstancia humana. Puede ser que Cristina Kirchner esté mejor que nunca en las encuestas (es lo que dicen todas las mediciones de opinión pública que se conocen), pero su gobierno está dejando atrás muchas de las políticas instauradas durante la administración de su marido. ¿Cambio deliberado de política? ¿O sólo la necesidad imperativa de explorar otros caminos antes de aceptar un fracaso?
En las entrelíneas de las palabras y los actos del oficialismo se esconde, a veces, la aceptación de una verdad distinta de la declamada. Por ejemplo, en el discurso del ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, en la inauguración formal de la Feria del Libro, se deslizó la vieja renuencia del peronismo a aceptar la convivencia pacífica entre la libertad y la justicia, como grandes conceptos que acompañaron el progreso de la humanidad. Sileoni confundió, más bien, la justicia con la libertad o, dicho de otro modo, consideró saldada la libertad en tanto exista la justicia social. En esa confusión no hay contradicción entre los dos Kirchner, aunque es cierto que el enredo se profundizó en los últimos meses de Cristina Kirchner. Esa supuesta incompatibilidad entre dos conceptos esenciales para las personas acompaña al peronismo desde que el peronismo existe.
Otra aceptación implícita de realidades negadas fue la fijación del techo del aumento salarial de este año en un 24 por ciento. Fue la admisión sin palabras de que el Indec dice cualquier cosa menos la verdad. Si la inflación del año pasado fue del 10 por ciento, como difundió la agencia oficial de mediciones, ¿por qué se aceptan incrementos salariales que duplican o triplican el aumento de los precios? ¿Por qué ese techo se está convirtiendo en piso y ya hay sindicatos, como el de la alimentación, que reclaman un 40 por ciento de aumento salarial con la amenaza de próximas huelgas si no se los conceden? O la inflación real supera en más del doble a la que midió el Indec o la Argentina está ante el más grande proceso de redistribución de la riqueza bajo un régimen no revolucionario.
La verdad es más simple. Sólo el jefe sindical Hugo Moyano tiene el derecho (y el poder) de tirar los informes del Indec al cesto de los papeles inútiles: Vamos a hablar de la inflación en serio , se arremangó cuando se sentó frente a los ministros. Los ministros aceptaron mansamente hablar en serio y el aumento de los camioneros se fijó en el 24 por ciento, mientras Guillermo Moreno multaba a los economistas, en otra oficina del Gobierno, porque habían dicho lo mismo que decía Moyano. El método conlleva -cómo no- una negación implícita de la libertad.
Néstor Kirchner solía decir que su victorioso modelo se asentaba en cinco columnas inmodificables: superávit fiscal, superávit de la balanza comercial, tipo de cambio competitivo, inflación baja y desendeudamiento. Ahora va quedando muy poco, o casi nada, de todo eso, pero el cambio no admite la palabra; no debe decirse ni aceptarse. La mejor prueba de que la economía está dando síntomas de alerta desde hace mucho tiempo es que durante el período de Cristina Kirchner se fugaron del país 60.000 millones de dólares, según una medición del economista Carlos Melconian. Ese monto supera a las reservas nacionales, que son ahora de unos 53.000 millones de dólares, apenas unos 3000 millones más, en cifras redondas, que los que Cristina heredó de su marido en 2007. La acumulación de las actuales reservas nacionales se hizo casi íntegramente durante el anterior mandato presidencial.
El gobierno de Cristina Kirchner pasó del amplio superávit fiscal de Néstor Kirchner al déficit fiscal durante el año 2010. El déficit no aparece en las cuentas del Estado porque está disimulado por la transferencia de dinero del Banco Central y por los recursos que la Anses obtiene de las utilidades de los fondos que pertenecían a las viejas AFJP. Esto explica un fragmento, al menos, de la reciente vocación del Gobierno para meterse en las empresas que le pidieron préstamos al antiguo sistema privado de seguridad y ahora le deben al Estado kirchnerista. Más directores estatales no significarán más poder de decisión en las empresas, pero sí más poder de presión para que las utilidades no se deriven a la inversión, sino al financiamiento de un Estado deficitario. ¿Cómo explicar, si no, que el Gobierno haya rechazado la oferta de varias empresas de saldar en el acto sus viejos créditos?
Ese es el objetivo, más allá de las provocaciones que formuló uno de los cofrades de La Cámpora, Axel Kicillof, que motivó el escándalo entre el Gobierno y la empresa Techint, adonde quiere recalar el joven kirchnerista. Kicillof propuso anticipadamente tantas y tan profundas modificaciones en Techint que sólo serían posibles si su desembarco sólo precediera a la expropiación lisa y llana del conglomerado empresarial más importante del país.
La Argentina tiene un problema serio con su balanza comercial, porque durante la gestión de Cristina Kirchner disminuyó mucho el flujo de las exportaciones con respecto de la gestión de su marido, según un estudio del economista Federico Sturzenegger. Según éste, el aumento anual de las exportaciones bajó de un 18 por ciento, en tiempos de Néstor Kirchner, a sólo un 7,5 por ciento ahora. Esa es la razón por la que Moreno se paró en la puerta de la Aduana y devolvió a sus países de origen muñecas Barbie, automóviles BMW, computadoras de última generación o los productos más avanzados de las comunicaciones personales. Nos estamos alejando dramáticamente del progreso tecnológico mundial , alertó un empresario de la computación. Debe agregarse que también la Argentina se está enfrentando con los países que más le compran, como Brasil, China y los europeos, que podrían poner en marcha mecanismos comerciales de represalia. No hubo un solo escrito que aclarara esos cambios; sólo Moreno da órdenes y contraórdenes en la Aduana.
El tipo de cambio, en valores constantes, se asemeja bastante a los tiempos del 1 a 1, aunque hay diferencias de valuación entre distintos economistas. Todos coinciden en que el dólar ya no es lo que era para los argentinos y que la apreciación de la moneda nacional se debe, sobre todo, a una inflación muy alta y creciente. La inflación anual podría triplicarse o cuadruplicarse este año con respecto al período que terminó en 2007. Sólo el desendeudamiento sigue siendo una bandera en pie. La deuda pública es inferior al 50 por ciento del PBI. Esa drástica disminución del peso de la deuda se debe, en parte, a que nadie le presta a la Argentina (sólo lo hacía Hugo Chávez hasta que empezó a cobrar intereses de usurero) y al importante aumento del PBI durante los años kirchneristas, aunque también este último promedio mermó considerablemente durante el gobierno de Cristina Kirchner.
Es comprensible, entonces, que los gendarmes del kirchnerismo (la descripción pertenece al ex hombre fuerte del gobierno Alberto Fernández) hayan llegado a practicar hasta el macartismo para tapar las grietas del modelo. La arrogancia aduanera de Moreno, la presión sobre las empresas privadas y la censura explícita a los economistas bosquejan otro modelo, económico y político. Lo están construyendo a los tumbos, porque ni ellos saben hacia dónde van.
Fuente: La Nación

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