domingo, 28 de agosto de 2011

Las palabras y las cosas. Por Jorge Fontevecchia


El texto de la investigación de Lanata el domingo pasado comenzaba así: “Esta nota no le importa a nadie. En las próximas líneas se informa que un secretario privado de Néstor Kirchner, el gobernador de Santa Cruz y varios de sus familiares directos, y el contador del matrimonio K se asociaron en negocios millonarios y serán denunciados en los próximos días por lavado de dinero. En la Argentina post primarias, post 50%, post Tecnópolis, post ‘la TNés adentro’, los datos que siguen guardan poca relevancia”.
La nota de Lanata es una investigación sobre los negocios entre el actual gobernador de la “provincia originaria”, donde además reside el jefe Máximo de La Cámpora, junto a quien días después terminó confeccionando la declaración de bienes de la Presidenta, su contador. También con la participación de quien fuera el secretario de Néstor Kirchner. Pero antes de pasar a los datos duros de los negocios, Lanata termina su introducción con una hipótesis sobre cómo la nota podría ser deconstruida por el periodismo militante. Por ejemplo, preguntándose: “¿Por qué la publican justo ahora? ¿A qué oscuros intereses responde esta crónica? ¿Cuál es su vínculo con la Ley de Medios?”. Sumando más sarcasmo con posibles reacciones del oficialismo como, por ejemplo, que se “publique una solicitada de desagravio con la adhesión de varios artistas populares dándoles a los hechos el enfoque que deben tener: son parte de una campaña de los medios hegemónicos contra el campo popular”.
Produce sonrisas en el lector el tono satírico del comienzo de la investigación de Lanata, ya que los delirios que expuso irónicamente bien podrían convertirse en realidad en un Gobierno donde, ante cada denuncia de los medios, no sólo no se toma distancia del involucrado sino que, fiel a su estilo, se redobla la apuesta, haciendo efusivas muestras de su mayor cercanía y apoyo a la persona cuestionada. Zaffaroni nunca hubiera imaginado acumular tantos homenajes (se habla de que recibirá tres nuevos doctorados honoris causa) por un motivo tan lejano a su esfera de prestigio.
Y aunque diferente, otro ejemplo del mismo proceder se percibe en cómo el Gobierno exhibe su estrecho vínculo con Hebe de Bonafini, tras las denuncias sobre administración fraudulenta en la Fundación Madres de Plaza de Mayo a partir de la escandalosa salida de su apoderado Sergio Schoklender.
La estrategia del kirchnerismo parecería dar un mensaje a los medios: “Cuanto más denuncien a personas cercanas al oficialismo, más las encumbraremos”. En el comienzo de la humanidad, los grupos arcaicos se articulaban sobre un orden simbiótico donde si se tocaba el cuerpo de uno de los miembros del grupo, todo el resto debía sentirse tocado y asumir la ofensa como propia. Uno de los padres de la sociología, Emile Durkheim, llamaba a esos grupos primitivos más simples (familiares, tribales o de clanes) “sociedades de solidaridad mecánica” en contraposición a las “sociedades de solidaridad orgánica”, que son las más avanzadas. Pero aún hoy, miles de años después, el método de cohesión arcaico sigue vigente en muchos grupos cerrados como, por ejemplo, una barra brava.
Si bien el kirchnerismo es retaliativo en esencia, esta forma de responder a las denuncias no fue la misma en el pasado cuando, por ejemplo, a la ex ministra de Economía Felisa Miceli se le encontró dinero en una bolsa en su despacho. Si bien se la mantuvo activa pasándola a administradora de las cuentas de Madres de Plaza de Mayo, Miceli tuvo que dejar su cargo. En el contexto actual, no sería ilógico suponer que no hubiera sido necesario que la ex ministra de Economía tuviera que renunciar frente a la misma denuncia de un medio de comunicación.
Esta diferente forma de reaccionar frente a las críticas es un termómetro de un cambio de actitud del Gobierno ante los medios. Que las denuncias no tengan las consecuencias que antes tenían podría ser funcional a que los medios pierdan peso frente a la sociedad. Hace unos meses, el viceministro de Economía, Roberto Feletti, pudo haberlo anticipado al declarar: “Ganada la batalla cultural contra los medios y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites”.
Pero no sólo sería una señal del Gobierno sino también de la propia sociedad, que le estaría diciendo al periodismo que, por ahora, las denuncias de corrupción que pudiera hacer quedarán secundarizadas frente al buen funcionamiento de la economía. Experiencias pasadas anticipan que no bien aparezcan complicaciones económicas, los ciudadanos recordarán, súbitamente, todas las denuncias de corrupción acumuladas y lo que antes hubiera sido desconsiderado pasará al centro de la escena.
Pero ese momento no es el actual y cuando Lanata, en el comienzo de su investigación, dice: “Esta nota no le interesa a nadie”, debería agregarse la palabra hoy: “Esta nota hoy no le interesa a nadie”, y así quizás esté dejando constancia para cuando en el futuro los ciudadanos quieran prestarle atención.
Esto ya sucedió en 1995 con la reelección de Menem, cuando los medios publicaban denuncias de corrupción pero la mayoría lo votaba. Llegado su tiempo, casi todos fueron antimenemistas.
En la columna de la semana pasada, cité que “las palabras no les ganan a las cosas”, tratando de reflejar que la suma de todas las denuncias de la prensa, “las palabras”, resultaba irrelevante frente a la potencia de “las cosas”, lo real, como el crecimiento económico.
Un amigo me escribió opinando lo contrario, que el kirchnerismo gana por su buen nivel de producción de “las palabras” (publicidad, medios afines y el relato), porque “las cosas” no estarían tan bien como deberían. Aun sin oponer las palabras a las cosas, mínimamente se puede coincidir en que el kirchnerismo ha sido muy eficaz en el uso de las palabras para convertir como propias cosas buenas que no eran producto necesaria o exclusivamente suyo, como para con palabras disimular el efecto negativo que tendrán en el futuro cosas que hoy producen bienestar.
Las palabras y las cosas es el título de un célebre libro de Michel Foucault, donde describe las cuatro formas en que las palabras guardan similitud con las cosas: la “convenientia, aemulatio, analogía y sympathia”. “Conocer las cosas es revelar el sistema de semejanzas que las hace ser próximas y solidarias unas con otras” pero, por tanto, diferentes. “Ni el hombre, ni la vida, ni la naturaleza son dominios que se ofrezcan espontánea y pasivamente a la curiosidad del saber.”
Además Foucault cita en Las palabras y las cosas a Descartes, quien escribió: “Es un hábito frecuente, cuando se ha descubierto alguna semejanza entre dos cosas, el atribuir a una y a la otra, aun en aquellos puntos que de hecho son diferentes, lo que se ha reconocido como cierto en sólo una de las dos”. Y a Francis Bacon, quien también escribió que “el espíritu humano se inclina naturalmente a suponer en las cosas un orden y una semejanza mayores de los que en ella se encuentran; en tanto que la naturaleza está llena de excepciones y diferencias, el espíritu ve por doquier armonía, acuerdo y similitud”.
“Sobre las palabras ha caído la tarea y el poder de representar el pensamiento”, escribe Foucault, pero “el lenguaje de la acción es hablado por el cuerpo”. El cuerpo, la acción y las cosas comparten su pertenencia a lo real. En el territorio de las palabras conviene no olvidar que pensar es siempre sentir, es sentir que hay una semejanza.
Cuando la economía no es próspera, los ciudadanos tienden a asociar la corrupción como una de las causas de ese retroceso. Mientras la economía es floreciente, esa misma preocupación se adormece.

Fuente: Perfil

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