domingo, 21 de agosto de 2011

Miedo y terror. Por Enrique Pinti


En medio de campañas electorales de bajo nivel, llenas de chicanas, golpes bajos, demagogia y peleas más dignas de un conventillo farandulesco que de la alta política, nuestra pequeña aldea (todos los países considerados individualmente lo son) se conmueve por el espantoso atentado en Noruega. Su responsable, convicto y confeso, se erige en salvador de la raza superior en detrimento de las (según su no muy sano juicio), inferiores, causantes principales de la crisis mundial. Este brote de violencia extrema se agrega desde la más recalcitrante ultraderecha (salpicando con sangre inocente como lo hacen todos los terrorismos) a las ya existentes y activas células que provienen de los sectores más variados y de las etnias más diversas. Viene a corroborar, parafraseando un conocido y viejo tango, que "al mundo le falta un tornillo" (el que esto firma cree que varios). Esta locura puesta en funcionamiento a cara descubierta y con la creencia de que sólo así los gobiernos tomarán conciencia del origen de los problemas que aquejan al mundo, es una muestra más de una locura y aberración intelectual: la de culpar a grupos (en este caso a los inmigrantes) de todo lo malo y reservarse el papel de vengador heroico, declarándose único responsable. Esto último, por otra parte, es muy difícil de creer, puesto que atentados de esa magnitud necesitan bases y colaboradores que, por supuesto, no se denuncian para que, mientras el vengador purga sus culpas, otros tomen la posta y sigan con su accionar destructivo y salvaje.
Cada tanto aparecen estos fenómenos que no son hechos aislados producidos por una mente enferma. ¡Ojalá fueran sólo eso! Son emergentes de un deterioro social en el que factores reales van tramando una telaraña de prejuicios, errores de interpretación y simplismos primitivos que surgen de dividir al mundo en blanco y negro, sin matices, sin variantes y con una intolerancia extrema. De nada valen las prédicas religiosas, las razones humanitarias ni el ferviente deseo de millones de personas que quieren la paz, la armonía, el respeto, el derecho a disentir civilizadamente y la oposición a todo tipo de violencia. Los iluminados adalides de la mano dura avanzarán aprovechando la miseria, la falta de trabajo, la carencia de los límites de convivencia dictados por una educación desarrollada que caerá atacada por la brutalidad y el resentimiento ante la falta de oportunidades parejas para todos los hombres y mujeres del mundo.
En una época fueron los judíos; en otra, los musulmanes; en otra, los negros; en otra, los homosexuales o los intelectuales. Ahora son los inmigrantes que huyendo de la pobreza, la injusticia, el hambre y la persecución política o religiosa, aterrizan en sociedades prósperas contratados como mano de obra barata o directamente sumergidos en sub-mundos de explotación laboral y sexual.
Pretender resolver estos temas con la presión de las bombas, amenazas y la metralla es aberrante. Las sociedades debemos ponernos de acuerdo y no justificar bajo ningún concepto esas prácticas.
Noruega es una nación progresista y tolerante, con un buen nivel de vida a pesar de la crisis, cuna de los premios Nobel. Sus reyes y ministros han dado el ejemplo al incorporar extranjeros a sus obras de emprendimiento, que han podido brindar trabajo, educación, salud y seguridad a sus habitantes. En este país no se han registrado olas de violencia desde la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de Hitler (otro iluminado que creyó que la solución final era exterminar lo que no le gustaba, llámese judío, árabe, negro, rojo, intelectual u homosexual). Que un país así, moderado y cuidadoso de todo tipo de derechos, tenga que sufrir esta afrenta a esta altura de la historia, indigna y asusta. Pero hay que sacar fuerzas de flaquezas y valentía del miedo para no permitir que el mal se agrande y tome la cabeza de jóvenes desorientados sin rumbo y sin ideales. Esta vez sería imperdonable cometer esos errores.
FUENTE: LA NACIÓN

No hay comentarios:

Publicar un comentario