viernes, 10 de junio de 2011

Kovadloff, el intelectual y el hombre. Por José Claudio Escribano


Con esta semblanza, el autor dio la bienvenida, anteayer, al filósofo, ensayista y poeta Santiago Kovadloff como nuevo integrante de la Academia de Ciencias Morales y Políticas
En lo que es una alegría para la amistad y el intelecto y un alegato sobre los valores republicanos que animan a esta institución, hoy acogemos a Santiago Kovadloff .
Acogemos al intelectual que ha fulminado, sin perder la calma habitual, al lugar común. Le ha imputado la perfidia de humillarlo y humillarnos. Deja al costado las muletillas y las muletas aparatosas de la lengua porque su laboriosidad contrasta con la displicencia de la pereza y porque procura, con proscripción de rutinas y convenciones que nada de bueno aportan, reflexionar en grado máximo de libertad mientras al escribir, crea. La escritura es para Kovadloff un acto de maduración, muchas veces en el saber conjetural que se vive en estado de prueba y revisión continua. Ante la página en blanco, el desafío depende así menos de la confianza que pueda depositarse en las habilidades fehacientes para el arte, que de la responsabilidad y dedicación con que se gestará cada una de las obras. Ha sido consecuente con la etimología del nombre y apellido que, por llevar, honra: Santiago, que es Jacob, y por lo tanto puente en la cultura compartida por judíos y cristianos; Kovadloff, derivado del ruso kovad , esto es, el herrero que fragua, diseña, engendra.
Aun después de que el pensamiento ha fructificado en sustancia compartible, trabaja con igual ahínco, pues demanda que las palabras transmitan al oído la música apropiada a lo que se ha propuesto decir. Es la elegante cortesía del filósofo y poeta asegurándose la correspondencia entre el contenido y la forma que lo inviste. Tomemos nota de la impresión que en él ha causado una referencia de Schiller a Goethe: primero llegan las palabras con su melodía y promesa de revelación; después, los temas.
El autor de Sentido y riesgo de la vida cotidiana El silencio primordial La nueva ignorancia Los apremios del día , entre otros celebrados ensayos traducidos a varios idiomas, nos ha advertido que desde su visión introspectiva no se escribe "para decir algo que se sabe de antemano, sino para llegar a saber qué se quiere decir y para verificar hasta dónde ese querer se encarna efectivamente en lo que se dice". Ha triunfado en el equilibrio en que debe debatirse el solipsismo del pensador reconcentrado con la premura comunicativa del ser sociable y ha estado a salvo de la perplejidad en que sucumbe, según se reconviene en ciencia, el profesional que, al no saber lo que busca, no comprende lo que encuentra.
En la oración fúnebre con la cual Jacques Derrida despidió al gran fenomenólogo lituano Emmanuel Levinas, ambos filósofos de marcada inspiración en Kovadloff, aquél abordó la médula de lo que los mancomuna. Fue cuando Derrida afirmó que la conciencia "es la urgencia de una destinación que lleva al otro". Kovadloff comprende muy bien la tradición bíblica y talmúdica allí expuesta. Es la que lo preparó para la comunicativa tolerancia, pero también para saber, como dijo Derrida, que "la muerte no es la nada", que la muerte del otro afecta siempre nuestra propia identidad.
Ese es el mundo de percepciones del porteño que, después de cinco años de afincamiento en Brasil, se graduó de la Universidad de Buenos Aires con una tesis de licenciatura sobre Martin Buber. Kovadloff ha considerado a Buber el primer pensador judío incorporado al pensamiento moderno y ha encontrado en Miguel de Montaigne, el maestro de los ensayistas, una fuente inagotable de sugestiones. "El oyente de Dios" es el expresivo título de aquella tesis con la que adelantó una actitud ante la vida. Preámbulo de que la voluntad de encuentro, de diálogo con el otro, de búsqueda del consenso y la armonía habría de figurar en las meditaciones de Kovadloff como vía ineludible para la trascendencia humana. Lo supo desde el principio. Lo supo por la ley de Moisés, la Toráh, a la que ha definido como "crónica de un atormentado elogio de la vigilia, convocando a la piedad y a la reflexión".
Hay en nuestra lengua un vocablo de resonancias ingratas: desmesura. Ha sido analizado una y otra vez, con proyección política y social, por quien, casi en compensación, ha acometido, entre otros géneros más propensos a la clemencia, el de la poesía. Igual que Giuseppe Ungaretti, Kovadloff ha identificado a la poesía como una de las fuerzas capaces de salvar al mundo. Con versos, en 1972 forjó el primero de sus libros, una antología de la producción lírica brasileña del siglo XX. Nada más lejano a esa sensibilidad expuesta en siete obras poéticas que la desmesura, que fractura la posibilidad del diálogo. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la propensión a la indulgencia y la comprensión de este pensador polifacético y prolífico hace pie sobre una base de resignado realismo. Lo noto en su señalamiento de que "la ley acota la tentación del desenfreno". Y lo conceptúa así porque ha partido de la premisa de que la democracia republicana está fundada en una sospecha: en la sospecha de que "el hombre, librado a sus propios impulsos, tiende a la desmesura".
En un ámbito en el que ha de celebrarse en todo tiempo la incorporación de un intelectual que haya asumido al país como "un campo de indagaciones críticas, no de afirmaciones dogmáticas", la disposición a la tolerante convivencia evade con naturalidad el riesgo de cualquier deslizamiento hacia desmesuras. No es una cuestión ideológica, ni de izquierdas ni de derechas, sino de carácter, proveniente de esa fisonomía interior que impele a lo que Mario Vargas Llosa ha denominado en días recientes la "domesticación de los instintos". Las afinidades, pues, con el notable traductor de Carlos Drummond de Andrade, de Machado de Assis, de João Guimarães Rosa, de Fernando Pessoa afloran desde su recordatorio de que "los griegos llamaron desmesura a la energía desbocada que promueve la conversión del alma al caos".
Santiago Kovadloff es miembro de la Academia Argentina de Letras, miembro correspondiente de la Real Academia Española y profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid. Fue distinguido en 1992 con el Primer Premio Nacional de Literatura, en 2000 con el Primer Premio de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires y en 2010 con la Pluma de Honor por la Academia Nacional de Periodismo. Obtuvo dos veces el Konex de Platino, por ensayo literario y filosófico. En 2009, la Legislatura de esta ciudad lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura. Portugal le otorgó, en grado de comendador, la orden del Rei Dom Henrique o Navegante.
Sorprende la versatilidad de quien en 1975, en tiempos de convulsiones, violencia y persecución, renunció a la docencia en la Universidad de Buenos Aires para abrir talleres privados de Filosofía del Arte y Sociología de la Literatura. Se proclamó, así, con alguna ironía, un portavoz de la cultura de catacumbas. En esa condición, Kovadloff prolonga todavía parte de su actividad cotidiana. Ella sube de exposición, como es notorio, en la prédica periodística en La Nacion y en la tribuna del conferencista que analiza las cuestiones de actualidad. Lo hace con el ánimo de que, quien calla, muere. Se podría espigar entre sus libros numerosos y sus numerosas conferencias y artículos los ejemplos de un potente acierto aforístico: "Sólo el reconocimiento de nuestra medianía podrá ponernos a salvo de ella", "La Argentina es una sociedad donde la experiencia no logra transformarse en enseñanza", "Se ha extinguido el golpismo militar, pero no se ha extinguido el golpismo civil: hay sentencias que no se cumplen", "La decadencia no implica una vuelta al pasado; implica una condena al presente", "Los clásicos son los hombres que en su eterna lozanía nos ven envejecer".
Nuestro nuevo académico no entendería esta presentación si ella se ciñera a hablar del intelectual, en lugar de que se hablara del hombre en su totalidad. Si una obsesión ha demostrado Kovadloff en cuarenta años de trabajos, ha sido la crítica de la fragmentación. Ha vivido oponiéndole el célebre apotegma de Anaxágoras: "El todo es más que la suma de las partes". Pues bien: hablaré entonces del muchachito que de grande se ocupó, en Una biografía de la lluvia, del arte de soñar despierto, pero que en aquella temprana adolescencia de hijo de un economista radicado en Córdoba, soñó con ser arquero, un gran arquero del Sporting Club de Laboulaye. A los quince años es difícil imaginar las profundas derivaciones de un sueño como ése. Se atribuye en ese sentido a Albert Camus, que tanto gravitó sobre nuestra generación y que, antes de haber sido en 1957 premio Nobel de Literatura fue él mismo un arquero discreto, el comentario de que en el arco se comprende que la pelota no siempre viene por donde uno la espera y que eso alecciona para los demás los órdenes de la vida.
Kovadloff ha declarado ser un "futbolista frustrado". Se siente así después de que jugara como amateur hasta más allá de los 40 años. Lo ha hecho a una edad reveladora de la misma perseverancia dispuesta para las otras disciplinas que ha cultivado. Aquella confidencia pesarosa lo aproxima más a nosotros cuanto más lo aleja, como voluntarioso aficionado deportivo, de la inalcanzable "Araña negra" del seleccionado ruso -acaso el mejor arquero de todos los tiempos-, Lev Yashin. Con todo, quisiera formular algunas consideraciones sobre la coherencia entre la posición elegida por Kovadloff en los campos de juego y las convicciones, aptitudes y carácter puestos por él a prueba en el arduo y sutil campo de las ideas filosóficas y políticas.
Nadie asume en la cancha responsabilidades más graves por el resultado de los partidos que el arquero. Una leve distracción y sobreviene la hecatombe. El guardameta es, además, el único, entre los once jugadores de un equipo de fútbol, habilitado para jugar con los pies y también con las manos. Con la cabeza, con el pecho, con el cuerpo entero. Ordena al conjunto, favorecido por la visión global que le confiere la ubicación asumida. No ha sido casual que Kovadloff haya elegido en el deporte estar entre los tres palos.
Esa idea de totalidad, de rechazo a lo que segmenta, es uno de los ejes de su obra ensayística. Pocos han dicho con más insistencia que él que "la Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de que el fragmento reemplace a la totalidad". Que debemos buscar una cultura orquestal, sinfónica, "abierta a la idea de integración, refractaria a la diáspora del conocimiento en infinidad de especialidades discontinuas". Kovadloff ha condenado la idolatría del segmento como la apología de la parcialidad de cada uno de nosotros y ha condenado "el lenguaje tribalizado por los expertos". Hasta nos ha enseñado que en la multiplicación de los idiomas, Dios no ha tenido "como propósito fundamental la siembra de la confusión, sino la convocatoria al discernimiento".
Doy en nombre de mis pares la bienvenida a quien ha predicado que "la contemporaneidad se logra cuando la identidad nacional reconoce los caminos que debe recorrer para que su proyecto de vida deje de ser puramente ideal". Doy la bienvenida al escritor de cuentos para niños y al trovador que, con Marcelo Moguilevsky y César Lerner, ha difundido a Borges en la noche de Buenos Aires. Doy la bienvenida al idealista que se ha hecho cargo del desasosiego de Pessoa por los abusos del sentido común, no porque quiera "invalidar las propuestas de la razón", sino porque "quiere evitar que encallen en el suelo pantanoso de la rutina" y porque la fe, ha proclamado con Pascal, dice lo que los sentidos no dicen, pero no dice lo contrario.
Y doy la bienvenida al padre de Diego, de Valeria y de Julio; al esposo de Patricia, psicoanalista confiable como interlocutora de valía literaria en el hogar, pero sobre todo el hada que ha suscitado en el vate y escritor la ternura de estas líneas: "Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Como ella, con ella, todo a mí alrededor reposa. Cuando ella despierte, también lo harán las cosas. Volverán a abrirse las puertas, correrá el agua otra vez, los pasos avivarán la vieja escalera, caerá de nuevo la luz sobre las plantas. Yo retornaré a mi mesa, a las palabras, y su voz, como un halo, circundará mi día".

Fuente: la Nacón

No hay comentarios:

Publicar un comentario