sábado, 4 de junio de 2011

Cristina y Berlusconi, puro feeling, pura onda. Por Carlos M. Reymundo Roberts


Química. Sintonía. Feeling . Eso es lo que hubo entre Cristina Kirchner y Silvio Berlusconi en su encuentro de este miércoles en el Palacio Chigi, en Roma. Pegaron onda. Conversaron y se rieron como si se conocieran de toda la vida. Y, más que eso, lo que abundó en el almuerzo con el que él la agasajó fueron las coincidencias. Especialmente sobre cosmética, el tema que abordaron con más entusiasmo.
También estuvieron de acuerdo en que tal era el nivel de entendimiento que no valía la pena meterse en ninguna cuestión urticante. Comer, charlar, pasarla bien: ésa fue la consigna implícita entre el mayor ogro de la derecha europea y la campeona mundial del progresismo.
Pasarla bien no es cosa poco relevante en las relaciones bilaterales. Si la creación de climas precede a todo vínculo formal entre países, la cumbre del miércoles ya hizo su parte. El sacrificio de ella en aras de la buena onda no fue menor. Tuvo que olvidarse (o hacer que se olvidaba) de que don Silvio es considerado un machista recalcitrante, que la justicia lo está investigando por corrupción de menores, que ama el capitalismo, que ama a Estados Unidos, que odia a la izquierda. Tuvo que olvidarse también de que los kirchneristas llevamos ocho años hablando pestes del primer ministro.
El también se dejó ganar por la amnesia. Además de no recordar (o hacer que no recordaba) lo mal que lo tratamos todos estos años, no hizo mención alguna al calvario que les hizo vivir Néstor a los de Telecom Italia (antes de llegar a un acuerdo con ellos, claro) y se hizo el distraído con la guerra que está librando la Casa Rosada contra Techint, el grupo de los italianísimos Rocca. Tampoco dijo una palabra sobre los 20.000 bonistas italianos que todavía están esperando que al menos les paguemos un cappuccino .
Aquí radica la magia de la real politik . Nada hay más distinto sobre la Tierra que Cristina y Silvioy, sin embargo, allí los vimos, sonrientes, compinches. Por la propia señora sabemos -lo contó ese mismo día en un encuentro con empresarios en el hotel Excelsior (el preferido de Menem)- que un tema central del diálogo con el primer ministro fue la cosmética, arte que ambos dominan. El es conocido por los implantes capilares, el Botox y una piel químicamente tersa. En la conversación, ella demostró conocer muy bien el tema. Como amigas en la peluquería, hablaron de maquillaje, de cremas y pinturas, y del vestuario. ¡Lo bien que la pasaron! Para él habrá sido un recreo. Por momentos le dio la impresión de que ella, en tono de cátedra, quería explicarle algunas cosas, pero se hacía el distraído y volvía a las menudencias.
No deja de ser interesante que en medio de la terrible crisis que vive Europa, de las protestas de los "indignados", del riesgo del default en Grecia, del renacer democrático en el mundo árabe, el diálogo de la Presidenta y el Cavaliere haya rumbeado hacia aguas menos turbulentas. Que no se hablara de política sino de estética revela, otra vez, la exquisita cintura del anfitrión y de su invitada. Sabiendo que no se iban a poner de acuerdo en nada, decidieron no discutir de nada.
Un vocero de la delegación argentina informó a los medios que el almuerzo, pautado para 45 minutos, se había estirado a dos horas y media. Por supuesto que exageró. Salvo que el anfitrión hubiera previsto conformar a la señora y a quienes la acompañaban con una pizza y una Coca, no hay forma de pensar en una mesa tan corta. Pero lo importante no es eso, sino que la orden bajó clara: hacer ver que don Silvio, que en ese momento ya tenía delegaciones de todo el mundo llegadas para asistir a los actos por los 150 años de la unificación de Italia, había decidido apartarse del protocolo (su especialidad) y de la agenda para alargar la tertulia con tan agradable comitiva.
Sólo hubo un pequeño desliz. Cristina, entre divertida y cómplice, le comentó que una de sus habilidades era mantener a raya a los periodistas. "Les decimos lo que queremos y cuando queremos, y la mayoría de las veces no les decimos nada", explicó, orgullosa. Y, para congraciarse con alguien que vive peleándose con los medios, añadió: "Ya te habrán contado que detesto a la corporación periodística, detesto a los empresarios periodísticos, y mi gobierno les ha declarado la guerra a los monopolios de prensa". Se dio cuenta de que había hablado de más cuando él le recordó que era dueño de diarios y cadenas de televisión: "A mí también me acusaron de monopólico".
Como Cristina todo lo dice con gracia, el entuerto fue superado rápidamente. Pero no cambiaron de tema. Don Silvio contó que había comenzado como animador de cruceros y que su primer negocio mediático fue tender una red de cable, cerrada, en un country en las afueras de Milán. Así nació lo que se convertiría en un imperio periodístico. Ella recordó sus orígenes, también humildes, en La Plata. Le habló de su militancia en la universidad, de Néstor, de la mudanza al Sur, de la construcción política de la pareja. Y, para no ser menos que su anfitrión, cerró el capítulo con una verdad dicha con inocultable orgullo: "Hoy también nosotros tenemos una cadena de medios".
Al llegar a la noche a su hotel, el Eden, Cristina puso la cabeza en la almohada entre feliz y satisfecha. Había pasado un largo día y un duro examen. Cuánto ha transcurrido, pensó, entre aquella jovencita de La Plata y esta Presidenta en Roma.
Se sintió más estadista que nunca. Y apagó la luz.
Fuente: La Nación

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