domingo, 15 de mayo de 2011

Jóvenes K utilizan la oficina antilavado contra adversarios / La Campora

El avance de La Cámpora / Crecen los nombramientos en el Estado por motivos políticos.
Cada vez más acciones de la UIF dependen de la relación de personas y empresas con el Gobierno.


Hugo Alconada Mon
LA NACION
Las órdenes son explícitas, directas. "Hay que hacer mierda a tal empresario." O también la opuesta: "Con tal otro no jodamos". Esas frases se tornaron recurrentes durante los últimos meses, en los que la Unidad de Información Financiera (UIF) se convirtió en una creciente herramienta política, con un peso notable de jóvenes militantes de Libres del Sur, La Cámpora y otras agrupaciones, indicaron cinco fuentes que trabajaron o aún trabajan dentro de la unidad antilavado local a La Nacion.
La incorporación de esos funcionarios, agentes y empleados a la unidad que tiene acceso a la información bancaria, financiera y bursátil más sensible de todo el país se definió por afinidad ideológica con el Gobierno y las dos máximas autoridades de la UIF -José Sbattella y Gabriel Cuomo-, más que por sus conocimientos técnicos en la detección de operatorias de lavado o financiamiento del terrorismo. Las últimas incorporaciones también incluyeron a algunos familiares de funcionarios o sin que mediara una especialización técnica -hasta superar la docena-, aunque la inexperiencia de algunos empleados dentro de la UIF resulte ya algo recurrente. Como reveló La Nacion a fines de 2009, la anterior presidenta de la Unidad, Rosa Falduto, llegó a nombrar a la empleada de la peluquería a la que asistía y a un profesor de gimnasia amigo de sus hijos. Pero la nueva gestión, que prometió terminar con esos nombramientos, los continuó. Nombró a una joven estudiante de Derecho que trabajaba en una panadería y con nula experiencia antilavado.
Afines al movimiento Libres del Sur, La Cámpora o la Juventud Peronista, algunos de esos nuevos funcionarios y agentes de la UIF protagonizaron varios cortocircuitos con el personal más experimentado, que arribó al organismo durante las gestiones de Falduto o incluso de Alicia López.
Uno de los episodios folklóricos registrados durante los últimos meses ocurrió cuando una de los recién llegados comenzó a recomendar la lectura de Las venas abiertas de América Latina, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, a sus colegas técnicos más antiguos, frente a por lo menos otros cuatro empleados de la UIF. Esa invitación no pasa de resultar una simple anécdota. Pero, sin embargo, se combinó sí con otras sugerencias más incómodas. Entre otras, para que los técnicos veteranos asistieran a mítines políticos, indicaron dos fuentes a este diario.
La politización de la UIF acumula antecedentes. Entre otros, la filtración de datos de inteligencia financiera secreta en perjuicio del candidato opositor Francisco de Narváez a mediados de 2009, lo que provocó que la unidad antilavado estadounidense (FinCen) cortara el intercambio, y la creación de un grupo de trabajo para avanzar contra Clarín, como reveló La Nacion durante 2010. Ahora, el proceso se extendió al personal.
Acciones sesgadas
"Los «nuevos» están politizados a full ", indicó uno de los informantes. "No tienen capacitación técnica, ni experiencia, y eso los lleva a tomar decisiones temerarias", abundó. Entre otras, el envío a la Justicia penal de algunos reportes al sólo efecto de generar "ruido" mediático -y fueron desestimados sin más en los tribunales-, la aplicación de algunas multas luego recurridas o la decisión de llevar adelante las primeras inspecciones, cuya legalidad cuestionaron incluso algunos abogados dentro del propio organismo. Así ocurrió días antes de golpearles la puerta a las joyerías y firmas de remesas.
Los perfiles en Twitter, Facebook y en otros foros de Internet similares de algunos agentes de la UIF muestran otros rasgos comunes de la nueva camada. Desde críticas al vicepresidente Julio Cobos -"andate traidor"- hasta vínculos con páginas de Barrios de Pie, Proyecto Sur, el Ateneo Conciencia Nacional o El Eternauta -en su versión kirchnerista-, una visión que, según sus críticos dentro de la propia UIF, los lleva a tomar decisiones -como la difusión de la aplicación de multas multimillonarias a algunos bancos, como la primera, contra el Galicia, que aún no estaba firme- y postergar otras investigaciones.
Dentro de la Unidad, coincidieron tres fuentes, ahora es común escuchar comentarios como "siempre estos mismos empresarios" o "a éstos hay que hacerlos mierda". Eso se plasma, luego, en la revisión de las actividades bancarias, financieras e incluso tributarias de los señalados. Ese fue el caso de dos altos ejecutivos del Grupo Clarín, José Aranda y Lucas Pagliaro.
Entre esos jóvenes con perfil más militante, figuran algunos agentes: Maximiliano Braunschweig, Adrián Rodríguez, Daniela Heredia, Martín Olari Ugrotte; también, el secretario general ejecutivo, Federico Denegri, y la directora del área de Asuntos Jurídicos, Mariana Quevedo.
Consultados por La Nacion allegados a Sbattella desmintieron que La Cámpora haya hecho pie firme en la UIF, más allá del eventual arribo de algún simpatizante. Pero sí confirmaron la militancia de otros en Libres del Sur, aunque relativizaron su importancia en la toma de decisiones. El referente de esa corriente, Humberto Tumini, aclaró que Sbattella se distanció de la agrupación antes de llegar a la UIF y que militantes podrían trabajar allí "como todavía trabajan en Desarrollo Social o Economía". Pero aclaró "que no hay un sólo miembro de Libres del Sur con responsabilidades políticas en este Gobierno".
El arribo de ese personal se combinó, en tanto, con la salida de técnicos más antiguos. Y, también, con presiones para que no trasciendan las estadías de placer de altos funcionarios de la UIF en Aruba, Washington y París, entre otros destinos durante 2010, más allá de lo que requerido por el trabajo profesional y a costa del Estado nacional.
Fuente: La Nación

LA CÁMPORA, SEGÚN MARTÍN CAPARROS, EL “PURO”


Por Martín Caparros*
La Cámpora no organiza barrios ni dirige centrales estudiantiles ni arma corrientes sindicales ni consigue puestos electivos en concejos y diputaciones; la Cámpora no moviliza, cuando lo intenta, más de dos o tres mil personas; la Cámpora sería lo que los años setenta habrían llamado una “agrupación de cuadros”: un grupo que se distingue menos por la cantidad y el arraigo de sus miembros que por sus supuestas calidades. Sólo que estos cuadros tienen habilidades muy contemporáneas: son –o deberían ser, vistos sus puestos–administradores diestros.
La Cámpora empezó por cumplir con la ley de la sangre: fue fundada –dicen que fue fundada– por un hijo de los doctores Kirchner, un joven Máximo –que es el nombre imperial que los presidentes peronistas les ponen a sus hijos. La Cámpora funciona ahora como proveedora de diligentes dirigentes del Estado. La lista es conocida: su jefe es subsecretario de Reforma Institucional, otro es secretario de Justicia, otro trabaja en la secretaría de la presidencia, otro es presidente de la Corporación Puerto Madero y director en Aluar, otro es director en Telecom, otro en Techint, otro es interventor de Fabricaciones Militares, otro es presidente de Aerolíneas Argentinas, otro su segundo, otro dirige las noticias del canal oficial, otro las subdirige, otra es gerenta de la Anses y esposa de un jefe, otra directora de Documentación Presidencial y hermana de otro: más política de la sangre –joven. Y más: varios son hijos de desaparecidos –una marca que vale lo que pesa– y los que mandan son hombres; entre todos manjean miles de millones de pesos y mucho poder. Que el “retorno de la militancia” esté fogoneado desde el poder, y que se instale tan fuertemente en él, es un signo fuerte de estos tiempos.
Lo es, también, que la “militancia” actual no suponga cambios significativos en las vidas de los militantes. O, por lo menos, que esos cambios no vayan en el sentido de la austeridad –como forma de asumir ciertas ideas– sino de cierto lujo. Se puede ser militante y cobrar mucho del Estado por esa militancia; se puede ser militante y seguir trabajando en telenovelas o programas de chimentos; se puede ser militante y ganar y gastar mucha plata en pavadas. Se puede ser militante y tomarse un avión –casi– propio para ir a ver un partido de fútbol a Montevideo. Si alguien se pusiera quisquilloso diría que es lógico, coherente, cuando esos militantes se encolumnan detrás de unos jefes que hablan de la redistribución mientras no paran de acumular riquezas. Que la militancia no suponga un compromiso de vida, una crítica y replanteo de esas formas de vida, es una diferencia decisiva con lo que solía considerarse militancia. No digo –¿no digo?– que sea mejor ni peor; digo que es completamente distinto –y que, quizá, sea un efecto de la falta de elecciones ideológicas que esta militancia supone.
En cualquier caso, estas formas de la “militancia” permiten explicar una frase molesta: basta de currar con los setentas significa también “paren de contarnos que una banda de funcionarios muy bien pagos es lo mismo que la jotapé clandestina y perseguida, peleando por el socialismo” –o, peor, su “equivalente en esta etapa”.
Las consignas de La Cámpora –que tiene la delicadeza de no ser agrupación, organización, cofradía, sección, sector, secta, sólo La– aparecen en su página web, proferidas con ese tono de vocales cerradas y consonantes perdidas, afinación ausente, que suele reconocerse como bel canto barra. Sus palabras son, por lo menos, dispersas: “Vayas donde vayas voy a ir,/ vos sos la razón de mi existir./ Te llevamos en el corazón,/ yo soy de Eva Duarte y Juan Perón./ Yo soy así, Perón yo soy,/ de la cabeza siempre voy,/ ya van a ver, vamo’ a volver/ es la gloriosa JP”, dice una, sin que quede claro a quién le habla –aunque, si la segunda persona a la que se dirige es confusa, más lo es la primera que habla: empieza en singular, sigue en plural, vuelve al singular, vuelve al plural: alguien podría perorar de la dialéctica entre el grupo y el individuo pero sospecho que estaría boludeando. Otra consigna incluye datos sobre sus métodos de conocimiento y análisis de la realidad: “Me lo dijo una gitana,/ me lo dijo con fervor,/ patria o muerte es la consigna,/ para la liberación./ Me lo dijo una gitana,/ yo no le quise creer,/ junto a Néstor y Cristina la gloriosa JP./ Una gitana hermosa tiró las cartas,/ que eran de la doctrina de Juan Perón,/ porque al movimiento se lo defiende,/ poniéndole el pecho y el corazón”. Y la otra que citan, con el mismo acento, trata de aclarar los términos del intercambio: “Baila la hinchada baila,/ baila de corazón,/ soy argentino, soy peronista,/ quiero vivir mejor”.
Pero ninguna de ellas se compara con el último hit, plaga de futboleros, ésa que cantan en cada entretiempo del campeonato Néstor Kirchner varias docenas de adherentes. De ese monótono requiem llamado “Nunca menos” pocos más que los muy adheridos recuerdan la letra abolerada, pero el título se ha impuesto, se ha usado en convocatorias varias, ha pegado. Y es curioso: la idea de nunca menos se propondría como una superación del nunca más pero, fuera de ese contexto estrecho, suena como un grito de guerra resignado: no es vamos por todo, siempre más, hasta la victoria u otras monsergas habituales para decir que su pelea continúa imparable confiada. Es lo contrario, el grito del aguante: defendamos este poco, angarremo lo que hay, que no haya menos. Es la digna elegía de una organización llamada Frente para la Victoria. Es la épica posibilista en todo su esplendor, la canción que le correspondía.

*Fragmento de Argentinismos sobre “ La Cámpora ”, que será publicado en julio por Editorial Planeta

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