sábado, 5 de marzo de 2011

HUMOR POLITICO. Cristina, eterna y llena de rulos. Por Carlos M. Reymundo Roberts


Quiero decirlo desde la primera línea: mi admiración por la Presidenta vive horas de desenfreno, casi diría de alienación, y muy en serio empiezo a preguntarme si en octubre encontraremos a alguien que no la vaya a votar. Veo incluso la posibilidad de que se suspendan las elecciones, por inútiles: a esas alturas la marea cristinista lo habrá cubierto todo, y en vez de encerrarnos en un cuarto oscuro deberíamos reelegirla por aclamación popular en calles y plazas, a plena luz del día.
El último capítulo de mi deslumbramiento con la señora fue, claro, su discurso del martes en el Congreso. En general, yo tiendo a pensar que los presidentes que hablan mucho (y bien) gobiernan poco (y mal). Que si se atracan con el verbo, la digestión les perturba la gestión. Pero no es el caso de nuestra Presidenta, porque ella gobierna a través de la palabra. Enseguida lo explicaré.
Personas que la conocen bien me dicen que no le gusta atosigarse de trabajo. Que las mañanas se le van entre caminatas por la quinta de Olivos, gimnasia, lectura de diarios, elección del vestuario y maquillaje, y que a las tardes logra sacarles no más de tres o cuatro horas limpias. Me lo contaba como un elogio, porque la señora sabe organizarse y tiene un buen equipo de colaboradores. Y porque un papel crucial que se ha asignado es, justamente, el de la comunicación. La comunicación como un hacer, más que como un decir.
En su caso, el relato ha pasado a ser un arte, pero sobre todo es acción, es alta política, es conducción. Cristina apuesta mucho al micrófono y a lo que rodea al micrófono, y el discurso del martes lo mostró en todo su esplendor. La preparación llevó semanas y nada quedó librado al azar. Su entrada en el recinto en medio de aclamaciones, aplausos y lluvia de papelitos; su sonrisa que nos dice "tranquilos, argentinos, que aquí estoy"; su parco saludo a Cobos, su bancada que se pone de pie, la familia en los palcos, el fervor en las barras, el gabinete al borde del éxtasis? Todo ha sido estudiado hasta el mínimo detalle, porque, insisto, los K estamos convencidos de que el relato es una política de Estado.
Las cámaras de televisión, ¡qué maravilla! Saben perfectamente qué tienen que mostrar, qué deben ocultar. Que se vean las Madres y Abuelas, que se luzcan las bancadas oficialistas en sus aplausos, que no se nos escape el entusiasmo con que Timerman y Boudou adhieren a todo lo que se dice y hasta lo que no se dice (y adhieren, especialmente, al regalo de estar allí); picaronas, esas cámaras no se posan sobre los opositores, que son mayoría, con la excepción de Ricardo Alfonsín y Luis Juez, justo a los que el Gobierno está tratando de seducir. Profesionalidad pura: sólo a un experto en imagen, de los que tenemos tantos, se le pudo haber ocurrido ubicar a la señora que traducía para los sordomudos a la derecha de la pantalla, cosa de que tapara enterito a Cobos.
Todos los nuestros tienen algo que aportarle al espectáculo, y lo aportan. Si toca aplaudir, aplauden; si hay que sonreír, se descostillan; si hay que aprobar, lo hacen con todo el lenguaje gestual del que son capaces. Da gusto ver a esas personas tan importantes -diputados, senadores, gobernadores, ministros- tan compenetradas en la tarea que se les ha asignado.
¿Y la señora? La señora está en su salsa. Allí, en el centro de la escena, en su teatro de operaciones, cómo disfruta -y cómo disfruto yo al verla y escucharla- jugando con las palabras y los números, retando a Cobos, ironizando, rezando nuestro credo. Cómo disfruta del momento y de los aplausos. Ella no dice discursos. Ella los vive y los encarna. No dice palabras: es la palabra. Se ha llevado apuntes y los consulta, prolija. Nos habla de "números sociales" y de "superávit de cuenta corriente fiscal", y no importa que semejantes cosas no figuren en ningún libro, porque a ella le quedan bien. El país le queda bien, y el país, nos dice, está quedando muy bien.
Me encanta esa familiaridad con nuestra gente, a la que llama por su nombre desde el estrado. Así, de la solemnidad de la Cámara nos transporta al clima mucho más amigable y relajado de una tertulia o un café concert. Y la perlita de todo el mensaje, hablando de la reelección: "No se hagan los rulos", es decir, no empiecen a emperifollarse para la fiesta porque todavía no hay fiesta.
Termina el mensaje de 102 minutos y estalla el recinto. Estallamos todos (yo desde mi casa, porque todavía no consigo que me inviten), felices y orgullosos: ella, única y eterna, como la definió Diana Conti, lo ha vuelto a hacer. La magia de la palabra, la seducción de la presencia. Llueven nuevamente los papelitos. Caen sobre la cabeza de la señora y allí se quedan, atrapados. Atrapados en una maraña de rulos.

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