domingo, 24 de julio de 2011

Hostigamiento de Estado. Por Alfredo Leuco


UNA PRACTICA OFICIAL RECARGADA


No hay autocrítica en el kirchnerismo por las derrotas electorales ni el daño hecho a Bonafini y Carlotto. El silencio de Cristina.



El silencio de Cristina en los tres temas que más afectaron al Gobierno en las últimas semanas tiene de-sorientados y preocupados a sus seguidores. La Presidenta exhibe sus condiciones de gran oradora frente a la televisión en cada acto oficial. Ayer, incluso, se permitió bromear con la nevisca que dejó casi “ciego” a su helicóptero en Río Turbio.
Pero no ha dicho ni una sola palabra en público acerca de la doble paliza recibida en la Capital, durante y después de las elecciones. Peor que perder es no entender por qué se perdió y, encima, burlarse del vencedor. Cristina tampoco dijo nada del daño tremendo que el oficialismo le produjo a los dos máximos emblemas de la lucha por los derechos humanos en nuestro país: Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto.
Si hoy se confirma la floja actuación de Agustín Rossi que anticipó Carlos Reutemann cuando saltó el cerco y dijo “nunca fui kirchnerista”, la realidad tal vez obligue al cristinismo a revisar su metodología autorreferente de armado y la parte de su discurso más soberbia y agresiva. Hay que tener en cuenta que se vienen dos tragos más amargos todavía: el ballottage porteño donde el kirchnerismo perdió el rumbo (Filmus impávido al lado de Boudou en Tecnópolis es un ejemplo) y las elecciones de Córdoba, donde el choque de los deseos con la realidad dejó, insólitamente, a la Presidenta sin candidato a gobernador.
Para que los opositores no se hagan los rulos, hay que decir que la potencia electoral de Cristina todavía sigue muy alta y que el crecimiento vigoroso del consumo es su principal motor. Ese es el mejor escenario para el kirchnerismo. El peor es la incapacidad de reconocer errores a tiempo y negarse tozudamente a cambiar hasta que, por lo general, es demasiado tarde para lágrimas. En ese plano, Cristina es peor que Néstor. Es menos flexible, habla con muy poca gente y no escucha a casi nadie. Aislarse en una cápsula donde está prohibido llevarle malas noticias no es un buen camino para preservarla. Todo lo contrario: Tomas Borge, el comandante sandinista solía decir que a los amigos hay que elogiarlos de espalda y criticarlos de frente. En ninguna de las saludables autocríticas que aparecieron en el ciberespacio hay una sola mención a Cristina. ¿No cometió ningún error? ¿La reina está vestida? ¿Hay un neoverticalismo progre que aborta el debate de las razones profundas? ¿O hay temor a las represalias? El miedo es el peor enemigo civil de la democracia.
Hay muchas preguntas que el kirchnerismo debería hacerse al aire libre, aunque Cristina logre la reelección. ¿Fue sensato colocarles las camisetas partidarias a Bonafini y Carlotto? ¿La voracidad por la cooptación amplió o achicó el respeto de la sociedad por esas dos mujeres? ¿Fue correcto el grito de advertencia de “ojo, vienen por las Madres, no pasarán” hasta que finalmente de un plumazo le sacaron el manejo de las viviendas y hasta de la última moneda? ¿Fue la derecha destituyente la que hizo semejantes barbaridades o el fuego amigo que nadie se atrevió a parar a tiempo? ¿Quién se hará responsable ante la historia de haber metido a Carlotto en las internas de la Capital? ¿No entienden que con tanta agitación de suposiciones la desviaron de su búsqueda de la verdad y la identidad de los nietos apropiados y la usaron en batallas que le son ajenas? Las expresiones de deseo suelen ir a contramano de la rigurosidad. “Ojalá Felipe y Marcelo sean hijos de desaparecidos” es una frase a modo de ejemplo. “Macri reivindica la dictadura” es otra que pronunció nada menos que el ministro de Educación, sin aportar ni un dato pese a que cualquiera puede ver en Internet las fotos de Kirchner durante la Guerra de Malvinas con el general Oscar Guerrero, el discípulo de Camps, publicadas por el diario Correo del Sur.
Hay como un círculo vicioso de silencio que no es salud. Cristina no dice nada al respecto y su militancia no dice nada sobre Cristina. Entonces, ¿quién tiene la culpa de los malos momentos tal vez absolutamente evitables que el kirchnerismo está pasando?
La urna es el instrumento para sintetizar y transformar en voto las sensaciones, angustias y alegrías que se vienen acumulando. Y las anteojeras ideológicas que suelen servir para cohesionar a esas minorías intensas llamadas militancia muchas veces sirven para levantar un muro ante el verdadero y más profundo pensamiento del ciudadano de a pie.
Equivocados o no, la historia dirá, los argentinos votan por buenos valores. Por suerte los corruptos y golpistas son una ínfima minoría. Es gravísimo repetir la equivocación fundacional de los violentos 60: confundir la postura de un grupo de esclarecidos con el nivel de conciencia media de la sociedad. Hoy también aparecen vanguardias revolucionarias del pensamiento que quedan pagando como patrullas perdidas. Al primer traspié se dan vuelta y descubren que la mayoría del pueblo quedó atrás, lejos de sus propuestas inflamadas. ¿Eso habla mal de la sociedad o de la capacidad de interpretación política de los dirigentes? ¿Es una sociedad retrógrada reaccionaria gataflórica que da asco por lo derechista o los muchachos creyeron que los vecinos habían comprado sus consignas jurásicas y masturbatorias? Por eso a muchos intelectuales respetables de Carta Abierta y a muchos jóvenes camporistas les cuesta encontrar los motivos por los que sólo el 14% de los porteños acompañó al cristinismo puro. ¿Qué dirán si hoy pasa algo parecido con Agustín Rossi? ¿Que los santafesinos que votan a Del Sel son agrogarcas resentidos por la 125? ¿O que Binner dice ser socialista pero le hace el juego a la derecha? ¿Y cómo se explica entonces que en esos mismos distritos la intención de voto de Cristina sea mucho mayor que la de Filmus o Rossi? ¿A la hora de las presidenciales el ciudadano gira hacia la izquierda?
Hay mucho que revisar pero algunas cosas aparecen muy claras. Por ejemplo, el rechazo masivo a las prácticas violentas y al discurso agresivo. Una cosa es dar el debate apasionado y pelear por las convicciones y otra muy distinta es la descalificación permanente. ¿Atacar a Stolbizer, Das Neves y hasta a Martín Sabbatella desde el kirchnerismo le suma o le resta votos? ¿Insultar a la madre de Binner en cada acto con la Presidenta agrada o disgusta al promedio de los santafesinos? ¿Utilizar los medios de comunicación que pagamos todos para vomitar odio y resentimiento aleja o acerca a los independientes? ¿No habrá llegado la hora del hartazgo social contra el hostigamiento de Estado?

Fuente: Perfil

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