domingo, 3 de julio de 2011

Oda al personalismo. Por Nelson Castro


“La lista debe ser encabezada por un militante de La Cámpora” –ordenó la voz que hablaba en nombre de la Presidenta.
“No hay ninguno” –respondió el interlocutor, un dirigente calificado de la sexta sección electoral de la provincia de Buenos Aires.
“¡Búsquenlo!” –insistió el emisario del poder.
Este diálogo, ocurrido en las decisivas horas en las que se debía finalizar el armado de las listas para las elecciones, ilustra el personalismo extremo que se ha instalado como forma de ejercer el poder. Es también un anticipo de lo que vendrá. Nada de esto se puede entender si no se contextualiza con el plan de acción que se viene pergeñando dentro del Gobierno. Es fundamental recordar que el proyecto original compartido por Néstor Kirchner y su esposa era el de una permanencia en el poder de, por lo menos, veinte años. La forma de instrumentarlo era a través de una alternancia recíproca entre los cónyuges en el ejercicio presidencial. El fallecimiento de Kirchner puso fin a esa instrumentación, pero no al plan original. Por lo tanto, ahora hacen falta nuevas herramientas para lograr concretar la posibilidad de que el kirchnerismo pueda acceder a esa larga estancia en el poder.


Ahí aparece, entonces, la reforma de la Constitución de la que, a destiempo, salió a hablar hace unos meses la diputada oficialista Diana Conti. Para ello es importante un triunfo del oficialismo en primera vuelta y por un margen amplio. La idea que más entusiasma al Gobierno es la de establecer un sistema semiparlamentario que permita la reelección indefinida de Cristina Fernández de Kirchner y la conformación de una elite dirigencial surgida de las filas de La Cámpora a modo de albacea del así llamado “modelo” K.
El tendal de heridos, ofendidos y humillados que ha dejado este método de concentración de poder es numeroso. Sólo la incertidumbre que genera la oposición y el temor a quedarse a la intemperie de muchos dirigentes del justicialismo explica que no haya ardido Troya. Sin embargo, dentro del Gobierno hay quien prevé un aflojamiento de las lealtades de varios que cambian de divisa según la ocasión.
Uno de los más castigados ha sido Hugo Moyano. “Muchachos, nos cagaron”, fue la frase escatológica con la que graficó el líder de los camioneros el ninguneo al que lo sometió la determinación de Fernández de Kirchner de reducir a su mínima expresión la representación sindical en las listas de candidatos. Habrá que ver si Moyano entendió el significado y la dimensión que tiene la decisión presidencial. Por si el jefe de la CGT no lo vio, vale decir que lo que quedó claro es que su proyección personal encontró un límite. El poder se encargó de hacer trizas su sueño de transformarse en el Lula argentino. Que uno de los pocos lugares en la lista de candidatos a legisladores nacionales bonaerenses fuera adjudicado a su hijo Facundo, líder del sindicato de los peajes –un gremio de pocos afiliados–, no hizo más que aumentar la inquina de muchos otros sindicalistas hacia Moyano. Ahí adentro se viene cocinando a fuego lento un proyecto de cambio importante cuya implementación dependerá de la reelección de Fernández de Kirchner y de su voluntad política. “Estamos preparados para cuando la Presidenta dé la orden. Somos muchos los que queremos no sólo desplazar a Moyano, sino también establecer una nueva forma de conducción de la CGT, menos personalista”, sostiene un gremialista que, harto del autoritarismo del actual secretario general, dejó su cargo con un portazo.
Para paliar un poco tanto desencanto en la cúpula de la CGT, una voz gubernamental sostenía que la designación de Amado Boudou como candidato a vice debía ser interpretada como un gesto destinado a complacer a Moyano, quien en la fallida interna porteña se había inclinado por el ministro de Economía.
Más allá de los apoyos de circunstancia a la Presidenta, Moyano sabe que desde el centro mismo del poder se busca la manera de desplazarlo con o sin elegancia. Consideraciones al margen, que desde la conducción de la CGT se elogie a un ministro de Economía que niega en público la inflación que reconoce en privado –y que a los fines de combatirla nada hace– es algo inaudito.
En el laberinto del poder, con un concepto monárquico de su ejercicio según el cual la Presidenta es la protagonista absoluta de todo y sus decisiones no admiten la más mínima discusión, el ninguneo está a la orden del día. Ahí están para muestra los padeceres de Daniel Filmus en su escuálida campaña en pos de la Jefatura de Gobierno. La orden presidencial para que no asistiera al debate en TN, para el que previamente había dado su consentimiento, lo dejó descolocado. Con errores así, Filmus no necesita enemigos.
La nueva orden de campaña que  vino desde “arriba” es que hay que quitar del medio los afiches y toda otra muestra de apoyo al candidato del FpV que dé protagonismo a Aníbal Ibarra y Gabriela Cerruti. En el colmo de la paranoia, en la Secretaría de Medios se mandó a investigar al novio de Cerruti por sus twetts críticos al desempeño de Juan Cabandié, durante un debate entre candidatos en un programa de América 24.
Ante esto, tanto en los remanentes del desdibujado Peronismo Federal como en la UCR salieron a buscar heridos del kirchnerismo cristinista. Las puertas de las ambulancias están abiertas. Los errores que los opositores cometieron hasta aquí son groseros y no hicieron más que resaltar la endeblez de sus estructuras. Bastó un estornudo para separar lo que unía sólo el espanto. Deberán hacer un esfuerzo ciclópeo para tratar de revertir esa imagen de aquí al 23 de octubre.
Mientras, unos días de frío extremo dejaron expuesta la precariedad del sistema energético. Los cortes de gas que sufren tanto las empresas que tienen contratos ininterrumpibles como las que no los tienen, hablan de la dimensión de ese déficit de producción que se repite año tras año. Los representantes de la industria, tanto en Córdoba como en la zona del polo petroquímico de Bahía Blanca, lo hicieron público. Otros sectores del empresariado, en cambio, callan. Mora allí una irremediable y fatal mezcla de temor y conveniencia. Por eso, para la Presidenta, el problema por la falta de gas no existe: está todo bien. Es como la inflación que padece la ciudadanía y que el poder niega. ¿Habrá sido esta negación de la realidad la que llevó al presidente de River a pedir una reunión con Fernández de Kirchner? ¿Buscará Daniel Passarella que el descenso quede circunscripto al mundo de la fantasía y que por un decreto de necesidad y urgencia vuelva a la Primera División?
fuente: Perfil

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