miércoles, 27 de julio de 2011

Periodismo de Estado. Por Pablo Mendelevich



Sostiene el kirchnerismo que el "periodismo militante" es verdaderamente virtuoso -al revés del periodismo convencional o profesional- porque defiende ideas sin tapujos. De acuerdo con esta visión, no hay periodistas que no se dediquen a imponer sus ideas. Todos tienen una ideología, acicatean. Pero los llamados profesionales predican en forma encubierta con el cuento de informar con rigor mientras sirven a los intereses particulares de los patrones para los que trabajan. En cambio, los periodistas militantes tienen la honestidad de actuar con sus preferencias a la vista: dicen lo que piensan. De modo que aquel grupo -sigue el razonamiento- es el de los deshonestos, y éste, el de la militancia asumida, se nutre de la franqueza.
Semejante reinterpretación de la faena periodística, que busca presentar el saber profesional, la búsqueda de la verdad y la utopía de la objetividad como meras hipocresías, parte del presupuesto, entonces, de que toda práctica del periodismo conlleva militancia, sólo que unos la blanquean y otros -los tramposos- la contrabandean (o, peor aún, a veces ni siquiera saben que ellos mismos son mercenarios).
Véase qué curioso, qué extraña casualidad: no sólo los alineamientos morales están polarizados según se admita o no que la mochila ideológica va por delante de cualquier otra cosa; también la distribución del conjunto de los periodistas por corte ideológico encaja en los polos desde los cuales se mira al Gobierno.
Por algún motivo nunca bien explicado, quienes blanquean sus preferencias políticas no apoyan al partido A, al B o al C, sino, exclusivamente, al Frente para la Victoria: son devotos del gobierno kirchnerista. Los otros tampoco tienen diversidad ideológica alguna. Están consagrados al unísono a defender a "las corporaciones".
Desde luego, este planteo revela un maniqueísmo pueril, articulado con la fantasía de la antinomia universal que la doctrina K expande no sólo entre los medios y los periodistas, sino también por todos los rincones de la vida argentina, sea la política, el empresariado, la cultura, el fútbol, las organizaciones intermedias y hasta los clubes de barrio. Pero, además, en esa cartografía de la prensa hay una falacia monumental, aun más sustantiva que el sesgo propagandístico de los torrentes informativos uniformados: la gran falacia consiste en llamar periodismo militante a lo que en realidad es periodismo de Estado.
Sin el Estado, sin el sostén económico del Estado -ya sea de modo directo en Télam, Canal 7, Radio Nacional o en los medios privados subsidiados por la publicidad oficial-, el denominado periodismo militante no asoma hoy por ninguna parte. El periodismo militante es estatal y paraestatal o no es. Luego, el asunto no pasa por ninguna cruzada militante, sino por el Estado, por su poder omnímodo y sus recursos infinitos.
Hay motivos para suponer que si llegara a cambiar el gobierno, si el kirchnerismo se estrenara en el llano, su concepción del periodismo se desmoronaría en un santiamén. Primero, la única fuerza política que habla de las bondades del periodismo militante perdería el control, obviamente, del sistema estatal de medios. Y segundo, los medios privados ligados al Gobierno se verían obligados a buscar nuevas fuentes de ingresos, tarea nada sencilla cuando se carece de audiencias robustas. Si el chorro se cortara, ¿de qué vivirían los medios kirchneristas hoy sostenidos con las subvenciones que distribuye la Casa Rosada bajo la forma de publicidad oficial?
Algunos kirchneristas dicen que el periodismo de Estado es imprescindible para compensar el poder desmedido de los grupos concentrados. En formato coloquial, el argumento del espejo redentor suele ser enarbolado cuando alguien osa criticar, por ejemplo, el estilo faccioso de 6, 7,8, programa insignia del más oficial de los canales estatales. "¿Y acaso TN no hace lo mismo?", replican los pertinaces antagonistas del Grupo Clarín.
Lo notable es que quienes en nombre de las luchas antimonopólicas declaran genuino el desarrollo de un periodismo de Estado, quienes consideran que está bien que desde el Estado se fustigue a los periodistas críticos porque la prensa privada no oficialista -según ellos- desfigura la realidad cuando informa, en el terreno de los derechos humanos sostienen exactamente lo contrario. Junto con su rechazo del terrorismo de Estado, el kirchnerismo repele, con buen fundamento, la llamada teoría de los dos demonios, en la convicción de que el terrorismo estatal y los terroristas, digamos, particulares, no son equivalentes (lo que no significa que los crímenes de la guerrilla, agregamos, deban ser ignorados). Es cierto, si el Estado asesina no queda más nada. El peor totalitarismo lo conocemos, sucedió durante la dictadura. Incluso, a escala artesanal despuntó en los dos años anteriores a 1976.
Ahora bien, si se entiende que el terrorismo de Estado es mucho peor que cualquier otro terrorismo, ¿por qué no se advierte en forma análoga que el periodismo de Estado es más peligroso para la salud de la democracia que cualquier mala práctica periodística privada? Desde luego, en un caso se trata de crímenes atroces y masivos y en el otro de hostigamientos, campañas de desprestigio, bloqueos, difamaciones y discriminaciones contra medios particulares y periodistas. Hay un abismo entre la distinta gravedad de esos dos hechos, así como en los contextos, dictatorial uno, constitucional el otro. Pero como el terrorismo de Estado, el periodismo de Estado se origina en la tentación de utilizar el poder público para pasar por encima de las leyes preexistentes y de los jueces con el pretexto de que el enemigo que acecha es diabólico y que debe ser vencido para que todos sobrevivamos y abracemos nuestro merecido destino de grandeza.
Las cruzadas organizadas en nombre del Bien suelen menospreciar los métodos utilizados para llevarlas a cabo. Con la vara del pasado, afortunadamente, la violencia aplicada ahora resulta infinitesimal, apenas tiene dimensión patoteril. Pero ese "progreso" tan celebrado no implica que descalificar, hostigar, perseguir y amedrentar a la prensa no adicta desde el Estado o desde organizaciones y voces paraestatales resignifique esos verbos. Sobre todo cuando existe experiencia de sobra, demasiado dramática, acerca del Estado argentino, de los enemigos demoníacos y de la subestimación de los métodos para enfrentarlos.
© La Nacion

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