domingo, 18 de septiembre de 2011

El Frente para la Victoria aterriza en las escuelas. Por Jorge Fernández Díaz


Nunca es triste la verdad

Admito que me gustan cosas del gobierno de Cristina Kirchner. Pero las que no me gustan son graves. Esto les hace pensar a mis amigos kirchneristas que me he convertido en un viejo neurótico, un inspector de zócalos y minucias, mientras ellos abrazan esa fe envidiable y acompañan con pasión las grandes líneas del movimiento nacional y popular. Les recrimino dulcemente que ese amor les pone anteojeras y que el fin no justifica los medios, y ellos me responden, porque me quieren, que siga. Que siga escribiendo sobre esas preocupaciones pequeñoburguesas.
El martes, con el diario en la mano, tuve uno de esos momentos inquietantes. Abrí el servicio de Télam y vi que llovían cables con anticipos urgentes. Eran tantos y tan repetitivos que pensé que Obama estaba anunciando de nuevo el asesinato de Osama ben Laden. Pero no. Era sólo la Presidenta anunciando el rally Dakar.
Entré en el sitio oficial de Télam y me saltaron a la cara casi todos los funcionarios y dirigentes nacionales de primera línea, en una galería interminable y monótona. No parecía una agencia profesional del Estado, ni siquiera un burdo órgano gubernamental de difusión. Era directamente una agencia del Frente para la Victoria. Apreté un botón en un apartado llamado Reporte Nacional que simula ser un periódico de papel y se me apareció una dramática representación del diario de Yrigoyen: no se la pierdan.
Ese mismo día, el ministro de Educación y el presidente de la propaladora oficialista habían anunciado con bombos y platillos que todo ese preciado servicio llegaría directamente a las computadoras que el Gobierno ya les entregó a más de un millón de alumnos de las escuelas públicas. Martín García, un rudo militante que promueve el panegírico, para quien existe una vinculación ontológica entre periodismo y prostitución, y para quien los opositores dicen "muchas boludeces" (sic) y son la "Unión Democrática reciclada", será el responsable de los contenidos que los chicos y los docentes recibirán en las aulas. Qué buen material para estudiar y aprender, ¿no?
Aclaró García que esta operación cambiará "la historia de la distribución de las noticias en el país. Vamos a entregar las noticias en el mismo momento en que las reciben los medios". No contó, por supuesto, que los excelentes profesionales que quedan en su redacción deben aguantarse que los voceros de los ministros les bajen línea, les señalen las fuentes que pueden o no utilizar, y muchas veces les digan lo que deben o no escribir. Son conocidas las filípicas que el presidente de la agencia les dedica a los más díscolos, es decir: a los más profesionales. Todas van en el mismo sentido: no se puede publicar nada que perjudique al proyecto, aunque sea verdad; no se puede ser funcional al "enemigo".
Su socio en esta aventura escolar es el ministro Alberto Sileoni, un técnico respetado que solía cultivar la sobriedad, hasta que empezó a hacer estruendosos méritos verbales: ya se sabe que en ese Olimpo pegarle al periodismo es lo que más cotiza. Sileoni dijo que impulsar el consumo del contenido de Télam en los colegios responde a las ideas de un "gobierno que ha recuperado la soberanía de la información". Ese concepto nacionalista y un tanto anacrónico daría para un estudio profundo. Y encubre la verdad, pero ésta se le escapó en seguida: "Que 500 cables informativos lleguen a las escuelas habla de la batalla cultural que estamos dando". Luego su inconsciente bienpensante, o lo que queda de él, aclaró que este monumental ardid propagandístico inyectado en el sistema educativo no buscaba "generar situaciones de pensamiento único". Es interesante porque, salvo honrosas excepciones, el pensamiento crítico no existe dentro del concepto mediático oficial. No se puede hacer ni siquiera kirchnerismo matizado en el Olimpo. Nadie tiene permiso para mostrar y repudiar lo malo, aunque hacerlo mejoraría el proyecto de los convencidos. Ese verticalismo sin límites se vio, por ejemplo, cuando Carta Abierta se atrevió a realizar una autocrítica en voz alta. Vino una orden de arriba y los profesores, en lugar de resistirla y hacerse fuertes en su libertad de conciencia, salieron a dar pruebas de una disciplina partidaria decepcionante. Si no lo hubieran hecho, juro que yo mismo hubiera tocado a su puerta para pedir participar en esas asambleas, puesto que se han convertido sin duda en el núcleo más interesante de la intelectualidad argentina. El problema es cuando los intelectuales tienen jefes.
Este gobierno ha conseguido logros importantes en el área de la educación. Le destinó el 6,4% del PBI, mejoró el sueldo de docentes y de investigadores, y regaló un millón de netbooks. Cristina Kirchner, además, es una de las políticas más sofisticadas de América latina. ¿Cómo se compadece todo esto con burdas prácticas de feudalismo elemental? ¿Qué tiene que ver Cristina con algunos cavernícolas que le sirven? ¿Por qué manchar las netbooks, por qué regalar caramelos envenenados, por qué pegar una política de Estado con una oxidada política de gobierno de la década del 40? En Brasil, tanto Lula como Dilma dieron la orden de eliminar cualquier atisbo de publicidad partidaria o personal en cuestiones educativas. ¿Estarán tan equivocados?
Ya sé, amigos, lo importante son el PBI y las netbooks. Lo demás son preocupaciones pequeño burguesas. Ya sé que este gobierno tiene cosas buenas. Pero las malas son graves. Muy graves.
fuente: La Nación




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