domingo, 4 de septiembre de 2011

PARAÍSO. Por Pepe Eliaschev


De modo que ahora todo lo que sobrevendrá será de mil maravillas. Los sindicatos y la burguesía están de acuerdo, las organizaciones sociales y las universidades también. El mundo se cae a pedazos, pero todos envidian a la Argentina por lo bien que le va. Las cifras electorales parecen disolver las reticencias: tanta gente no puede estar equivocada. Están dadas las famosas condiciones para consumar lo que nunca terminó de ser una entelequia. Tiene tanto poder el Gobierno y su representatividad luce ahora mismo tan fornida, que no existen obstáculos que parezcan insuperables.
El mundo de afuera sigue ofreciendo la felicidad inquebrantable de remunerar de manera colosal lo que se produce aquí. Con la soja a más de 520 dólares y tasas de interés casi nulas (aunque la Argentina aun no pueda acceder al crédito), el contexto global es una epifanía. ¿Cómo no descerrajar a partir del 23 de octubre, entonces, la madre de todas las batallas y no marchar hacia el triunfo final? El escenario es idílico. Los partidos opositores son exhibidos en público como una manada de zaparrastrosos (hasta el flemático James Neilson llama “enanos” a los dirigentes políticos enfrentados al Gobierno). ¿Qué más? Una rama de la dividida CTA, otrora celosa de su autonomía, compite con la CGT de Moyano en sus ronroneos de felicidad oficial. Los burgueses, ¿qué decir? La UIA ha vuelto a lo que siempre los fascinó: estar cerca es siempre bueno, aunque tan luego sea para abrigarse en la coyuntura.
Con la mano en el corazón, ¿quiénes se le oponen a este Gobierno con verdadera capacidad de alterar el curso? Mucho más que lo acontecido durante otra década justicialista (la de Menem), ahora está claro que la escena tiene un solo protagonista y un solo dueño, la mayoría y su 50% aplastante, y la certeza de quienes gobiernan respecto de su longevidad política, de la que nadie osa sospechar.
No es como en 1995, cuando también Menem obtuvo el 50% de los votos, sólo que enfrente tuvo a un Frepaso y a una UCR que sumaron entre ambas fuerzas más del 46%. El 12+12+10 de los opositores principales el 14 de agosto se parece en principio a la leyenda The End, a ese alea jacta est (la suerte está echada) que se le atribuye a Julio César cuando cruza el río Rubicón en épocas de la hegemonía de Roma. Con un matiz diferencial: ese avance militar era una proclama de confianza casi omnipotente. En el caso de la Argentina de 2011 la sabiduría reinante sostiene que el destino inmediato del país ya está configurado. Los realistas más crudos son los patrones; el mundo empresario dibuja sonrisas de felicidad, como perro que mueve la cola en señal de briosa alegría ante sus amos.
Así las cosas, con tamaña exhibición de poder de fuego, hay razones fundadas para imaginar que las principales lacras nacionales se curarán en el corto plazo del tercer período kirchnerista. No hay enemigos a la vista. Es el momento del gran salto adelante. La pobreza extrema que castiga al país en porcentajes indecentes no tiene por qué perpetuarse y para 2015 será borrada de la faz de la Argentina. Es tan demoledor el efecto avasallante de la hege-monía oficial que no aparecen en la imaginación de nadie atenuantes capaces de diluir tamaña felicidad.
Política, empresas, sindicatos, intelectuales, farándula; nadie se queda afuera del consenso masivo y macizo que sobrevuela como una nube persistente a este país. Las villas se trasformarán en luminosos barrios con agua potable, luz y pavimento. Las escuelas primarias y secundarias recibirán a todos y a todas y brindarán a muchedumbres de niños y adolescentes una formación de excelencia, mientras que las universidades estatales seguirán incorporando sin falta a sus aulas a todos los que así lo deseen, generando millares de graduados de competitividad internacional. Los obreros industriales argentinos podrán seguir siendo calificados como los mejor pagos de América latina con sueldos de bolsillo de hasta 2 mil dólares mensuales. Las formas más agraviantes y crueles del delito se disiparán hasta ser excepcionales; serán cosas del pasado los secuestros extorsivos, la desaparición y muerte de niños y los fusilamientos de inocentes en el curso de un robo cualquiera. La Policía Federal, prestigiada por sus éxitos profesionales, su decencia sin máculas y su solvencia para preservar el orden y la ley sin reprimir de manera ciega, será un baluarte de confianza pública. La limpieza de las calles de Buenos Aires volverá a estar en manos exclusivas de las empresas recolectoras de basura. Habrán desaparecido los millares de personas que recorren hoy la vía pública hurgando en las bolsas, desparramando lo que descartan y llenando esos inverosímiles carromatos medievales con lo que seleccionan. Esa foto moderna de una esclavitud antigua será ya una imagen vieja, de un tiempo ido.
Todo andará mejor. Alimentación, vivienda, salud, seguridad. ¿Qué puede andar mal en un país conducido por un gobierno tan poderoso en medio de un mundo tan destrozado? ¿Qué palos en la rueda se le pueden poner a una gestión que suscita el alborozo de todos y de todas? Ya no habrá motivos para intoxicarse de frustración y hasta la larga y dura guerra contra “los medios” habrá devenido en una antigualla. Nada más arcaico que seguir alegando que hay cosas que se le complican al “modelo” sólo por culpa de los malditos medios “hegemónicos”.
Ya lo confesó esta semana Alfredo Echegaray, el jefe de la AFIP que se formó en el neoliberalismo de los años 90: “Estamos en el paraíso”. Lo dicho pues: recórtese este artículo y subráyese la fecha: lo publica PERFIL el 2 de septiembre de 2011. El 2 de septiembre de 2015 no deberán existir ni la pena ni los olvidos. Con tanta autosuficiencia y tanto poder, nada menos que la felicidad debería ser cosa corriente para los argentinos. Nunca menos.
Fuente: Perfil

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