domingo, 3 de febrero de 2013

Inquietudes de un presente contradictorio. Por Santiago Kovadloff

 Occidente está viviendo una época de profundo desencanto, motivado por las evidencias que la época arroja a partir de la caída del imperio soviético. Según esas evidencias, el capitalismo encierra contradicciones que desbaratan la esperanza de que su desarrollo sea capaz de conciliar el afianzamiento del poder y la expansión de la ética, tanto en el orden social como en el orden del conocimiento.
Se advierte esto de manera muy intensa en la crisis de inseguridad que genera la expansión del terrorismo y en el predominio de la voracidad financiera sobre los principios de la independencia del Estado.
El efecto de estos fenómenos sociopolíticos sobre las comunidades occidentales se agrava, por ejemplo, cuando la Unión Europea -es decir, los países más desarrollados- acusa el impacto de la ineptitud política para dar sustento al ideal de la comunidad continental.
La impunidad financiera, que nos habla de una crisis que parece estar convocando para llegar a una solución a los mismos que la provocaron, y el hecho de que el desarrollo del conocimiento de punta en el orden tecnológico va unido a una creciente exclusión de buena parte de los miembros de las comunidades desarrolladas son alteraciones con respecto a los ideales de mediados de siglo que generan una incertidumbre muy honda.
En los llamados países en proceso de desarrollo, como el nuestro, el desencanto con los sistemas democráticos también se pone de manifiesto a través del auge de los populismos que, si bien afecta a unos pocos países -Ecuador, Venezuela, la Argentina- muestra las dificultades que encontró América latina para llevar adelante una transición efectiva desde los gobiernos autoritarios a las democracias representativas plenas. Incluso en los países en los que esa transición ha sido más exitosa -Chile, Perú, Uruguay, Brasil-, la pobreza y la exclusión laboral y educativa siguen teniendo un peso que el desarrollo económico no ha logrado atenuar.
Miedo significa, desde esta perspectiva, incertidumbre con respecto al porvenir y a un presente vapuleado por las contradicciones. Miedo significa la hegemonía de la noción de consumo sobre los ideales de la ciudadanía y sobre la inclusión social indispensable, un consumo que muchas veces crece a expensas de la exclusión. Pocas veces la ostentación del poder económico ha sido tan desembozada mientras la pobreza y la exclusión aparecen por todas partes.
Fragilidad institucional y consumismo desenfrenado. Pobreza institucionalizada en formas del delito administrado por el tráfico de drogas: son nuevas configuraciones de la incertidumbre para aquellos que advierten ineficacia por parte de los Estados para terminar con estas experiencias del horror.
La extinción de los partidos políticos en el caso argentino, las dificultades para la reconstrucción de la vida institucional, los riesgos a que está expuesta la vigencia de la Constitución, el auge de la presunción de que de formas arcaicas como el caudillismo puedan provenir modelos innovadores de organización política, son fenómenos sociales que generan incertidumbre y temor en un sector muy amplio de la sociedad.
Otro factor decisivo es la pérdida de protagonismo de las religiones en estos últimos 40 años; la adhesión a los credos se funda mucho más en razones sentimentales y tradicionales que en la convicción de que ellos representan un recurso eficaz para enfrentar los desafíos del presente.
La desaparición de la escuela pública, que constituyó en el pasado una de las singularidades educativas más notables de la vida argentina, el auge de la desocupación allí donde la inflación devora los salarios, y el temor a ver restringidos en el futuro los canales de expresión no condicionados por el Estado también son fuentes de temor y de desvelo en una sociedad que no logra consumar su transición del autoritarismo a la democracia plena.
FUENTE: LA NACIÓN

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