viernes, 8 de febrero de 2013

Cómo acabar con la inseguridad. Por Rodolfo Terragno


  


01 DE Febrero DE 2013

La inseguridad angustia a los argentinos. Sin embargo, la clase dirigente no concentra energías en la solución del problema.

           Hay políticos que convierten a la seguridad ciudadana en un slogan y académicos que la hace objeto de discusiones bizantinas.

            De esta manera, no habrá solución.

            Hace falta que la política y la academia se apliquen a desentrañar las causas de la actual ola de delincuencia, indagar qué se ha hecho en países con un problema similar, estudiar en particular las experiencias exitosas y concebir medidas adaptadas a nuestra realidad.  

            El mundo avanza hacia una teoría integral del delito, que contempla la combinación de múltiples factores criminógenos, lo cual obliga a políticas de seguridad complejas.

            En América Latina –la región del mundo con mayor índice de criminalidad—hay esfuerzos por comprender y enfrentar la delincuencia.  En Ecuador se ha realizado un estudio ( “120 estrategias y 36 experiencias de seguridad ciudadana”) en el cual trabajaron especialistas en desarrollo urbano, seguridad ciudadana, violencia de género, trata de personas y cybercultura. 

            El criterio integral se expuso en Buenos Aires  (2010) en el seminario “Seguridad Ciudadana”, organizado por la Fundación Argentina Siglo 21, que reunió al director del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente (ILANUD), una catedrática española especializada en seguridad ciudadana y el coordinador del Laboratorio de Análisis de la Violencia (LAV),  de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

            Ese criterio integral dominó el mes pasado, en Saint-Denis, Francia, un congreso internacional sobre seguridad en las ciudades, al cual tuve el privilegio de asistir.  Fue organizado por el Foro Europeo de Seguridad Urbana, con el auspicio de la Unión Europea.  A lo largo de tres días, hubo 125 presentaciones de otros tantos expertos, sobre temas tan específicos como la tecnología para la prevención, las funciones de la policía en el siglo XXI, la ciudad en la noche, el narcotráfico, el crimen organizado, el tratamiento de la discriminación o las auditorías de seguridad.

            A la conferencia asistieron dos ministros de François Hollande y una ex ministra de Nicolás Sarkozy.  En los tres días no escuché una sola referencia a la “izquierda” o a la “derecha”.   

            No es que las ideologías sean, en este tema, neutras. No lo son. Pero la izquierda y la derecha lúcidas comprenden que es imposible, a partir de una premisa, explicar (y menos resolver) la totalidad de los problemas sociales. Esto hace que desde ambas orillas del pensamiento políticos se aíslen problemas como el de la inseguridad, se los ponga bajo el microscopio y se examinen hasta sus más diminutos componentes, que no son todos ideológicos.

            A ningún estudioso o dirigente con esa visión se le ocurre que, para lograr la seguridad, haya que amputar los derechos humanos de los delincuentes. O que, al contrario, haya que sobornarlos con penas benévolas.

            Semejantes propuestas son, además de moralmente intolerables, incapaces de morigerar la delincuencia.

            Parten de una simplificación que la complejidad del tema no admite. La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) mide la inseguridad en el mundo a partir de la tasa de homicidios: el delito que más se denuncia o descubre. La estadística de la ONUDD muestra la imposibilidad de ligar a la inseguridad a una causa única:

            Si se la atribuye a la economía, no se entiende que España sea tan segura como Alemania (1,4) y Grecia más segura que Bélgica (1,7). Eso para no hablar de Estados Unidos (4.8).
            Si se la atribuye  a la injusticia social, no se entiende que Suecia (1,0) sea más insegura que Singapur (0,3).
            Si se la atribuye a las crisis, no se entiende que Irlanda (1,2) sea el país más seguro de la estable Europa del Norte (1,5).  Aunque su PIB por habitante es dos veces y media el de la Argentina y tiene sólo 5% de pobreza, ha sufrido una profunda crisis financiera.
            Si se le atribuye a factores socio-culturales, no se entiende que en la Argentina haya más homicidios (3,4) que en Somalia (1,5) o Marruecos (1,4).
            Si se la atribuye a conmociones políticas, no se entiende que en Libia (2,9) o Egipto (1,2) haya menos asesinatos que en Chile (3,2)
            Si se le atribuye a penas benignas, no se entiende cómo en Uganda, donde por hurtar cortan la mano, haya una tasa tan alta: 36,3.
            Si se atribuye a la falta de pena de capital, no se entiende que los países del hemisferio donde hay pena de muerte figuren entre los diez más peligrosos del mundo.  Son Jamaica (52,2), Belice (41,4) y Trinidad y Tobago (35,2).

            ¿Quiere decir que la inseguridad no obedece a ninguno de esos factores?
No. Significa que obedece a todos ellos, en diferentes proporciones y combinaciones.

            Para impedir que se eleve la tasa de delincuencia y, más aun, hacer que se reduzca significativamente, hace falta una política criminal sofisticada y continuidad. Si la estrategia es errada o el enfoque cambia con cada gobierno, no hay forma de tener éxito en la prevención del delito.

            Es por eso que, como candidato a Senador Nacional, estoy dirigiéndome a todos los otros candidatos, sin distinción de partidos, proponiendo que dejemos la seguridad ciudadana fuera de la pugna electoral. La idea es que, en vez de presentarse cada uno como líder de la seguridad, busquemos el consenso sobre medidas que pueden reducir la delincuencia.

            En toda campaña, los candidatos procuran diferenciarse y suelen extremar sus desacuerdos. Es necesario que prevengamos tal hipertrofia en este tema.  Los aspirantes podemos competir y diferenciarnos en mil cosas pero, pero en materia de seguridad, debemos tirar todos para el mismo lado.    

            No importa quien promueva el acuerdo. Su búsqueda debe ser un ejercicio paritario, sin voz cantante, en el que todos nos abstengamos de sacar ventaja. El diálogo debe estar protegido de partidismos y tácticas electorales. O es una tarea colectiva en pie de igualdad o carece de sentido.

            Mi contribución será un temario tentativo, presentado con el solo propósito de ordenar y darle una secuencia adecuada a la discusión:
 
1. Desigualdad social y delincuencia vindicativa.
2. Marginalidad y desvalores.
3. Fallas del sistema educativo y ausencia de empatía social.
4. Discriminación y resentimiento.
5. Subordinación y violencia de género.
6. Debilidad institucional e ineficacia de la prevención.
7. Propagación de la delincuencia y rol de los medios de comunicación.
8. Deficiencias de las fuerzas de seguridad y facilidades para el delito.
9. Incongruencias de la legislación penal y sanciones no proporcionadas.
10.  Inconsistencia procesal y desnaturalización de la pena.
11.  Restricciones del Poder Judicial y denegación de justicia.
12.   Reincidencia y sistema carcelario. 

Fyodor Dostoievsky dice, precisamente en Crimen y Castigo: “Hace falta más que inteligencia para actuar inteligentemente”.  En este caso, hace falta espíritu solidario, ideas prácticas y vocación de consenso.

FUENTE: http://www.terragno.org.ar/vernota.php?id_nota=1030

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