sábado, 16 de febrero de 2013

Ridícula comparación del Papa con Cristina. Por Carlos M. Reymundo Roberts


El lunes creí morir. A las 9 de la mañana me despertó la llamada de un compañero del diario. "¡No lo puedo creer, renunció, renunció" , aullaba maliciosamente, jugando con mis sentimientos K. "¿Quién renunció?", grité yo, la sangre hecha un torrente y los ojos desorbitados. Parece que se asustó, porque le puso fin al misterio. "Tranqui, tranqui, renuncia el Papa . Dice que ya no tiene fuerzas."
Me costó recuperar el pulso normal. En esos segundos interminables, cuando escuchaba a mi compañero entre dormido y perplejo, el fantasma de una renuncia de la señora se clavó en mi alma y fulminó mi espíritu. La noche anterior había estado divirtiéndome hasta las 3 de la mañana con amigos de La Cámpora que, pícaros, organizaron un grupo para ir a embarrarle la cancha a una de las murgas organizadas por Macri en barrios de la ciudad. ¿Cómo podía derrumbarse todo en un instante?
Desde entonces estoy haciendo el mea culpa . Si algo no va a hacer la señora es dejar la revolución incompleta. Es cierto que no es nuestro mejor momento. Con la inflación estamos a los manotazos, sin saber muy bien qué hacer (no la terminamos de atacar porque la señora dice que a ella todo le resulta baratísimo). Lo del acuerdo con Irán va pésimo, salvo para Timerman, que si se ha propuesto ridiculizarlo, lo está consiguiendo. Se nos caen los aviones, se hunden los barcos y nos chocan los trenes. A Boudou todos los días le descubren algo: les hizo pito catalán al cepo y a la industria nacional y popular al mandar comprar afuera muebles de lujo para su despacho, y cuando viaja, aunque sea a Chascomús, se lleva un ejército de custodios y asesores, lo cual es razonable: si algo necesita es que lo cuiden y asesoren. Scioli se nos anima un poquito más cada día. La CGT oficialista ha endurecido tanto sus reclamos que hoy Moyano parece un boy scout. Y las encuestas nos dan tan horrible que ahora sólo vamos a autorizar las que difunda el Indec. ¡ Va de retro , Poliarquía!
En fin, no es un gran momento, pero la señora va a mantenerse firme. ¿Ustedes la imaginan diciendo que perdió las fuerzas, que está cansada? ¿Cansada de hablar? ¿De darnos clases? ¿De reinar?
En las redes sociales, la escoria opositora no paró de inventar paralelismos entre Benedicto y Cristina, con la ilusión de que tengan el mismo final de carrera. Dijeron que los dos gobiernan en soledad y padecen las luchas e intrigas entre sus colaboradores, que el escándalo de Ciccone no tiene nada que envidiarle al del IOR (el "banco del Vaticano") y que él se expresa tan naturalmente en latín como ella en inglés.
Sólo mentes perversas pueden hacer semejante comparación. No he visto dos personas y dos situaciones más distintas. Al Papa, el Vaticano le resultó una carga muy grande, y a la señora la Argentina le queda chica. Al Papa los viajes lo cansan, y la señora no entiende la vida sin un avión esperándola. Al Papa se le nota el paso de los años, y a la señora la están dejando como nueva. El Papa tiene apenas el Osservatore Romano, un hazmerreír al lado de la cadena de diarios, revistas, agencias de noticias, radios y canales de televisión de la señora. El Papa es extraordinariamente humilde, mientras que a la señora, aceptemos, esa virtud no se le da tan fácil. El Papa clama por los pobres, y Cristina vive diciéndonos que ya no hay más pobres. El Papa pide a los ricos que repartan sus riquezas, algo que la señora (y no les digo nada Máximo) no termina de asimilar.
Entonces, ¿no se parecen en nada? Bueno, en algunas cosas sí. El Papa dice que la Iglesia necesita otro papa, y Cristina, que la Argentina necesita otra vez a Cristina. Los dos se encomiendan a Él. En cuestiones dogmáticas son infalibles. Ambos son intelectuales de fuste. Hay homilías del Papa y discursos de Cristina que están palo y palo. Cuando hablan, los dos son palabra santa. El Papa llama a la reconciliación y Cristina, magnánima, empieza por los iraníes, aun cuando los iraníes hacen todo lo posible para no reconciliarse con nosotros. El Papa insta a dar limosnas, exactamente lo que hace Cristina con los jubilados. El Papa habla de eternidad, y Cristina sueña todas las noches con ser eterna.
Los paralelismos terminan allí, más allá de que los dos congreguen multitudes, despierten pasiones y hagan llorar a la gente. No se puede equiparar a una persona que ya ha arreglado todo para irse, con otra que está arreglando todo para quedarse. A una persona que cree que otro lo va a hacer mejor, con una que no entiende cómo alguien puede decir eso. El Papa, dicen los expertos, pasará a la historia por su renunciamiento. Cristina, por su renunciamiento a renunciar a la re-re.
Que me perdonen, pero hay que poner a cada uno en su lugar. La señora tiene bajo control todos los cónclaves y las fumatas de Olivos siempre le dan humo blanco. No se le va a escapar un caso como el del mayordomo infiel del Papa, que además terminó perdonado. A ella le surgió un Boudou desprolijo y lo condenó a sumisión perpetua.
A Benedicto lo esperan tiempos de oración y descanso en la paz recoleta de un convento vaticano. A Cristina, acción, lucha. Algún día, el más acá o el más allá los reunirá en amable tertulia. Para Benedicto va a ser inolvidable.
FUENTE: LA NACIÓN

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