Pocas veces se ha visto con tanta claridad, como ocurrió en las elecciones de la Capital, que el kirchnerismo no reconoce los errores como una lección de vida. Su vocación para construir una versión propia y solitaria de la realidad es idéntica a la que tiene también para caminar por la política a contramano de la experiencia histórica. La insistencia en concurrir a la segunda vuelta no sólo es una carga pesada para los ciudadanos y para los recursos públicos; también es un error político. Ese error se convirtió en un monumental absurdo cuando personajes representativos del kirchnerismo, políticos o de la cultura, decidieron insultar a los porteños porque votaron a un adversario .
En efecto, los ciudadanos de la Capital tienen tres elecciones obligatorias más en los próximos meses: las internas abiertas del 14 de agosto y la primera y la eventual segunda vuelta de los comicios presidenciales. ¿Para qué agregarles una más? ¿Qué cambiará? Mauricio Macrinecesita sumar menos del 3% a su caudal de votos para alcanzar el 50%. Daniel Filmus está obligado a conquistar más del 22%. La diferencia es abismal. "Ya perdimos una vez. ¿Para qué vamos a perder dos veces? Macri ya sacó casi el 50 por ciento de los votos. ¿Para qué vamos a darle la oportunidad de sacar el 60 por ciento?", decía ayer un funcionario con acceso a las dependencias presidenciales. Razonable, pero inútil. La Presidenta decidió sola en la noche del domingo que el ballottage debía realizarse. No escuchó a nadie, no pidió la opinión de nadie ni lo consultó a Filmus , que es quien deberá hacerse cargo de otra derrota. En rigor, la mayor culpa del senador fue permitir que el cristinismo le impusiera la campaña, los candidatos y la carga del fracaso. Muchos funcionarios murmuran lo mismo en voz baja, pero nadie lo quiere decir en público: Cristina Kirchner también es culpable de lo que le sucedió al oficialismo en el devastador domingo de elecciones.
En el caso de las encuestas se encierra una diferencia fundamental entre Néstor y Cristina Kirchner. El ex presidente también enviaba a sus encuestadores a mentirle a la opinión pública, pero jamás permitió que le mintieran a él. Desde la Presidenta hasta Filmus, pasando por todo el gobierno nacional, estaban convencidos hasta el domingo último, en cambio, de que la diferencia entre Macri y Filmus sería infinitamente menor que la que terminó sucediendo. Cristina ha impuesto una manera de gobernar según la cual ella sólo debe recibir buenas noticias, hasta que la realidad le explota en sus pies.
El derrumbe de los encuestadores merece un párrafo aparte. La Capital es una de las regiones más fáciles del país para hacer mediciones de opinión pública. Es un territorio pequeño, tiene una sociedad homogénea y sólo una minoría muy pequeña carece de teléfono fijo. Los métodos y las técnicas se han perfeccionado durante los últimos 40 años. No hay otra explicación que la corrupción para explicar tantos errores en condiciones tan favorables. Sólo una encuestadora conocida y prestigiosa, Poliarquía, quedó en pie; otra, Management and Fit, comienza a construir nombre y prestigio. No hay nada más; la caída provocada por la manipulación del kirchnerismo se llevó nombres prestigiosos en la historia de las mediciones argentinas.
Más le valdría en estas horas a la Presidenta no ignorar lo que está sucediendo en Europa, continente que se asoma peligrosamente al abismo de una monumental crisis financiera y económica. Si el colapso ocurriera, la Argentina no será un espectador entretenido de sus consecuencias; también cargará con ellas. El país no está fuera del mundo ni de la economía mundial, por más que la diplomacia argentina se haya esmerado en los últimos años en colocar al país en otro planeta. ¿Hará el equipo económico de Cristina lo mismo que hicieron sus encuestadores?
Otra lección que nadie aprendió es que la persecución injusta termina creando víctimas y que la sociedad se pone siempre del lado de las víctimas. Macri fue procesado rápidamente, sin fundamentos decisivos, por el mismo juez, Norberto Oyarbide, que le permite a Ricardo Jaime salir del país o que nunca llamó a declarar a Hugo Moyano. El nuevo plan de seguridad del gobierno nacional fue un mensaje claro: la sociedad capitalina tendría policía y seguridad sólo si lo echaba a Macri. Ese plan expulsó más votantes independientes que los que conquistó. En un territorio crecientemente hacinado por las villas de emergencia, el único plan de viviendas del gobierno nacional fue el que pasó, como pasó, por las manos de Hebe de Bonafini y de Sergio Schoklender. Esa condena a pan y agua a Macri fue percibida por un número imposible de calcular de electores que terminaron votando por Macri.
Sucederá lo mismo con los hermanos Noble Herrera, perseguidos, ultrajados y agraviados en los últimos años por el único pecado de ser hijos de la directora de Clarín. Las pruebas de su ADN señalaron que no tienen nada que ver con las únicas dos familias querellantes; es decir, con las únicas dos familias que encontraron algunas coincidencias, de fechas o parecidos, con personas desaparecidas durante la última dictadura.
Todo lo demás es una perversa deducción, aunque ahora sólo le cabe a la Justicia apurar los cotejos con los restantes datos genéticos que existen. La estrategia del Gobierno consiste en demorar la previsible conclusión de esta causa; la obligación de la Justicia es hacer su trabajo. "Nadie podrá reparar el daño psicológico que les hicieron a esos hermanos por designio del Gobierno", denunció Elisa Carrió, la única política que enfrentó este caso sin pausas y sin vacilar. Algún día las víctimas serán reconocidas como víctimas por la sociedad.
Un tercer rasgo del kirchnerismo no tiene solución: se refiere a la poca humanidad y a la menor civilidad que les dispensa a los que están fuera del círculo más íntimo de la Presidenta. La frialdad con Macri pertenece al mundo conocido y predecible. Pero tienen razón Aníbal Ibarra y Gabriela Cerruti cuando se quejan de haber respaldado al kirchnerismo sin recibir su apoyo. Sólo existió Juan Cabandié para el oficialismo, que hizo una magra elección. Cabandié fue un protagonista omnipresente en la campaña junto con Filmus y Carlos Tomada.
Por el contrario, muchos se enteraron de que existía la lista de legisladores de Cerruti sólo cuando vieron su boleta en el cuarto oscuro. A Ibarra le negaron la entrada al palco kirchnerista, con notable displicencia, en la noche del domingo. Era justo el momento en que el kirchnerismo debía empezar a sumar y no a restar. Ninguna lección había sido útil. La matriz de los errores seguía intacta.
Fuente: La Nación
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