Cristina Kirchner cometió en las últimas horas la audacia política más grande que haya perpetrado el audaz kirchnerismo: echó al peronismo de sus principales ofertas electorales .Amado Boudou y Gabriel Mariotto , colocados en los probables segundos lugares más importantes de la política argentina, son, con todo, sólo síntomas de una colonización mucho más amplia por parte del kirchnerismo de cargos y territorios que antes estaban reservados al peronismo. Importa más esa decisión política que el nombre de Boudou, meteórico, ubicuo, capaz de convertir una derrota en la Capital en un triunfo nacional dentro del cristinismo, o de haber llegado al progresismo (y a avalar la intervención del Indec) desde el más puro y duro liberalismo económico.
La radicalización del kirchnerismo tiene una enorme magnitud política. Podría significar la implantación definitiva de un partido de poder bajo los signos ideológicos del kirchnerismo cristinista o podría encarnar, por el contrario, la pérdida de la mejor oportunidad política y electoral que tuvo la Presidenta. Esa estrategia que desdeña los matices, que apuesta siempre a todo o nada, pertenece al mapa genético del kirchnerismo, aunque Néstor Kirchner nunca había llegado tan lejos. Una inferencia quedó confirmada: el ex presidente era, en el fondo, más peronista y, con todo, más acuerdista que su esposa y heredera política.
Ninguna decisión de tal envergadura carece de consecuencias. Gobernadores e intendentes peronistas amontonan ya un rencor sin medidas ni límites. Decenas de listas colectoras (llamadas de otro modo y deslizadas en la oscuridad política) están poniendo en riesgo la futura estabilidad de los patrones más envarados del decisivo conurbano bonaerense. ¿Mariotto? ¿Quién es Mariotto para ellos? ¿Acaso no merecía el peronismo la vicepresidencia de la Nación cuando el peronismo de la Presidenta está siempre en duda? Esos intendentes son hombres conservadores, sobre todo cuando se trata de conservar sus propios lugares. Boudou, Mariotto y las colectoras kirchneristas son para ellos la cabeza de playa del kirchnerismo, previa a un desembarco definitivo, en ese vasto y confuso territorio que gobiernan con una mezcla justa de conocimiento, mano dura y asistencialismo.
Cristina Kirchner está obligada, desde ayer, a ganar en primera vuelta. En la primera ronda todos estarán encadenados en la provincia de Buenos Aires (la Presidenta, Daniel Scioli y los propios intendentes, a pesar de las colectoras). Una eventual segunda vuelta encontrará, en cambio, sola a Cristina; todos los otros ya tendrán sus cargos supuestamente asegurados.
Esos barones son maestros en el arte de proclamar solidaridades que luego rectifican clandestinamente en los hechos. Algunos ya le hicieron ese doble juego al propio Néstor Kirchner en las elecciones perdidosas para éste de 2009. Sería algo muy parecido a lo que sucede ahora: el profundo encono que deslizan en la intimidad es maquillado en público con bellas palabras de adhesión a Cristina. Están pagando el precio de la sumisión. Otra cosa habría sucedido si hubieran levantado la voz , dice un peronista pasmado ante la patética capitulación del peronismo.
Párrafo aparte merecen los modos de la Presidenta. Scioli es el único dirigente peronista que está en condiciones de hacer una elección presidencial mejor que la propia Presidenta. El gobernador no se animó a desafiar a Cristina. Scioli pudo también anunciar antes su candidato a vicegobernador, pero se negó a hacerlo, a pesar de los muchos consejos que recibió en ese sentido. La fría respuesta fue la imposición de Mariotto, que se pareció mucho a un cruel castigo, y la carga de mayores dificultades para gobernar el distrito más complicado del país. Scioli conserva la esperanza de que una mayoría social acuda, como suele hacerlo, en apoyo de los maltratados.
La cadena nacional para anunciar su propia candidatura. El misterio hasta el final sobre su propia decisión y, más aún, sobre quién la acompañará en la fórmula presidencial. La política nacional en vilo, pendiente de la voluntad de una sola persona. El uso de dependencias del Estado para hacer anuncios partidarios. Las listas de candidatos a legisladores nacionales y provinciales sometidas a pruebas, contrapruebas y purgas soviéticas. Las formas de la democracia son ya casi una nostalgia argentina.
¿Está la Presidenta en condiciones de dar el salto que dio? Las encuestas la respaldan ahora y hasta ganaría en primera vuelta si las elecciones fueran el próximo domingo. El problema es que ocurrirán dentro de cuatro meses y que en el medio se metió, ahora, un aire de final de luna de miel. La aguardan noticias ingratas en los principales distritos electorales del país. Mauricio Macri está sacando una importante ventaja sobre su principal competidor, Daniel Filmus. Filmus no está siendo batido por Macri; está enmarañado en los escándalos de Hebe de Bonafini; en las increíbles y extravagantes peleas de la ex conducción del Inadi; en el antisemitismo a flor de piel del kirchnerista Luís D'Elía, y en la batalla campal de los persistentes maestros de Santa Cruz en la propia Capital y contra la propia policía de los Kirchner.
Encuestas que maneja el Gobierno señalan que en Santa Fe, donde se elegirá gobernador dentro de un mes, el macrista Miguel Del Sel está a sólo un punto de Agustín Rossi para llegar al segundo lugar; el socialista Antonio Bonfatti está primero en la intención de votos. Otras mediciones ya lo colocan a Del Sel por encima de Rossi, que saldría tercero. Rossi fue abandonado a su suerte por un gobierno nacional que le huye a la derrota como a la peste. El kirchnerismo será ajeno a cualquier resultado de la elección de Córdoba, porque condenó a la indiferencia a José Manuel de la Sota. De la Sota mereció ese escarmiento desde que hizo lo que Scioli se negó a hacer: nombró una candidata a vicegobernadora propia y contra la presión de la propia Presidenta. La Capital, Santa Fe y Córdoba transitan caminos paralelos y ajenos al kirchnerismo. A éste sólo le queda, entre los grandes distritos, la provincia de Buenos Aires. Podría ser suficiente, pero es justo ahí donde Cristina decidió hacer la mayor expurgación de peronismo.
El caso Bonafini no pone en discusión los derechos humanos, sino el uso político, ya sea electoral o de venganza personal, que se hizo de los derechos humanos. Es el resultado de la suma de un autoritarismo sobre otro: nadie podía discutir los caprichos y las debilidades de los Kirchner, pero menos se podían discutir los antojos de la propia Bonafini. Es el sistema mismo de poder establecido en 2003, y no las supuestas distracciones de ministros y secretarios de Estado, lo que convirtió a Sergio Schoklender en un nuevo rico.
La Justicia tiene ahora en sus manos también la resolución del caso de los hermanos Noble Herrera. Ya entregaron todas las pruebas personales de su identidad, aunque la Justicia podría demorarse en resolver una cuestión abstracta. El fiscal Raúl Pleé tiene planteada una apelación para conseguir una orden judicial idéntica a la voluntad de los hermanos ya explícita y consumada. La presentación del fiscal podría demorar la comparación de los datos genéticos. ¿Para qué? ¿Es también la Justicia una herramienta electoral?
El fiscal debería retirar su apelación de inmediato o la propia Cámara de Casación debería declarar abstracta su apelación. Si los hermanos Noble Herrera resultaran ajenos en absoluto a las crueldades de la dictadura militar, como todo lo indica, el Estado debería pedirles disculpas por el acoso y la persecución a los que fueron sometidos para desacreditar a su madre, la directora de Clarín. Es probable que el Gobierno no quiera atravesar ese trance antes de las elecciones.
La política puede someterse a los saltos mortales de la audacia. Los derechos humanos pertenecen, en cambio, al territorio de la verdad histórica y al de la dignidad de las personas.
fuente: La Nación
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