sábado, 11 de junio de 2011

Matar al mensajero. Por Roberto García

Es el peor momento del Gobierno desde la muerte de Kirchner. Y allí se prefiere culpar, otra vez, a la prensa.


Cristina Fernández no sabe por dónde salir del encierro en que permanece su Administración desde el inicio del Madregate. Pero sí sabe que no le gustan los periodistas.



Por suerte el Gobierno envía un satélite al espacio: es la noticia más notable y favorable que impuso en los últimos diez días.
En ese breve ciclo vio impávido perder la iniciativa mediática, también el dominio de una agenda que siempre les atribuyó a otros poderosos pero que ejerció sin trabas en casi toda su gestión. 
 
Como si ese poder fugaz, efímero, fuera una prioridad de vida. De ahí que vulnerar esa costumbre constituye para la Casa Rosada una debacle. Se han paralizado hasta quienes se ufanaban de que ya las tapas de Clarín o de otros medios no podían perforar el blindaje K. En rigor, los titulares siguen, la presión aumenta, también la responsabilidad o las presuntas culpabilidades por el escandaloso affaire Schoklender-Bonafini, y ya nadie se atreve –como al principio– a sostener que la divulgación del oprobio obedece a una campaña deliberada, opositora.
 
Aunque no todo es candor, por supuesto, el sustento y el suspenso del novelón han sido aportados por ministros y funcionarios de diversos niveles, asociados o simpatizantes del Gobierno (de las Abuelas a D’Elía) y, fundamentalmente, por los delitos obvios del elenco protagónico de Madres de Plaza de Mayo.

Habrá más capítulos (¿quiénes viajaban en el avión de Schoklender?, el fraude presunto a la AFIP, la falta de boletas, pagos non sanctos o el canje de cheques con porcentajes de retorno), el epílogo no tiene fecha y el Gobierno, tan identificado en su esencia con los personajes involucrados, comenzó a revelar una hoguera interna de incertidumbres: van de la demora en el proyecto de reelegir a Cristina a la floración de sucesivos entuertos, sean las peleas en el Inadi o las desavenencias con Moyano. Son más las desgracias, claro, pero deben ser los periodistas quienes amplifican tamaños desatinos.
 
Ese es el criterio de muchos en el oficialismo.

De funcionarios como Nilda Garré y Carlos Zannini, quienes se han expresado sobre cómo debe actuar la prensa (“a favor del interés nacional”).

De la agencia Télam, que supone “frustrados” a los periodistas porque no saben lo que quieren ser.

O la ahora cuestionada Bonafini, quien calificó de basura a quienes se ganan el pan “en los medios concentrados”.

Más importa, claro, lo que afirmó la propia Presidenta, quien para devaluar a los profesionales de hoy dijo que “los podía comparar con sus antecesores Moreno, Belgrano o Castelli”. O que esto, claro, eraincomparable. Justo en el Día del Periodista, cuando ella sostenía al mismo tiempo que a los profesionales actuales quería homenajearlos por la vocación asumida.
 
Al margen de las contradicciones, casi nadie se preocupó por la referencia histórica de la mandataria. Aunque merezca atención, al menos para que ella no incurra en interpretaciones poco felices. Tantos divulgadores históricos cercanos al Gobierno o a sus adyacencias, notorios en los últimos tiempos por modificar la tradición escolar, tal vez le servirían de resguardo en esa materia.
 
Alguien fuera del rígido entorno que la rodea podía haberle dicho que Moreno, Belgrano o Castelli no eran periodistas, sino abogados. Como ella. Y este dato no busca imaginar comparaciones, siguiendo en la misma buena fe que confesó la Presidenta. Es cierto que Belgrano y Moreno escribieron mucho (al revés de lo que ella piensa de Castelli, conocido sí como un fogoso orador), editorializaron en algunos casos, expresaron su civismo, el ideario de Mayo, su pensamiento sobre temas más o menos abstractos.

Pero no eran precisamente periodistas y esa actividad pasajera que le gustó citar a Cristina –poco vinculada a la que hoy se practica, más relacionada con los hechos– la cumplieron como parte de otro propósito político. Más que informar a la gente, pretendían salvar a la gente. El medio, en todo caso, no representaba la vocación de ellos, apenas era una herramienta para otro tipo de intereses.
 
Debe admitirse que la mención a Moreno sí podría encajar en ese espíritu militante que elkirchnerismo, o una parte de esta fracción, trata de endosar al periodismo como fundamento de su existencia (y que lo habilita a mentir, por ejemplo, alterando cualquier digesto profesional).

Como se sabe, Moreno fue una suerte de redactor estrella en La Gazeta de Buenos Ayres, nacida el 7 de junio de 1810, cargo al que llega por ser secretario de la Junta y no por una vocación previa, al igual que el encargado de “seleccionar los materiales”, un censor por la naturaleza del medio, era responsabilidad de un cura, el presbítero Manuel Alberti, al que Cristina olvidó citar cuando era más importante en el medio que Castelli.

Aunque La Gazeta se reputa y se admite como el primer diario argentino (no lo fue, claro), en rigor era el boletín oficial de la Junta, una suerte de house organ, un periódico de propaganda de los quehaceres del nuevo gobierno.

Quizás, si valen las comparaciones, con expresiones de hoy, privadas o públicas, al servicio delkirchnerismoNada que ver entonces con el periodismo o la libertad de expresión, claro.

Comprensible esto en Moreno: era un abogado dedicado a la política, sectario en los momentos de la revolución. Como Belgrano, quien en esos tiempos dirigía el Correo de Comercio, que tuvo más de 50 ediciones y, sin embargo, nunca aludió en ese período a lo que ocurría con la Revolución de Mayo ni en la etapa previa o posterior. Una ignorancia poco entendible, no atribuible a un periodista. Sí, quizás, también a un abogado que hacía política.

De ahí que, sin menguar la estatura de estos próceres al no encuadrarlos como periodistas –por el contrario, hasta podría elevarlos el consumado hecho de que no lo eran–, parece hoy escolar, un descrédito o una disminución tratar de asimilarlos desde el oficialismo a una profesión que no figuraba en sus razones personales, en su otra misión finalmente histórica.
 
Estas incomprensiones confunden o hacen errar en ciertas ocasiones. Sobre todo cuando sobre el Gobierno cae un aluvión noticioso, tal vez como nunca antes, con tres impactos de difícil asimilación y de radical inquietud:
 
◆ El caso Schoklender-Bonafini, del cual no se puede desligar. Con multitud de imputaciones (ministerios, órganos de control), explicaciones a veces desopilantes (era dinero público hasta que se lo pasamos a las Madres, allí se convirtió en privado), un impredecible rol judicial por lo sospechoso y la realidad de que determinado volumen de fondos no puede ser obsequiado a los amateurs (por no aludir a los indecentes). Necio quien entrega la administración de un holding al que ni siquiera puede regentear un kiosco.
 
◆ La decisión de la Cámara de Casación que determinó la extracción compulsiva de sangre de los dos hijos adoptados por la dueña de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, para ser confrontados con muestras de familiares de desaparecidos. Al fijarse una fecha como tope de demanda, julio de l976, se reduce la cantidad de reclamos a un grado todavía difícil de precisar (podría no superar la media docena). Noticia judicial de mala digestión para el Gobierno ya que, al margen de las apelaciones a la Corte Suprema, parece desmoronarse un caso de trascendencia política sobre el cual elkirchnerismo –por encima de sus intereses en los derechos humanos– había concentrado esfuerzos para desacreditar a su adversario mediático.
 
◆ Continúa y se renueva la reyerta entre la Casa Rosada y Moyano. Discusión por fondos a transferir, cargos a ocupar en las listas, investigaciones judiciales (¿aparecerán cuentas sospechosas?) y, en la puja, mandobles críticos indeseados. Al menos para quienes los reciben: al Gobierno parece afectarlo que el líder cegetista insista con denunciar la inflación que el Indec procura no ver, mientras Moyano se conmovió gremialmente con la protesta de una familia (y de quienes la apoyaron) por la muerte de un afiliado que la obra social no supo atender. El paro y los cortes le hicieron ver una mano negra justo cuando pedía puestos para los cercanos de su gremio. Un juego de devoluciones impropias que nadie sabe si cesará antes de que se defina la cartelera previa a las elecciones.
 
Un mundo que relata el periodismo, bien o mal, interesadamente o no, pero que en definitiva existe. Y que no podrían ocultar siquiera Belgrano o Moreno si les tocara ocupar estas horas en las tribunas de doctrina de estos tiempos.





fuente: Perfil

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