No puedo creerlo. Mi columna, simple expresión de un periodista independiente que adhirió por convicción y no por dinero al kirchnerismo, ha sido hackeada. Fue terrible. La dejé escrita una noche, ya de madrugada, y cuando fui a releerla a la mañana siguiente, desprevenido, había sido cambiada dramáticamente.
Las alteraciones no eran nada sutiles. Yo había puesto, por ejemplo, que en el final de su mandato Cristina se dirigía en paz y armonía a una cómoda reelección, y la frase, trastocada por esas manos furtivas, había quedado así: "Cristina está muy cómoda y la reelección podría hacerle perder la paz y la armonía que le da el final de su mandato".
Donde decía "ahora le toca trabajar sin descanso para consolidar la transformación", habían puesto: "Ha trabajado mucho para consolidar la transformación y ahora le toca el descanso".
En otro párrafo hablaba de las encuestas. Yo había escrito que los expertos pronosticaban que un triunfo de ella en primera vuelta era irreversible salvo que ocurriera una catástrofe. La versión de los delincuentes informáticos era ésta: "Ella pronostica un triunfo en primera vuelta, pero los expertos le dicen que no está a salvo de que ocurra una catástrofe".
Cuando me percaté de esta violación, agarré el teléfono y lo llamé a Gabriel Mariotto, jefe de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual . Es cierto que su organismo de largo nombre y acotada agenda (su única tarea es ocuparse del "monopolio") no tiene nada que ver con los hackers. Pero, la verdad, me dio lástima su caída en desgracia después de su infortunado papel en el debate con Beatriz Sarlo en 6,7,8 . La culpa no fue de él: lo mandaron al muere, igual que a todos los demás. Sencillito como es, la discusión le quedó enorme y su único recurso fue levantar el tono de voz y mover mucho los brazos. Imagínense...
Pues bien, lo llamé. El se mostró tan agradecido de que alguien se acordara de que existe que estoy por hacer lo mismo con Timerman y con Garré (les recuerdo: Héctor Timerman, canciller, y Nilda Garré, ministra de Seguridad), dos que, por no haber estado tampoco a la altura de las circunstancias, les prohibieron la palabra y hasta salir en la foto.
Retomo, y perdón por las distracciones, pero, aun siendo verticalista, me subleva que seamos tan duros con los nuestros, con esos guerreros animosos que se presentan en el frente de batalla sin más atributos que la obediencia debida.
Decía que llamé a Mariotto y le plantee, muy perturbado, que mi columna había sido hackeada. Se puso a gritar como loco. "¡Son los nuestros, son los nuestros!" Yo (como siempre) no entendía. Me explicó que los únicos soldados a sueldo en la guerra informática eran kirchneristas, y que probablemente algunos, reclutados de apuro entre personas sin mucha ilustración ("Ese es Aníbal, que trae a cualquiera", acusó), probablemente habían leído la columna sin entender las ironías.
Como la explicación no me terminaba de cerrar, siguió. "Es tremendo lo que nos está pasando. Tenemos blogueros y hackers por todos lados y ya no podemos manejarlos. Algunos funcionan bien y saben que éste es un trabajo fácil, porque se trata de atacar y destruir a los que nos atacan. Pero hay muchos otros que se pasaron de rosca por ser más papistas que el Papa, o que son excesivamente elementales, o que no nos perdonan que les debamos algún pago".
Las consecuencias, contó, son gravísimas. Por ejemplo, un hacker K rebelde se mete todo el tiempo en el sistema informático de Tribunales y digita el sorteo para que todas las causas políticamente sensibles le toquen a Oyarbide, cuyo encono con el Gobierno es ostensible.
Otro logró hackear las cuentas bancarias de Sergio Schoklender y compró a su nombre y al contado aviones, yates, autos de lujo, quintas, departamentos, decenas de empresas... Aparentemente, es el mismo que se infiltró en las redes del Ministerio de Planificación Federal para enviar a las Madres de Plaza de Mayo 1250 millones de pesos. Cuando la operación fue descubierta, De Vido lloró al comprobar que ya no podría ejercer sobre esos fondos control alguno.
A Hebe de Bonafini no le intervinieron la computadora: la intervinieron a ella. Sólo así se explica que no se diera cuenta de que allí, bien pegadita, se horneaba una extraordinaria fortuna.
Son bien conocidos, por cierto, los delincuentes informáticos que alteran las cifras del Indec (aumentando artificialmente la inflación); los que dan por robados del Banco Central cientos de millones de pesos que en realidad fueron quemados por tratarse de billetes viejos; los que dicen que no hay a la venta ni carne, ni milanesas, ni merluza del plan "para todos"; los que en el tablero del Senado lo hacen votar a Menem en favor del Gobierno para dejar al kirchnerismo pegado al odioso menemismo; los que adulteran los troqueles de las obras de caridad de Hugo Moyano de Calcuta.
Ni la Presidenta, que está tan protegida, se libró de ellos. Hackearon su micrófono para cambiar el cálido saludo a los periodistas en su día por una crítica artera e impiadosa.
¿Qué puedo hacer yo? Nada. Violaron mi columna y tengo miedo de que violen mi voto. Ya no creo en nada ni en nadie. Lo único que me queda es Mariotto. Ah, y Oyarbide.
fuente: La Nación
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