Entre las malas noticias que agobian a los argentinos está comenzando a crecer una política de Estado. ¡Felicitaciones! Se puso en marcha de un modo perseverante y silencioso. Ya ha recorrido un tramo sustancial y sólo faltan pocos segmentos. Tiene posibilidades de convertirse en una realidad fundacional a corto plazo y brindar un fruto sin paralelo a nuestro alicaído país.
Se trata de equipar el territorio con autopistas inteligentes de máxima calidad. Llegarán hasta los puntos más remotos sin que los usuarios tengan que pagar peaje, siguiendo el modelo de Alemania y Estados Unidos. Ni peaje, ni impuestos, ni sobreprecios, ni sangrías estatales. También incluye esta iniciativa la rehabilitación y modernización de nuestra abandonada red ferroviaria.
Sobre este asunto publiqué un artículo en agosto de 2008 con un título provocativo: "Desarrollo sin coimas". Ahí señalé las oportunidades que la Argentina pierde con una irresponsabilidad -o idiotez- que avergüenza. Enumeré los caprichos infantiles del Poder Ejecutivo Nacional y la inoperancia de la oposición. También describí los beneficios impresionantes, y a corto plazo, que se lograrían poniendo en marcha este nuevo proyecto, muy sólido en su lógica. Se evitarían siete de cada ocho muertes, se uniría todo el país, volverían a florecer ciudades y pueblos agónicos, se multiplicaría la producción, crecería la demanda de mano de obra y se descongestionarían las megalópolis.
En febrero de este año, La Nacion lanzó un editorial con el título "La red vial, una política de Estado", sobre el mismo asunto. Allí informaba que en el Congreso de la Nación este proyecto ya tiene estado legislativo con el apoyo de ocho bloques de diputados. Es una propuesta revolucionaria que une voluntades y convertirá las decrépitas rutas en una fabulosa red de autopistas inteligentes que abarcarán nada menos que 13.500 kilómetros. Son suficientes para unir todas las capitales de provincia y otras ¡1150 poblaciones! De esa forma se conectaría nuestra enorme extensión territorial entre sí y con los puertos y centros turísticos. Tamaña maravilla puede ser construida -esto deja boquiabierto- aplicando una tasa de sólo tres centavos por litro de combustible cuando cada 1000 kilómetros de carretera estén completamente terminados. Es decir, se comenzaría a pagar recién cuando cada tramo se concluya en todos sus detalles y con todos los chiches. ¡Nada de demoras ni de estafas! Nada de fondos estatales que son un pozo negro.
El contraste con la situación actual da vértigo. Veámoslo con una rápida síntesis. Hoy el usuario paga cada año 15.269 millones de pesos en concepto de impuesto a los combustibles, exactamente el doble de lo que costará toda la nueva red. ¿No es asombroso? Además, si esa red no se hace, continuaremos pagando peaje por rutas de la muerte, como bien denuncia el mencionado editorial. En términos económicos, los accidentes de ruta ascienden hoy por hoy al 2% del PBI, es decir, 6600 millones de dólares. ¡Tres veces más de los que costaría la red de autopistas una vez concluidas!
La iniciativa fue estudiada y elaborada en detalle por un calificado equipo de ingenieros viales argentinos. Es un proyecto ambicioso pero probadamente factible. Las nuevas autopistas serán modernas, con calzadas desdobladas por un cantero central y guardarrieles que eviten los choques frontales (causa del 66% de las muertes). Los cruces tendrán lugar en diferentes niveles para impedir colisiones con trenes u otros vehículos. Las banquinas gozarán de un buen pavimento para que al morderlas no produzcan vuelcos luctuosos. Las poblaciones gozarán de una circunvalación para que su centro evite el tránsito pasante a gran velocidad. También habrá radarización y detectores de niebla, como se estila en los países modernos. Se trata de poner en marcha la Argentina.
Todo este emprendimiento no implicará erogación alguna por parte del Estado, repito. Será realizado por empresas privadas que recuperarán su inversión cuando terminen cada tramo. No antes, como se hace hasta ahora, facilitando las conocidas y desopilantes corrupciones. Cuando cada tramo concluya, recién entonces las empresas comenzarán a recibir la módica tasa de tres centavos por litro de combustible (menos que una vergonzosa propina). El procedimiento será transparente, sin la diabólica caja política ni las uñas de tantos funcionarios voraces.
Seríamos testigos de la mayor inversión vial de toda nuestra historia. Se necesitarán diez años para terminar de construirla por completo, a un promedio de 1350 km por año. Para lograrlo es preciso un consenso nacional firme que obligue a respetar los pactos, sin mezquindades electoralistas, sectoriales, mafiosas o personales.
Llama la atención, como dije al comienzo, que esta verdadera y trascendental política de Estado comience a florecer, incluso durante las tormentas electoralistas. Ocho bloques del Congreso Nacional ya lo avalan, luego de demorarse trece años (¡la red ya pudo haber sido terminada!). Más notable es que las provincias marginadas y manipuladas por la actual política nacional (que de federalismo sólo usa palabras) han empezado a movilizarse con este proyecto innovador, que les inyectaría un torrente de vitalidad.
En efecto, los cámaras legislativas de las provincias más populosas respaldan esta iniciativa por unanimidad, sin ninguna objeción ni abstención. Se trata de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y Mendoza, que han emitido resoluciones entusiastas y conforman más de la mitad del país. Pronto se sumarán otras provincias. ¿No suena como algo de otro mundo? Lo que sucede es que por fin se ha tomado conciencia de una varita mágica que está a disposición de nuestra traumatizada Argentina.
La epopeya de integración vial de nuestro dilatado territorio sólo puede compararse en escala con la construcción de los ferrocarriles en el siglo XIX. Entre 1864 y 1915 se tendieron 33.000 km de ferrocarriles a un promedio de 672 km por año, sin los recursos tecnológicos del presente, a puro músculo. Ahora, para completar los modestos 404 km de autopista entre Rosario y Córdoba (que ya tiene baches) se necesitaron 14 años al escandaloso ritmo de 28 km por año. Con semejante velocidad, tardaríamos 440 años en integrar nuestro territorio.
Además, nos aturde el récord de obras publicitadas de modo febril? ¡y no realizadas! Existen otras nueve autopistas contratadas y no se terminó ¡ninguna! Sobre los 868 km de autopistas nuevas, insistentemente propagandeadas, sólo se terminaron 11 km. ¿No es indignante? Se engaña al pueblo mientras se lo mantiene en la ignorancia y el subdesarrollo. Se elogian ficciones mientras se lo esquilma, incluso con la excusa de defender los derechos humanos.
Según datos del Banco Central, en los últimos cuatro años se fugaron del país 57.502 millones de dólares. ¡Qué cifra! La patológica fuga de capitales demuestra que hay sobrada capacidad de ahorro, pero que enseguida vuelan al exterior. ¿Razones? Inseguridad jurídica y falta de proyectos serios para canalizarlos hacia la inversión productiva.
Los ciudadanos pueden y deberían apoyar este programa de bien público ingresando awww.autopistasinteligentes.org . Ya suman millares los argentinos que se vuelcan en su favor.
Esta política de Estado nutrirá las energías para emprender otras. Se producirá un cambio de la gestión y el paradigma. Brincaremos hacia un crecimiento genuino y potente. Sólo necesitamos, como decía el gran estadista Benjamín Disraeli, "que haya persistencia del propósito".
© La Nacion
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