Hoy es preciso reflexionar sobre el valor del periodismo independiente en la Argentina, y los peligros a que lo somete el Gobierno
Era un mundo de gente aquel 11 de marzo de 1994. Un centenar de personas, distribuidas según los capítulos que debían tenerse en cuenta para la redacción final del documento en preparación, trabajaban con ahínco en los jardines del castillo de Chapultepec, en México. El debate enfrascaba a periodistas, miembros de organizaciones internacionales y privadas aplicadas a la defensa de los derechos humanos, abogados, escritores, politólogos.
Sobre todos ellos sobresalía una figura, la de Octavio Paz, premio Nobel de Literatura en 1990. Allí estaba él para poner la firma al gran documento que se conocería como la Declaración de Chapultepec, y a fin de que se grabara que "la libertad pertenece a los seres humanos, no al poder" y que "la libertad de prensa no garantiza la libertad de expresión, pero es el mejor camino para alcanzarla".
Las personalidades del hemisferio que aquel día de 1994 daban punto final a una declaración a la que han suscrito, en sucesivos años, jefes de Estado y políticos de las más diversas expresiones partidarias de todos los países del continente, habían resuelto que debía plasmarse en un texto el espíritu con el cual un año antes la asamblea general de las Naciones Unidas había proclamado el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa.
Nadie como Octavio Paz podía encarnar de manera más rotunda el entendimiento de que "no hay sociedades libres sin libertad de expresión ni de prensa" y que la defensa de ambas es "causa esencial para la democracia y la civilización de nuestro continente".
Los hombres que se reunieron en Chapultepec procuraron establecer, a partir de un texto consensuado entre figuras provenientes de todos los países de América, que la libertad de prensa debe contar con mecanismos efectivos de defensa. No sólo de protección frente a los gobiernos autoritarios; también ante la delincuencia común, el chantaje de los terroristas y de los narcotraficantes que amenazan, agreden y asesinan periodistas con harta frecuencia.
Esos hombres convinieron que la democracia es un cuerpo vivo que debe reflejarse en el funcionamiento de las instituciones y en la vida cotidiana de los pueblos. Es decir, que debe arraigar en el pliego ciudadano, entre los hombres y mujeres del común. Se trataba de afirmar la conciencia de que sin libertades públicas, y defendidas como bien propio por la sociedad, no habrá eco eficiente para las angustias y el reclamo por indigencias, para el progreso individual y colectivo de las comunidades.
La Declaración de Chapultepec ha sido un documento realista. A tal punto lo es, que frente a los ataques gubernamentales a periodistas y medios periodísticos refractarios a un creciente poder hegemónico, que hasta usurpa facultades del Congreso de la Nación y desacata sentencias de jueces y tribunales, la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) ha considerado de resolución apropiada la siguiente medida. Como celebración circunstanciada del Día Mundial de la Libertad de Prensa, publicar, a partir de hoy, diez mensajes con los puntos esenciales de la Declaración de Chapultepec.
Aun para quienes la han asumido con autenticidad, es una vez más recomendable su lectura.
Editorial de LA NACION.
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