MADRID.- Esta semana, estando aquí, en Madrid, leí la noticia en lanacion.com y dije: ¡bingo! Es decir, la leí y me cerró todo. Entendí todo. La noticia decía que un estudio demostró que sólo el 40% de los alumnos de escuelas secundarias cree que la democracia es el mejor sistema. El sondeo fue hecho entre 500 chicos de la Capital y el GBA, es decir, el ámbito geográfico donde están -así nos dicen- las familias más informadas del país.
La conclusión que saqué es tan obvia que no sé si contarla, porque a estas alturas hasta los más despistados ya sabrán de qué estoy hablando. Pero igual lo haré, sobre todo pensando en lectores de otros países que lean esta columna por Internet (¿habrá alguno?) y no estén tan familiarizados con la realidad argentina de estos tiempos.
Aquí va mi conclusión, no sin antes disculparme con todos aquellos que, insisto, no la necesitan porque les resulta obvia. Incluso están perdonados si deciden dejar de leer acá mismo para no perder el tiempo. Pues bien, mi teoría -¡no la demoro más!- es que esos chicos, que por su edad han despertado a la conciencia cívica bajo la era kirchnerista, saben que esto que estamos viviendo no es auténticamente una democracia. ¡y les encanta!
A esos chicos ya les han enseñado -mejor o peor, pero se los han enseñado- lo de la división de poderes, los valores republicanos, la importancia de las instituciones, la libertad de expresión., en fin, los pilares de la democracia. En las aulas les puede haber parecido muy bien, muy lindo, muy simpático, pero después, cuando vieron que todo eso está muy lejos de ser vivido en la Argentina, pese a lo cual nos está yendo bárbaro, dijeron: "No queremos la democracia... Queremos esto". Incluso sabrán por sus padres que durante el gobierno quizá más democrático de las últimas décadas, el de Raúl Alfonsín, tuvimos que parir la inflación más alta del mundo, y que el presidente ni siquiera pudo terminar su mandato en tiempo y forma.
Hay que ponerse en la piel de esos chicos. Cuando ven los avisos de televisión en los entretiempos de los partidos de fútbol se enteran de que el país es un paraíso, que todo marcha maravillosamente bien y que a la señora Presidenta no le dan las manos para inaugurar obras y no le da el tiempo para decir cosas inteligentes.
A esos chicos los llevan todos los años de vacaciones, les renuevan los celulares y si el plasma de 32 pulgadas no les resulta lo suficientemente grande, sus padres van y les compran uno de 48 en 120 cuotas fijas.
¡Qué gran país les estamos dejando a nuestros hijos! Qué importa si el camino de la felicidad no coincide con el que indica el GPS de la democracia. No recalculemos más. Qué relevancia tiene si en este atajo nos salteamos algunas curvas. Finalmente, todo el mundo se saltea algo. Digámoslo de una vez: el nuestro no es un gobierno, una mera administración, un mandato pasajero. El kirchnerismo vino para quedarse y para cambiar todo de cuajo. Si la democracia es alternancia, pues pensemos en algo más duradero. Si la democracia es un cambio tranquilo dentro de un marco acotado, lleno de límites, rompamos ese molde, salgamos de la camisa de fuerza que nos impide concretar las transformaciones de fondo. ¡Que la ley y las buenas costumbres no nos aten las manos!
Vamos a seguir hablando de democracia, porque si no todo el mundo se escandalizaría, pero en la intimidad nosotros sabemos que lo que estamos llevando adelante es una revolución. Y las revoluciones, eso es lo decisivo, fijan su propio marco. Democracia es puja, es discutir y negociar, es ceder y compartir. Es un camino lento que, al menos en nuestros países, no se sabe adónde lleva. En cambio, revolución (revolución en paz, más allá de que estemos en guerra con los medios, con el campo, con las empresas, con la derecha, con los años 90, con los progres que no pudimos convencer, con los curas, con Estados Unidos, con el FMI.), revolución, decía, es una avenida ancha y expedita, rápida y segura. Por ahí vamos, y hasta ahora sabíamos, por las encuestas, que la gente apoya este modelo. Ahora nos enteramos de que también los chicos nos votan. El consumo hace milagros.
Acá, en Madrid, me dicen que España, con Rodríguez Zapatero, se ha argentinizado, porque hay una permanente vuelta al pasado, una división del país en buenos y malos (entre los malos, créase o no, el gobierno socialista ubica a Felipe González y a todo el felipismo, que todavía da pelea), intervención en la Justicia y en las empresas, chantaje político, creación de una red de medios amigos, corrupción.
¿Quiénes dicen eso? Los conservadores del Partido Popular, por supuesto. Gente que, evidentemente, no entiende nada de nada. Si Rodríguez Zapatero se hubiese argentinizado -o kirchnerizado, como me dijo uno- no estaría políticamente muerto y a punto de pasar a la historia como el máximo responsable de una de las peores crisis económicas del país. Ya ha dicho que no se presentará a un nuevo mandato, y tantos son sus problemas que se está hablando de elecciones adelantadas. Yo no soy un hombre de ir por la vida dando consejos políticos, y mucho menos en otros países, pero si pudiera hablar con él me gustaría decirle algo. Una sola cosa. "Señor presidente, ¿no ha pensado en una revolución?"
Fuente: La Nación
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