lunes, 7 de marzo de 2011

Señales de que el modelo ha muerto. Por Carlos Pagni

Cualquiera que sea la máscara -aumentos fraccionados o sumas fijas que se entregan por debajo de la mesa-, este año las paritarias fijarán incrementos salariales de por lo menos 30%. Es la hipótesis de inflación con la que el sindicalismo se sentará a la mesa. La política, con sus desencuentros, malentendidos y revanchas, puede explicar sólo un aspecto de esta carrera entre precios y remuneraciones. Pero los niveles que alcanzarán los sueldos son la señal más elocuente de que el dichoso "modelo de acumulación productiva de matriz diversificada e inclusión social" ha muerto.



La Presidenta no se cansa de demostrar que no se enteró de la noticia. Es imposible encontrar en el oficialismo un atisbo de revisión para una política económica cuyo carácter expansivo genera cada vez más amenazas que oportunidades. No es la primera vez que en la Argentina un programa es llevado más allá de su límite y sometido a una supervivencia calamitosa. Los economistas que participaron de la gestión de Carlos Menem atestiguan que llegaron al final de aquel mandato sin discutir jamás las inconsistencias de la convertibilidad. Ni la llegada del gobierno de la Alianza permitió ese ejercicio: Fernando de la Rúa terminó convocando a Domingo Cavallo para ver si conseguía dominar a su invención. No hace falta recordar cómo concluyó el experimento.
La persecución de los economistas que calculan la inflación; las barreras físicas a las importaciones; el discurso de la Presidenta ante el Congreso han hecho que los mercados tomaran nota de que en el horizonte del kirchnerismo no figura un cambio de política económica. A la vez, esos mercados están siendo permeables a una acción psicológica a través de la cual el Gobierno inculca su principal axioma: "Ya ganamos". La perspectiva de una continuidad sin cambios se proyecta sobre los movimientos financieros: los bonos comienzan a caer y algunos ahorristas empiezan a fugar como hormigas hacia el dólar.
Es innegable que la discusión salarial está teñida de política. El martes pasado por la noche, un sindicalista del círculo íntimo de Hugo Moyano le habló así a Julio De Vido: "Vos decís que no nos tiene en la mira, que la Presidenta no quiere agredir al peronismo. Si es así, estamos peor de lo que pensábamos. Porque no podés ignorar que hay infinidad de gestos, conductas y datos que nos autorizan a sentirnos perseguidos". Las mismas palabras podrían haber sido pronunciadas por un intendente del conurbano o por algún gobernador del PJ. Su mérito es reflejar con nitidez el estado de paranoia que ha introducido Cristina Kirchner en la principal dirigencia de su partido.
El jefe de la CGT comenzó hace pocas horas a pensar una estrategia para expresar el descontento: convocaría, en abril, a una manifestación que le demuestre a la Presidenta el poder de movilización del sindicalismo y el PJ unificados. La lógica de Moyano es la de siempre: "Hay que mostrarles lo que significamos en la calle. Ellos le temen a eso, porque es lo que ellos no pueden hacer", suele decir entre sus incondicionales. "Ellos" son "los del Gobierno". Otra gente.
Hasta ahora, las tribulaciones de los desdeñados peronistas no trascendían los muros del oficialismo. Pero a partir de este mes amenazan con extenderse al resto de la sociedad. Hay un vaso capaz de comunicar ambas esferas: las paritarias. La dirigencia sindical comienza a devolverle al kirchnerismo la moneda de la indiferencia. El Ministerio de Trabajo deja trascender que no convalidará aumentos salvajes. Si se produce un desborde, los funcionarios echarán mano del ardid de siempre: consignarán el valor nominal de los acuerdos y se harán los desentendidos con las concesiones que se adopten debajo de la mesa.
Ningún gremio quiere ser el primero en fijar una posición, para no exponerse a desautorizaciones o represalias oficiales. Aun así, la UOM acordó con Peugeot un aumento del 15% semestral y una pauta anual del 30%. El Gobierno, de cualquier modo, les hizo un favor al fijar un aumento del 27,2% para los docentes. Moyano no quiere presentar a su sindicato como el regulador de los salarios. Pero ya advirtió a sus compañeros que, aunque negocie una suba oficial del 23%, conseguirá una suma fija que llevará el acuerdo global a un 30%. Si bien el Ministerio de Trabajo promete no convalidar los arreglos excesivos, los empresarios están preocupados con la tendencia inicial.
Casi nadie se dispone a resistir la presión de los sindicatos. Un ejecutivo de uno de los mayores grupos nacionales explica: "Aunque ciertos aumentos sean una insensatez, es muy difícil negarse. Los gremios se han acostumbrado en estos años a la acción violenta, con ocupación de plantas y cosas por el estilo, que nadie frena. Lo más sencillo, entonces, es firmar lo que sea y trasladarlo a precios". La reprimenda de la Presidenta a quienes interrumpen los servicios públicos no se extiende, es obvio, a los que bloquean empresas o toman fábricas.
En su discurso ante el Congreso, Cristina Kirchner no sólo evitó cualquier referencia a la inflación, sino que también puso en evidencia que no comprende los factores que la determinan ni advierte sus consecuencias. Ella se ufanó de haber acumulado reservas por 52.350 millones de pesos -pero debió decir "dólares"-, sin relacionar ese récord con los niveles de emisión monetaria que se le exigen al Banco Central para financiar al Tesoro. Tampoco se preguntó cuánto tendrá que ver el incremento de la recaudación, que la llena de orgullo, con el incesante aumento de los precios. La evolución extraordinaria del consumo, sobre la que la Presidenta batió el parche, es inevitable: la moneda se deteriora alrededor del 25% año tras año, pero el interés que pagan los bancos es del 11%. En ese contexto, ahorrar es tirar la plata. Si a los incrementos que se verificaron en las reservas, en la recaudación y en el consumo se los mira a contraluz de una inflación del 25%, las virtudes se transforman en vicios.
Hay otros síntomas del agotamiento de la política económica. El superávit fiscal, que era del 4,5% en 2006, fue perdiéndose hasta desaparecer. Hoy, el Tesoro está en déficit.
La señora de Kirchner dijo en su discurso que le había pedido a Mercedes (Marcó del Pont, presidenta del Banco Central) que le enviara las estadísticas de préstamos bancarios. Se asombró de que Marcó no pudiera dárselas porque, según le dijo, no existen. Sin embargo, los datos que reclamaba la Presidenta están en la página web del Central. Y si la jefa de esa entidad los hubiera informado, habría advertido que el Banco Nación ha sido durante 2010 uno de los que menos incrementaron su volumen de préstamos privados. Con un 22%, sólo supera al HSBC. La Presidenta debería recordar que la mayor parte de los fondos disponibles del Nación se destinó a financiar el exorbitante gasto de su gobierno.
El célebre tipo de cambio competitivo también se esfumó. Los analistas privados auguran que, para fin de este año, la paridad con el dólar expresará una competitividad equivalente al 1 a 1 de los años 90. Cristina Kirchner vituperó en el Congreso a los que piden devaluación. Si no fuera por su fogosidad, haría recordar al Roque Fernández de 1998.
Tal vez, el dato más inquietante que la Presidenta omitió es la caída del superávit comercial. En 2009 fue de US$ 17.000 millones; en 2010 bajó a US$ 12.000 millones, y para este año podría reducirse a US$ 7500 millones. Esta secuencia desmiente la vitalidad de la sustitución de importaciones mencionada en el discurso de apertura de sesiones, pero también indica que al Gobierno le será cada vez más difícil financiar la salida de capitales, que es consustancial con esta política económica. En los últimos meses, el sistema financiero tuvo una fuga de aproximadamente US$ 700 millones. Sin embargo, desde fines de febrero esa salida comenzó a incrementarse. Quienes estudian con detalle el fenómeno pronostican que en marzo será de US$ 1000 millones. Durante la crisis del Central que expulsó a Martín Redrado había alcanzado a los US$ 1500 millones.
El Gobierno sigue cebando el consumo, pero el modelo "productivo" produce cada vez menos. Es la razón por la que aumentan las importaciones. Las rudimentarias soluciones de Moreno, que bloquea contenedores en el puerto, agravan el problema.
Con estas preocupaciones en escena, es natural que en Olivos estuvieran inquietos por la nueva conducción de la Unión Industrial Argentina en pleno año electoral. Ignacio de Mendiguren fue una buena salida transaccional. El Gobierno podrá regodearse de que la UIA no fue capturada por AEA (Techint, Arcor y, sobre todo, Clarín), pero deberá lamentar que su intento de quebrar a los industriales, como hizo con la CTA o la Comisión de Enlace, haya fracasado. Hay que prever que esta UIA no será opositora, pero se irá volviendo, de a poco, demandante.


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