miércoles, 30 de marzo de 2011

Combaten con las mismas armas. Por Joaquín Morales Solá


Muy pocos cuestionarían a Cristina Kirchner por tener una relación normal con la Venezuela de Hugo Chávez. El problema de la presidenta argentina es que se trata de la única relación de absoluta coincidencia que tiene con el mundo y que ese vínculo no es normal. Perseguida por denuncias de corrupción entre funcionarios de ambos países y en medio de crecientes parecidos en los métodos de los dos gobiernos, esa relación atraviesa ahora, también, por un período de increíbles concordancias en las posiciones sobre la política internacional.
Ambos presidentes han encontrado un motivo de rencor en la misma persona: Barack Obama, al que combaten casi con las mismas armas retóricas que la derecha norteamericana. Chávez, más directo y llano, fue uno de los primeros dirigentes del mundo en cuestionar la incursión de aliados occidentales en Libia para frenar la criminal matanza de Khadafy a sus opositores. Ayer, Cristina Kirchner se le sumó con una alusión más sutil y alambicada: "Nosotros no resolvemos nuestros problemas a bombazos", se despachó, en una inconfundible referencia crítica a las operaciones militares contra el déspota libio. La ofensiva aliada en Libia, cabe recordar, cumplió con todos los requisitos de la legalidad internacional.
Con todo, el mayor conflicto de la presidenta argentina y su relación con Venezuela no está en el cielo de la política mundial. Se cocina mucho más abajo: en las turbulentas causas que investiga la Justicia, en las respetables denuncias que indican que hubo (¿hay?) trasiego de dinero sucio entre funcionarios de los dos países y en la creciente semejanza en las formas autoritarias de ambos gobiernos. Chávez y Cristina son autorreferenciales para todo: la patria son ellos y, por lo tanto, los adversarios son enemigos que merecen el definitivo ocaso.
La relación con el periodismo libre es, tal vez, la mayor analogía existente entre ambos líderes. Seguros de que la prensa independiente está en manos de capitalistas interesados, ellos impulsan un mundo donde el poder político sea el responsable de la información. Ese camino conduce, sin remedio, a la muerte del periodismo tal como se lo conoce hasta ahora. El periodismo ha sido históricamente el auditor cotidiano del poder y no podría convertirse en un satélite de éste sin perder su razón de ser. Chávez y Cristina Kirchner (y antes el esposo de ésta) representan expresiones de un raro fenómeno latinoamericano: son algunas de las propias democracias de la región las que se ocupan ahora de estropear la democracia. A nadie se le puede negar un premio y cualquiera puede arrogarse el derecho de premiar y ser premiado. Existen excepciones, sin embargo, y son las que involucran a las instituciones del Estado. La Universidad Nacional de La Plata ha sido, en la rica historia de la educación argentina, ahora devaluada, una prestigiosa casa de estudios. Su Facultad de Periodismo premió ayer a Chávez por el único mérito que ostensiblemente no tiene: promover la libre circulación de la información. Depredó, más bien, cualquier noción de la prensa libre con cierres de radios, persecución y cárcel para periodistas, intervención de canales de televisión y censura directa en diarios que no controla.
Confusión
Aquella confusión de los dirigentes políticos sobre el periodismo se torna especialmente grave cuando abarca también a los docentes de este oficio. Es casi una tragedia política que las prácticas autoritarias hayan cautivado a los claustros de profesores universitarios y que éstos consideren los rasgos del despotismo como una refrescante ráfaga de modernidad. El acto de ayer no fue neutral, pero sí expresivo, tal como se proclamó la decana de la Facultad: sucedió 48 horas después de que el gobierno de Cristina Kirchner, al que adhieren la decana y sus inspiradores (Gabriel Mariotto, entre otros), permitiera o promoviera un bloqueo total al diario Clarín, que no pudo distribuir su edición dominical, y un bloqueo parcial a La Nacion, que vio seriamente demorada la distribución de sus diarios ese día. Fuerzas de choque chavistas también agredieron en su momento en Caracas a medios periodísticos independientes.
El método se mezcla con la sospecha. Las fundadas denuncias que hizo en su momento el ex embajador en Venezuela Eduardo Sadous, sobre el tráfico de sobornos entre Caracas y Buenos Aires, se desvanecieron en la Justicia sin caminar hacia ningún lado. Ni siquiera se pudo explicar por qué dos gobiernos contrataron a una empresa intermediaria para agilizar los convenios económicos que ambos gobiernos habían firmado. Sólo esa información, que surgió de la denuncia de Sadous, obligaba a la política y a la Justicia a una investigación más profunda, que nunca pasó de la mera superficie mediática.
Doble discurso
Sorprende, al mismo tiempo, que altos funcionarios kirchneristas hayan sido exhibidos por WikiLeaks, como publicó ayer La Nacion, corriendo a la embajada norteamericana para explicarle que la relación de ellos con Chávez es sólo pragmática y mercantil. Sin embargo, otros cables de la diplomacia norteamericana, ventilados también por WikiLeaks, echaron velos de sospechas de corrupción sobre esa relación mucho antes de que Sadous hablara ante un juez. Desde la valija voladora de Antonini Wilson, con casi 800.000 dólares inexplicables dentro de un avión fletado por el gobierno argentino, el vínculo de los Kirchner con Chávez está manchado por la razonable suspicacia.
El problema no existiría, en efecto, si se tratara sólo de una relación normal con Chávez. Frondizi intentó mediar entre Kennedy y Fidel Castro cuando se avecinaba la ruptura definitiva entre ellos. Alfonsín se fue hasta La Habana para pedirle a Castro que dejara de darle aire y dinero a la guerrilla chilena, porque sólo conseguiría reforzar a Pinochet en la dictadura de Chile. Menem logró que Bill Clinton le concediera a Chávez la única entrevista personal que éste tuvo con un presidente norteamericano. Esa es la historia de la diplomacia argentina.
Otra historia de peligrosas semejanzas y de eventuales corrupciones es la que se escribe entre Buenos Aires y Caracas en los últimos años. No es la historia lo que prevalece, en este caso, sino el interés y la identificación.
fuente: La Nación

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