"Con los precios en Morenolandia en rápido ascenso, y carentes de un órgano respetable de medición, la única base de relevamiento confiable e incontrovertible la propuso un camionero devenido repentinamente en economista autodidacta": Guillermo Moreno en una creativa redacción del estudio Massot & Monteverde.
Había una vez dos reinos muy, muy lejanos…
En uno de ellos, las cosas andaban de maravilla. Y cuando no estaban 10 puntos, estaban casi 10. Como el crecimiento de la economía. Que se lograba sin necesidad de inversiones sino gracias a la tenacidad de sus gobernantes. Quienes, a puro decreto, habían conseguido derrotar a la miseria y la pobreza. Y al desempleo.
Todos estaban felices —jubilados, trabajadores, y no trabajadores— gracias a que tanto las jubilaciones, como los salarios y los subsidios habían sido fijados, por decreto, por encima de la frontera de indigencia, límite que también era definido por el gobierno. Fue así que este país de fantasía se había vuelto rico. Por decreto.
En uno de ellos, las cosas andaban de maravilla. Y cuando no estaban 10 puntos, estaban casi 10. Como el crecimiento de la economía. Que se lograba sin necesidad de inversiones sino gracias a la tenacidad de sus gobernantes. Quienes, a puro decreto, habían conseguido derrotar a la miseria y la pobreza. Y al desempleo.
El mérito se lo llevaba una innovativa terminología oficial que había establecido dos clases de empleados: unos que trabajaban y otros …que no trabajaban (¿¿!!). Los que no tenían trabajo eran considerados empleados por el solo hecho de recibir un
subsidio, aunque éste se otorgase precisamente en razón de estar desocupados.
Todos estaban felices —jubilados, trabajadores, y no trabajadores— gracias a que tanto las jubilaciones, como los salarios y los subsidios habían sido fijados, por decreto, por encima de la frontera de indigencia, límite que también era definido por el gobierno. Fue así que este país de fantasía se había vuelto rico. Por decreto.
¿Para qué esforzarse en ser eficientes y producir riqueza como hacían en otras latitudes, si en este país de ensueño uno podía ser rico a decretazo limpio?
Estos eran los beneficios de aplicar las políticas de redistribución. Un gobierno progresista. Orgulloso de lucir algunos de sus logros indiscutidos, como el progreso vertical de las villas, no precisamente turísticas. Progreso aun mejor reflejado en los abultados patrimonios de los funcionarios, que crecían a tasas verdaderamente chinas.
Estos eran los beneficios de aplicar las políticas de redistribución. Un gobierno progresista. Orgulloso de lucir algunos de sus logros indiscutidos, como el progreso vertical de las villas, no precisamente turísticas. Progreso aun mejor reflejado en los abultados patrimonios de los funcionarios, que crecían a tasas verdaderamente chinas.
En este reino imaginario, que los cronistas de la época llamaban Argentina, no existían las malas noticias. Por eso los diarios las inventaban y se ocupaban tozudamente de ellas como si en realidad existiesen. Como la inseguridad. O la inflación. Ficciones sobre las que no cabía ocuparse ni, mucho menos, preocuparse. Por eso, en este país de cuento no se necesitaban estadísticas ni índices.
Las cosas en la Argentina eran muy diferentes a lo que ocurría en Morenolandia, otro país de novela pero a la vez muy real, donde sus habitantes tenían plena libertad de expresión siempre y cuando sus opiniones no disgustasen al gobierno. Ahí estaba prohibido dudar de las increíbles estadísticas que conformaban y daban sentido a la historia oficial. Un grotesco inquisidor se dedicaba a torturar y amedrentar a los díscolos economistas que osasen ejercer su libre albedrío y difundiesen datos que, por lo creíbles y congruentes, resultaran desestabilizadores a ojos del censor.
Con los precios en Morenolandia en rápido ascenso, y carentes de un órgano respetable de medición,la única base de relevamiento confiable e incontrovertible la propuso un camionero devenido repentinamente en economista autodidacta. Preclaro pensador, identificó una nueva e irrefutable variedad de inflación: la del carrito de supermercado.
Claro que en Morenolandia, a diferencia de la maravillosa Argentina de fábula, sí
correspondía ocuparse de la inflación. Un primer paso obligado era no ignorarla. Pero el solo mencionarla implicaba desafiar las iras del comisario que —inmediatamente— requeriría pruebas, so pena de padecer multa y confinamiento. Esa necesidad angustiosa de respaldarse en datos incuestionables es lo que terminaría convirtiendo al carrito en la herramienta clave para medir la suba indisimulada de los precios. Y esto merecía concretarse en la elaboración de un indicador nuevo y sencillo.
El nuevo e indubitable índice mediría las modificaciones de un paquete representativo y
estable de bienes de consumo que integrarían un carrito imaginario. Lo hemos bautizado MoMo y es representativo de las variaciones reales de los precios en supermercados que ocurren en un país carnavalesco.
El MoMo está compuesto por una canasta muy simple y estable de bienes, de consumo
universal, de una misma variedad y presentación, y fácilmente localizables en cualquier comercio.
La fiabilidad de los datos está garantizada por los correspondientes tickets-facturas. Esta prueba documental deja fuera de sospechas el procedimiento de medición. Los comprobantes certifican la vigencia de los diferentes precios en cada una de las fechas consideradas (y corresponden a reconocidas cadenas comerciales).
Creemos que este indicador constituirá una base sólida y confiable para las discusiones laborales y para muchas negociaciones entre particulares que se realicen de aquí en más en Morenolandia.
De todas formas, cuando se trate de analizar y seguir la evolución de la economía real o de dar apoyo a ciertas decisiones empresarias, se seguirán necesitando los habituales relevamientos más amplios.
En estos casos, la confiabilidad de los datos continuará siendo función del grado de independencia que los clientes reconozcan a las fuentes. Aun cuando los censores insistiesen en estorbarlas y atemorizarlas, el seguimiento y difusión de la inflación real no desaparecerá. En el peor de los casos, pasarán a medirla otras firmas del exterior.
fuente: U24
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