martes, 16 de noviembre de 2010

República y monarquía. Por Pepe Eliaschev


República y Monarquía

Buenos Aires, 13 de noviembre de 2010 - La noticia conocida en la Argentina, de acuerdo con la cual el presidente uruguayo, José Mujica resolvió vender el predio presidencial uruguayo en Punta del Este, tiene una reverberación local, argentina, muy importante, al menos para mí la tiene, y en eso quiero, de alguna manera centrar el punto de partida de mi comentario. 


En Punta del Este, hace ya varias décadas, la presidencia uruguaya mantiene un predio de aproximadamente 5.000 metros cuadrados, que incluye una frondosa arboleda, una casa de 400 metros cuadrados en dos plantas, casas para caseros y para la ayuda del lugar, y una piscina. Es la residencia veraniega del presidente uruguayo. 

Mujica, un hombre que proviene de las filas de los Tupamaros y que fue electo presidente uruguayo, con más del 52 % de los votos, ha resuelto que, como una manera palmaria de acreditar su anunciado intento de gobernar desde y con la austeridad, ahora va a vender una casa que no usa y que no cree que debe usarse. 

Pero lo ha hecho con la inteligencia que caracteriza sus pasos de político criollo y transformador. Al vender, en 2.300.000 dólares, el predio, ha resuelto que la totalidad de ese dinero sea utilizada para la construcción de 50.000 viviendas populares, viviendas que habrán de ser entregadas a personas que no tienen techo, son los “sin-techo” uruguayos. 

Hay quienes podrían retratar esta medida de gobierno como un moralismo inconducente, una forma si se quiere primitiva e infantil de demostrar solidaridad con los pobres. No es el caso de Mujica. 

Mujica es un hombre pobre de toda pobreza. No solamente porque dedicó gran parte de su vida a la revolución (estuvo 13 años arrestado, detenido, cinco de ellos en confinamiento solitario absoluto, como consecuencia de su insurgencia en la fila de los Tupamaros), sino porque después de recuperar su libertad dedicó su vida a la actividad política transformadora en paz, sin violencia, sin acumular un solo dólar o un solo peso uruguayo. 

La tentación de confrontar el modelo uruguayo con la realidad argentina no voy a evitarla, de hecho lo voy a hacer. Cuando se comparan los estilos, las maneras, los caprichos con que el núcleo presidencial argentino maneja la fortuna que maneja, de cara a cómo sucede y a lo qué sucede en el Uruguay con un gobierno positivamente de izquierda, como es el gobierno del Frente Amplio, uno no puede menos que concluir que en la Argentina hay una gran liviandad, una irrisoria tolerancia para con el enriquecimiento, ya no solo de los ricos en general, sino de aquellos que siendo millonarios se proclaman defensores de los pobres y resueltos a transformar la realidad, siempre y cuando, claro, no afecte sus intereses personales.

En el curso de esta última semana la Presidenta se desplazó a Corea, en las antípodas geográficas de la Argentina (no hay un lugar más lejos al que ir desde Buenos Aires que no sea Corea) y en lugar de hacerlo como corresponde a un país que no puede movilizar su Tango 01 por razones mecánicas o legales, lo hizo en un carísimo avión privado, que solamente usan los principales oficiales ejecutivos de las grandes multinacionales del mundo. 

A esta ostentación deliberada e insultante de atributos de riqueza, en un país con millones de pobres, la Presidenta une, y es un dato que arranca mucho antes de la muerte de su marido, otro aspecto antidemocrático, peligrosísimo, que no ha sido debidamente atendido por los medios. Es la secretividad absoluta y permanente con que se mueve. 

De una manera absolutamente azarosa nos enteramos que había permanecido 18 horas en el aeropuerto o en la ciudad de Los Ángeles. La página oficial de la Casa Rosada no cuenta nunca en qué consiste la rutina de la Presidenta, con quién viaja, quiénes integran las comitivas, a qué hora sale, a qué hora llega, desde dónde lo hace. El Gobierno se maneja como si fuera la Presidenta de un país en un estado de excepción, donde se protege la información como si estuviéramos en estado de guerra. 

Secretividad, casi clandestinidad informativa respecto de los pasos oficiales y uso absolutamente abrumador de los recursos, que son del Estado, unidos a una vida personal fastuosa, como la que ha llevado a cabo históricamente en el Calafate, en Río Gallegos, están revelando un modelo que encuentra sus antípodas, no en un gobierno de derecha, conservador o fácilmente estigmatizable como “neoliberal”. Su contraparte es un gobierno como el del Uruguay, electo por el Frente Amplio, una coalición de comunistas, tupamaros, socialistas, artiguistas, independientes y que revela, en este modo de manejarse, como la acaba de ratificar José Mujica al vender la residencia presidencial en Punta del Este para hacer casas para los pobres, que en la Argentina hay claramente un divorcio absoluto entre lo que se dice y lo que se hace. 

En la Argentina se sigue socialmente venerando, o al menos tolerando y bancando a políticos, supuestamente transformadores que viven y funcionan como millonarios y además lo hacen con un absoluto desprecio por la información republicana, como si en lugar de ser presidentes, fuesen monarcas.

©pepeeliaschev 

Emitido en FM Identidad

http://www.pepeeliaschev.com.ar/Content.aspx?Id=15001 

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