sábado, 13 de agosto de 2011

Creo en Dios, creo en Scioli y creo en Cristina. Por Carlos Reymundo Roberts


Por si el lector no lo recuerda, estamos en veda. Es decir, no puedo hablar de política. En realidad lo que no puedo es hacer proselitismo. Por lo tanto, no puedo decir -aunque me muera de ganas- que mañana voy a votar por la señora Presidenta. Maldita veda: me obliga a hablar de bueyes perdidos.
Nada de bueyes perdidos: voy a referirme a temas centrales de nuestras vidas. Voy a aprovechar para hablar de religión. Me encanta la religiosidad de nuestros dirigentes. El aviso de esta semana de Scioli, en el que apareció a toda página arrodillado junto a su mujer y rezando, ¿no les resultó enternecedor? Y ese texto que decía "Yo creo en Dios", y después: "Creo en vos, creo en nosotros, creo en mí". Qué lindo que Daniel sea tan creyente, porque nadie puede pensar que está usando a Dios para juntar votos. Simplemente, en un momento clave de su vida política quiso compartir sus valores con todos nosotros, quiso darnos su testimonio cristiano. Sí, de cara a las elecciones de mañana hizo un acto testimonial. Se ve que le gusta, porque ya había sido candidato testimonial en junio de 2009.
Todo el mundo sabe, además, que Daniel es un hombre de fe. El creyó en Menem, en Duhalde, en Néstor, en Cristina (y en el que haga falta), rindiéndoles culto con piadosa devoción. Enraizado en la más pura ortodoxia cristiana, se olvida de sí mismo y, como decía un santo, su disposición de espíritu es la del que se convierte en alfombra para que los demás pisen blando.
Con esa disposición, con esa unción, participa de los discursos de la señora Presidenta. No importa que haya escuchado ya una y mil veces las mismas cosas. Nadie se cansa del Sermón de la Montaña. El está sentadito o paradito allí, en primera fila, conmovedor en su estoica asistencia y resistencia. Claro: ahora sabemos que religión y política se funden en su alma, y que su militancia es también un apostolado.
Otro aviso entrañable es el de Ricardo Alfonsín y Francisco de Narváez en TV. "Ricardo, yo creo en vos", le dice el Colorado. "Y yo creo en vos, Francisco", le responde Ricardito mirándolo a los ojos. Y la leyenda final: "Creemos en vos". ¡Qué maravilla! No hay en esta pieza una religiosidad explícita, pero hay mucha creencia, mucha fe en el otro y en los demás, mucha plegaria laica.
El Colorado y Graciela Ocaña eligieron Luján, la ciudad del mayor santuario de la Virgen en todo el país, para mostrarse juntos por primera vez. Días después ella quedó consagrada candidata a diputada nacional por la alianza Alfonsín-De Narváez. Y Macri y su mujer festejaron la reelección con un viaje a París, adivino que con el deseo de dejar su agradecimiento a los pies del altar de Notre Dame. Mauricio, ¡nunca un San Cayetano en Liniers, ¿no?!
Soprendentemente, Cristina también le dio un toque sobrenatural a su cierre de campaña. En realidad no sé si es tan sorprendente. En "La Presidenta", la biografía que ella escribió de su puño y letra (¡perdón el desliz! La escribió Sandra Russo, aunque con el puño y letra de Cristina), nos cuentan que estudió en La Misericordia, un colegio católico de La Plata. Y en el libro, algunos de los testimonios más cálidos sobre la señora -y eso que todos los testimonios desbordan calidez- son los de las monjas María Rosita Blanco y Martha Ravino, que fueron sus profesoras allí en la secundaria. Más de 40 años después, sólo recuerdan de aquella adolescente cosas buenas, lindas y graciosas, como que la mandaban al baño a lavarse la cara porque siempre llegaba a clase "toda pintarrajeada".
Cristina también tiene muy buenos recuerdos de La Misericordia. Quizá por eso, cuando se mudó a la residencia de Olivos con Néstor, en 2003, eligió para Florencia, su hija, otro colegio privado y católico: el tradicional La Salle, de Florida.
Pero volvamos al acto de cierre, este miércoles. "¡Dios la bendiga!", gritó alguien desde la platea del Coliseo apenas empezaba el discurso, surcando el aire con una invocación si se quiere inesperada. La respuesta (no soporto la maldad de los que sospechan que estaba todo guionado) fue tan inmediata como generosa: "Y Dios los bendiga a ustedes y bendiga a nuestro país". Lo mismo hizo al terminar. En el momento de mayor éxtasis, con todo el teatro de pie y ovacionándola, en medio de banderas que se agitaban, de papelitos celestes y blancos que caían, de ojos que lloraban y manos que aplaudían, volvió a pedir, con la voz quebrada, la bendición de Dios para todos y para todas, "y para nuestra querida patria". Me dio la impresión de que Scioli, unos pasitos atrás, quería decirle: "Creo en Dios, creo en mí y creo en vos, Cristina".
Sabemos que nuestro recordado Néstor se llevaba horrible con los curas, que quería echar al obispo castrense (claro, era obispo y, además, castrense; le parecía demasiado), que consideraba a Bergoglio su peor enemigo, y que ni siquiera quiso ir a los funerales de Juan Pablo II. Pero también sabemos que una cosa son las instituciones y los hombres, y otra es la fe. Además, El era El, y Ella es Ella.
En lo personal, no puedo más que aplaudir esta religiosidad de nuestros candidatos, aun cuando haya aparecido tan sobre el final de la campaña para las primarias. Me imagino mañana, al despertarme, no invocando a uno sino a todos los dioses. Los vamos a necesitar.
Fuente: La Nación

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