Nadie podrá culpar al Frente para la Victoria por haberse convertido en el Partido Unico. Que ello coincida con sus aspiraciones hegemónicas, manifiestas desde que asumió el poder, no significa que el gran contribuyente al logro de este íntimo anhelo kirchnerista no haya sido el tropel de opositores desarticulados que han preferido, en estas primarias, la exaltada pequeñez del fragmento a la sobria grandeza de la unidad.
La pobre lectura que la dirigencia antioficialista ha hecho de la demanda social reinante en los distintos sectores adversos al oficialismo se manifiesta en el hecho de que confió desmedidamente en el rechazo popular a la gestión del Gobierno y muy poco en la necesidad de ganar espacio como alternativa novedosa, afianzando la convergencia que, desde hace tanto, se le reclama.
La oposición no existe como tal ni existió tampoco en esta oportunidad. Hubo y hay diversidad de voces que dicen, ante todo, de la dificultad que tienen para escucharse unas a otras. Y la gente castigó esa insolvencia para el acuerdo. Si se sabía que la economía podía tener un papel decisivo en la orientación política de las capas medias, ¿por qué no se supo persuadir al electorado, durante la campaña, de lo que iba a hacerse en esta materia, preservando lo indispensable y transformando lo necesario? Basta una respuesta: la percepción política de quienes lideraron las distintas fuerzas opositoras en estas primarias fue inadecuada para generar confianza y consenso donde tanta falta hacían. El electorado no oficialista manifestó claramente su disconformidad profunda con lo que los adversarios del Gobierno le ofrecían. Tal es la conclusión ineludible que ponen de manifiesto los resultados del plebiscito de anteayer. En otras palabras, ese electorado prefirió lo que había al balbuceo. Y se volcó hacia el Gobierno.
La rotunda asimetría entre el oficialismo y las tendencias opositoras evidenciada por estas primarias prueba la endeblez de nuestro sistema de partidos y, por extensión, la fragilidad que compromete el desarrollo venidero de nuestra democracia. Más allá de sus propósitos, el Frente para la Victoria cosechó agradecido y no sin sorpresa los frutos que le brindó la ineptitud opositora para saber privilegiar el entusiasmo por un proyecto republicano.
Se ha dicho mucho ya y vale la pena repetirlo: la oposición fue derrotada ante todo por su irremontable fragmentación. A ese despedazamiento obstinado, el tiro de gracia se lo acaba de pegar la predilección por Cristina Fernández de Kirchner. Nadie contribuyó más a su propio derrumbe, el domingo, que los jactanciosos abanderados de esa falta de sentido común. Mientras ellos se despedazaban a dentelladas durante meses y meses, mientras exhibían retazos deshilachados de una tela incompleta y le daban la espalda a lo indispensable para entretenerse con lo accesorio, la gente emprendía la marcha silenciosa hacia las fuentes de la gratificación de hoy y hacia el conformismo con lo que hay.
Nada debería impulsar más la autocrítica de los dirigentes opositores que la decepción y la desconfianza manifestadas hacia ellos por una sociedad que no dudó en sumarse mayoritariamente a un gobierno con el que, en tantas cosas, no coincide. Su dedo acusador los señala ahora para recordarles que no supieron demostrar que el país les importaba más que el protagonismo personal. La economía auspiciosa no compró lo que estaba en venta, pero terminó por importar de manera poco menos que exclusiva allí donde nadie supo decir, del modo necesario, que otros valores integrados a ella son posibles.
Hay que reconocerlo: el Gobierno sabe ir hacia donde quiere, mientras que los opositores dicen querer ir hacia donde no saben hacerlo. Donde no se sabe convocar el porvenir se termina alentando la opción por la pura actualidad. Es lo que pasó. Hasta el campo terminó volviendo al redil y apoyando a quienes hasta ayer se ganaron su desconfianza. La Presidenta triunfó en el sur de Santa Fe, en La Pampa, en Córdoba.
Del llamado "milagro" del Frente de Izquierda deberían extraer, las menguadas fuerzas de la oposición mayoritaria, una lección primordial. El acuerdo que lograron el Partido Obrero, el Partido de los Trabajadores Socialistas y la Izquierda Socialista demuestra cuál puede ser el efecto benéfico que, en términos de credibilidad, produce en los electores el hecho de saber privilegiar la unidad sobre la atomización.
Los principios republicanos, la ética pública concebida como valor innegociable, no bastaron ni mucho menos para persuadir a tantos votantes disconformes, en esos órdenes y en otros, con la gestión oficial. Lo prueba el fracaso electoral de Elisa Carrió. Tampoco la inseguridad reinante y que descalifica las acciones hasta hoy emprendidas por el Gobierno en esta materia impidieron que, a la hora de votar, el oficialismo se beneficiara con la predilección de quienes no coinciden con él. Y no es difícil explicarlo. Las inconsistencias opositoras, las sospechas que recayeron sobre la idoneidad de sus representantes y las dudas sobre su aptitud para gestionar colectivamente lo que prometían terminaron siendo mayores que todas las reservas inspiradas por el partido gobernante.
Si bien los factores que determinan la predilección popular por un candidato suelen ser variados y volátiles, estas primarias obligatorias no deben inducir a engaño a las vapuleadas fuerzas de la oposición. Ellas deben dejar de confiar en que la disconformidad con el Gobierno pueda hacer por ellas el trabajo fundamental. Tal como se muestran, no son representativas. Si desean llegar a serlo o al menos a intentarlo, tendrán que entender qué es lo que hasta ahora se lo impidió.
Vale la pena reiterarlo. Quienes se postularon como voceros de la democracia republicana ante los representantes de la democracia populista no fueron convincentes. Nadie, en consecuencia, puede dudar de que ha sido el populismo el gran beneficiario de este ensayo electoral. Supo hacer llegar su mensaje y contó con el apoyo invalorable de un bullicio estéril por la parte contraria. El electorado desoído que ésta contribuyó a crear, en lo que hace al reconocimiento de sus demandas primordiales, acaba de castigar a quienes no supieron representarlo.
¿Cambiará esta situación en un par de meses? La exigencia es tan alta, la tarea tan compleja, que la oposición, para configurarse como tal, no puede menos que pensar en un proyecto de mediano plazo. Esto significa que no se trata, esencialmente, de ganar las elecciones de octubre. Se trata de generar una alternativa perdurable a la del oficialismo que enriquezca y fortalezca la democracia argentina, que la aleje de los riesgos del Partido Unico, que abra el camino hacia el bipartidismo indispensable. Quienes no creen que esto sea posible y necesario trabajan desde hace mucho para decretar caducos, entre nosotros, los ideales de la República.
A nadie medianamente orientado se le puede escapar qué palpita detrás del pragmatismo descarnado que imperó en este ensayo electoral. Palpita una sombría resignación a vivir en un país donde la democracia, concebida como aspiración a conciliar principios y pluralismo, equidad social y educación plena, bipartidismo y desarrollo integral, la ley y la solidaridad, no pueda alcanzarse en un plazo razonable. Algo del desaliento que hoy cunde en las democracias desarrolladas también parece expandirse entre nosotros. La crisis mundial de este momento, antes que una crisis económica, es una crisis de creencias, de convicciones democráticas, entendidas como recursos aptos para infundir y ampliar la dignidad de la vida humana. Y se diría que la sombra de esa crisis parece empezar a extenderse también sobre nosotros. Por eso, más allá de los recaudos económicos que es preciso tomar y de los que tanto empieza a hablarse en esta hora, bien haríamos en preguntarnos qué cabe hacer para enfrentar este conflicto al que una oposición desmembrada tanto parece aportar, al no impedir que el descrédito de la democracia republicana siga prosperando entre nosotros.
© La Nacion.
Santiago:
ResponderEliminar¿Ud. cree en la magia ó en los milagros? Permítame manifestarle que NO EXISTEN. Simplemente, hay innumerable cantidad de sucesos que están dentro del ORDEN NATURAL, pero que nuestra "inteligencia" no alcanza a comprender.
Para lograr en sólo 2 meses lo que no se atinó a realizar con honestidad, perseverancia, ejemplos, buenas y patrióticas propuestas, etc. durante varios años, realmente haría falta el toque mágico de Mandrake. A no ser que, como de costumbre, el insigne bañero de Lomas se las arregle para sembrar con sus adláteres destrucción, confusión y víctimas. Menudo milagro. Aunque tampoco creo que sirva de algo.
Tilo, 70 años.