Ocurrieron ayer dos cosas. La primera fue la noticia de que la Presidenta confirmó su arrasador triunfo del 14 de agosto . La segunda fue otra confirmación: la oposición debe, según el Gobierno, quedarse callada, y los diarios no deben hablar de ella. Así se deslizó claramente durante la conferencia de prensa del ministro del Interior, Florencio Randazzo . El oficialismo reprochó a la prensa luego del 14 de agosto porque fue crítica de la oposición y porque no miró sólo a la victoriosa Cristina Kirchner. Ahora, el kirchnerismo lo increpa al periodismo porque difundió las denuncias opositoras sobre irregularidades en los comicios. Conclusión: para la teología del kirchnerismo, el periodismo debe hablar sólo de la Presidenta y olvidarse, para bien o para mal, de que existen opositores. La democracia argentina anda, así, por una pendiente.
Vamos, entonces, a las conclusiones electorales. Octubre se apresuró. Las definiciones electorales previstas para ese mes sucedieron en agosto. Tienen razón Mauricio Macri y Ricardo Alfonsín cuando dicen que es improbable, si no imposible, que ocurra un cambio en octubre con losresultados del 14 de agosto . El escrutinio definitivo, conocido ayer, confirmó los provisorios. Cristina Kirchner ganó con el 50,24% de los votos. Segundo se consolidó Alfonsín con el 12,20% de los votos, apenas ocho décimas arriba de Eduardo Duhalde, que llegó al 12,12 por ciento.
Sin embargo, lo que ningún dirigente opositor dice es que otra definición se adelantó también dos meses: la necesidad de una profunda renovación del arco antikirchnerista. El muy mal desempeño de la oposición, separada por un océano de votos de Cristina Kirchner, plantea la finitud de algunos liderazgos y, tal vez, de algunos partidos.
El caudal de votos kirchneristas lo ha llevado al oficialismo, o a sectores de él, a ilusionarse con una reforma constitucional o con la candidatura presidencial de Amado Boudou en las presidenciales de 2015. Hace tres meses, Boudou fue descartado como candidato a jefe de gobierno de la Capital porque las encuestas le eran hostiles. ¿Una temporada de jean, guitarra y rock puede haber cambiado tanto el potencial electoral del ministro de Economía? Todo depende, otra vez, de los reflejos de la oposición, no ya para octubre, sino para los comicios legislativos de dentro de dos años. Difícilmente habrá un 2015 victorioso para el no kirchnerismo si éste no hiciera antes unas elecciones dignas en 2013.
En los últimos días, la oposición planteó la instalación inmediata de la boleta única el 23 de octubre y se quejó de que muchos presidentes de mesa, que trabajaron el 14 de agosto pasado, fueron designados por sectores vinculados al oficialismo. El gobierno respondió que no se deben cambiar las reglas del juego en medio del partido. La boleta única significaría un enorme progreso para el sistema electoral argentino, pero ahora podría ser tarde para aplicarlo en poco más de siete semanas, que es el tiempo que resta hasta las presidenciales del 23 de octubre. No faltaron ideas. De hecho, en el Senado hay un proyecto de boleta única del senador Samuel Cabanchik de abril de 2008, respaldado por casi 30 senadores. Faltaron la voluntad y la audacia. O aparecieron demasiado tarde.
¿Por qué la propia oposición no promovió antes que gente de sus filas se inscribiera como aspirante a presidentes de mesa? ¿Creyó, acaso, que ese crucial cargo electoral sería despreciado por un oficialismo que controla cada resorte del Estado y que estaba dispuesto a todo para colocar a la Presidenta en medio de una opulencia nacional de votos? Incluso se archivó el llamado "acuerdo democrático" de 2009, que obligó a cada fiscal opositor de mesa a controlar las boletas de todos los opositores. Omisiones, descuidos y tardanzas sólo explican, con todo, una pequeña parte de la tragedia política opositora.
El problema es que creyeron en la teoría de que el kirchnerismo era un "ciclo terminado", sin pasarla por la necesaria prueba o sin condicionarla a la prueba. No hubo medición de opinión pública (y hubo varias independientes y honestas que se acercaron bastante al final del 14 de agosto) que los convenciera de lo contrario, ni estrategia alternativa que sustituyera a la hipótesis de una etapa irremediablemente concluida. La desconexión con la sociedad puede encontrarse en un dato elemental: ningún candidato opositor le habló a la gente común de la economía, pero ésta votó con la cabeza puesta en la economía. ¿Equivocada? ¿Ilusionada con la permanencia de una relativa estabilidad? Puede ser, pero las sociedades no votan preocupadas por lo que podría pasar, sino por lo que sienten que pasa.
El peronismo no kirchnerista se está preparando para un relevo. Duhalde está cumpliendo su última gestión como dirigente político. Perdió todas las elecciones después de su último triunfo como candidato a senador hace diez años, en octubre de 2001. Alberto Rodríguez Saá nunca será una alternativa nacional del peronismo y hasta el propio Carlos Reutemann no podría convertirse en una referencia después de no estar cuando debía estar. Daniel Scioli, José Manuel de la Sota, Jorge Obeid y Juan Manuel Urtubey son las figuras emergentes de ese peronismo (algunos están escribiendo documentos preliminares) que intentará renovarse con otros hombres y con otras políticas. El obstáculo de ellos es que la mayoría son gobernadores, o lo serán, y necesitarán, por lo tanto, de un acercamiento con el gobierno financieramente más unitario desde la restauración democrática.
El radicalismo sólo ha tenido vida, desde el final de Raúl Alfonsín en 1989, cuando se ha mezclado con amplios y creíbles acuerdos electorales. Fue así en 1999, cuando ganó Fernando de la Rúa, y volvió a hacer buenas elecciones en 2009, cuando enhebró un pacto electoral con el socialismo y la Coalición Cívica. Le fue cada vez peor cuando antepuso los intereses del partido a los intereses electorales, error en el que los radicales suelen caer con frecuencia. El radicalismo deberá reinventarse ahora con otros dirigentes y con otra impronta o chocará fatalmente con su propio ocaso.
Tampoco la oposición conseguirá muchas conquistas si sólo se dedicara a esperar que las estelas de la crisis económica internacional desequilibre al Gobierno. La crisis probablemente llegará a la Argentina, con mayor o con menor fuerza. ¿Será, en ese caso, otra culpa del periodismo, como lo son todas las noticias adversas que recibe el oficialismo? Nada predestina, no obstante, que la solución se depositará en manos de una oposición capaz de cometer tantos errores en tan poco tiempo.
Fuente: La Nación
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