Tras la crisis del campo y el fracaso electoral del oficialismo en 2009, muchos analistas empezaron a hablar del fin del ciclo K y de la necesidad de estructurar un proyecto poskirchnerista. El oxígeno externo de los términos de intercambio (precio de los productos que exportamos respecto a los que importamos) y la apropiación de otras "cajas" internas de financiamiento del gasto público (AFJP, Reservas del Banco Central) devolvieron a la sociedad la sensación de bonanza económica. Con la economía en recuperación transitoria, el Gobierno rearticuló el relato populista: guerra a los medios "opositores", apropiación política partidaria de los derechos humanos, "fútbol para todos" y consumo "para todos". La muerte del ex presidente fue aprovechada para dotar al relato de misticismo militante, además de operar como borrón y cuenta nueva a las crecientes sospechas e imputaciones de corrupción. La posmodernidad populista había logrado su objetivo del aquí y el ahora: "Cristina, ya ganó".
En el arco opositor, el relato oficial caló tan hondo que, con honrosas excepciones, todos empezaron a asumir "el cristinismo" como la nueva etapa K, dejando para otra oportunidad la idea de consensos catalizadores de un proyecto capaz de erigirse en un relato alternativo no populista, republicano, inclusivo, de desarrollo y de justicia social. En las primarias abiertas triunfó el presente de manera abrumadora, pero, a no equivocarse, una mayoría disgregada aguarda el proyecto y los liderazgos de un futuro inminente.
Cuando Nietzsche concentró su agudeza intelectual en la "deconstrucción" de los metarrelatos que la fe (la religión) y la razón (la ciencia, la política) proveen para estructurar el ser y dar sentido a la existencia, advirtió que aumentaría la angustia existencial en el individuo y en la sociedad. Había que aprender a navegar en la nada. El "superhombre" de Nietzsche es, al fin y al cabo, el que está en condiciones de surfear el devenir, de encontrar sentido existencial en el instante. Con sus ideas, el filósofo alemán había dinamitado el "ser" heredado de la metafísica de Parménides y sembrado la simiente de la hoy ascendiente cultura posmoderna.
En esta misma página planteamos la necesidad de analizar la ola populista argentina y mundial en clave posmoderna. El populismo atiende demandas inmediatas y, a partir de una visión maniquea, se ocupa de la satisfacción del instante sin reparar en las consecuencias. Posmodernidad y populismo convergen en la obsesiva valoración de la gratificación presente. El futuro se descuenta a tasas tan altas que no tiene valor presente. En "el imperio de lo efímero" el futuro no cuenta.
Los Kirchner encarnan liderazgos posmodernos. Siempre tuvieron en cuenta la sucesión de nuevas sensaciones para eternizar el instante de la Argentina posmoderna: "fútbol", "milanesas", "televisión digital", "plasmas", "ascensos", "subsidios". Lo de "para todos" califica la inmediatez consumista, el aquí y el ahora, y persigue la identificación del universo social con las sensaciones de unos pocos que operan como los satisfechos del día.
El relato populista de los K siempre ha buscado surfear el devenir de las sensaciones colectivas (por eso aparece como "todoterreno" para el análisis moderno) y, por definición, no es principista, ni consistente con el pasado (el pasado es un instrumento del relato presente). La estrategia excluyente es hacer lo que sea necesario para preservar el poder presente. Por eso, cualquier mala noticia que desafíe el instante de poder, hay que negarla? todo deviene, todo deja de ser. Si el instante desfavorece, hay que ocuparse del próximo instante y ofrecer una nueva sensación al inconsciente colectivo. La táctica comunicacional conjuga atril, cadena nacional, medios militantes, redes sociales y hasta grageas de Twitter. Todos consustanciados con los ajustes del relato a la sensación de turno.
Alguno replicará a esta altura de la deconstrucción: "Pero ¡funcionó!" Sí, pero el rumbo de colisión es congénito al proceso de retroalimentación populista por restricciones internas y externas que tarde o temprano sobrevienen. Así como la sumatoria de tácticas no define un rumbo estratégico (que no sea el poder por el poder mismo), la sumatoria de corto plazo termina enfrentando a la gestión populista a los problemas de largo plazo. El culto al devenir social, sedante en la inmediatez del presente, deja sin respuesta a los planteos de fondo del ser social argentino (pobreza, inseguridad, trabajo, educación, progreso). Esos problemas, que requieren políticas de largo plazo, tienden a agravarse con el tiempo. El paso del tiempo también licua las rentas apropiables y agota los stocks acumulados que han financiado las sensaciones de consumo existencial. Aunque la construcción del relato político pueda seguir erigiendo enemigos de ocasión, las restricciones financieras y la creciente inflación erosionan el sustento del relato económico. Cuando empiezan a aparecer conejos muertos de la galera, la religión del presente se torna insoportable. Anthony Giddens, el ideólogo inglés de la Tercera Vía, asocia la rebelión juvenil en Europa a la sensación de exclusión consumista. "El no poder comprar es el estigma odioso de una vida sin sentido". De ahí "me rebelo, ergo, existo".
El relato del populismo posmoderno tarde o temprano deriva en "la insoportable levedad" del ser social que procuró manipular. Y así como muchos posmodernos naufragan en la nada, decepcionados de aferrarse a lo efímero, muchas sociedades pagan las consecuencias de haber entrampado su destino en espejismos de corto plazo.
El agotamiento del ciclo K, más allá de la euforia triunfalista de hoy, va a producir una nueva sensación de vacío social. Si se responde a los desafíos que sobrevendrán con otro relato posmoderno, la Argentina seguirá entrampada en el corto plazo y perdiendo posiciones relativas en la región y el mundo. Prisionera de las lacras sociales que ha sido incapaz de superar. Urge acordar y sentar las bases de un relato alternativo moderno, que aprenda del pasado y asuma los problemas del presente ponderando el futuro. Urge reemplazar los liderazgos posmodernos con sesgo y vocación caudillista, por nuevos liderazgos comprometidos con el futuro. No habrá posibilidades de resolver los problemas de corto plazo sin planes de largo plazo. Urge encontrar los estadistas del siglo XXI, preparados para militar en una contracultura refractaria de los atajos populistas y comprometida a honrar la justicia social con su dimensión intergeneracional. Para afrontar los desafíos que se vienen hay que restablecer el valor del diálogo y de los consensos en la democracia. Los consensos deben tener como objetivo la formulación de políticas de Estado de largo plazo que sienten las bases de un proyecto argentino para el siglo XXI. Como el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución de 1853 sentaron las bases del proyecto argentino que rigió los destinos del país hasta 1930.
El ciclo populista posmoderno validado en las urnas en el presente ofrece una nueva oportunidad e impone nuevos deberes a los que creen en un futuro de alternancia republicana y políticas de Estado para alcanzar el desarrollo económico y social.
Hay señales que alimentan la esperanza: la labor pionera de ocho ex secretarios de Energía de las distintas administraciones de la democracia en la formulación de políticas de Estado para el sector, a partir del diálogo, las concesiones recíprocas y los consensos; la propuesta de otros cuatro ex secretarios de Agricultura de distintas administraciones de la democracia para otro sector vapuleado por el corto plazo; el documento de consensos institucionales que firmaron varios líderes políticos de distintos partidos en diciembre del 2010. Todas pinceladas incompletas de un cuadro que hay que seguir pintando para que la Argentina actual, prisionera del credo del instante, vuelva a reparar en el futuro de grandeza que corresponde a sus potencialidades.
FUENTE: La Nacion
El autor, ex secretario de Energía, es doctor en Economía y en Derecho y Ciencias Sociales
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