La desnutrición infantil crece pavorosamente en un país donde se dice que se respetan los derechos humanos
Educación, trabajo y solidaridad es lo que necesitan todas las familias argentinas que están desposeídas de lo más elemental. Resulta por lo menos sospechoso y contradictorio que hoy se enarbole la insignia electoralista del "trabajo esclavo" contra muchas empresas que cumplen con todas las normas laborales, cuando ni el Estado nacional ni los provinciales o municipales cubren estas profundas y antiguas deudas con los más necesitados. Los gobiernos no se responsabilizan de crear las oportunidades de trabajo y grandes grupos de personas se ven obligados a buscarlo muy lejos de sus hogares para poder llevar el pan a sus familias
Una cortina de humo político y estatal acerca de este tema está logrando que esas y otras empresas resuelvan a futuro la incorporación de modernas maquinarias que harán la tarea que hasta ahora hacían los cientos de miles de trabajadores que se movilizan de las provincias más pobres, todos los años, y que luego vuelven a su lugar de origen con un ingreso que les permite sostenerse todo un año.
De todos modos, y de manera absolutamente conexa, nada logrará ocultar una realidad agraviante e inconfesable: más niños siguen muriendo por desnutrición en la Argentina del siglo XXI, en un país bendecido por la naturaleza, exportador de alimentos por excelencia. Muchos serán, posiblemente, en el corto plazo, los hijos de esos trabajadores recién mencionados.
En el norte salteño, dos bebes de la comunidad wichi murieron por desnutrición en el último fin de semana y, anteayer, murió una niña de dos años con un cuadro de desnutrición grave. En total, son nueve las muertes ligadas a esa afección que sufren las comunidades aborígenes. Por supuesto, estos niños pueden haber muerto aparentemente de diarrea infantil, por un paro cardiorrespiratorio o una neumonía, o por cualquier otra causa. Pero por detrás, ominosamente, está el flagelo de la desnutrición que los acosa prácticamente desde el momento del nacimiento.
Este fenómeno está creciendo en la Argentina de una manera pavorosa y no perdona prácticamente a ninguna de nuestras provincias, ni al conurbano bonaerense ni a la ciudad de Buenos Aires. Por eso decimos que de este tema hay que hablar una y otra vez, hasta que se le ponga fin. En noviembre del año pasado, en el editorial titulado "Desnutrición en la Argentina", a raíz de las muertes de niños en la provincia de Misiones, decíamos que ninguna de las leyes sancionadas sobre el tema alcanzan a los que más necesitan de su aplicación. Y a pesar del hambre, aún no hay una ley de donación de alimentos. Hay, sí, dos proyectos que están detenidos en Diputados desde hace más de un año. Uno de ellos es el que postula un nuevo artículo 9 para la ley nacional del régimen especial para la donación de alimentos (la ley Donal, conocida también como la del buen samaritano). Como se recordará ese artículo 9, que hacía factibles donaciones de alimentos con fallas en el etiquetado, errores de gramajes o cercanos a la fecha de vencimiento, fue vetado por el Poder Ejecutivo después de su aprobación, en 2005, y desde ese momento la ley quedó sin poder aplicarse.
A pesar de que se nos dice que vivimos en un país donde reinan los derechos humanos, todos los recursos que para paliar esta situación se han elevado desde la sociedad civil a las máximas autoridades de la Nación han sido minimizados o desechados, y hasta neutralizados.
El doctor Abel Albino, creador de la Fundación Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin) hace 18 años y una autoridad reconocida internacionalmente, nos recuerda permanentemente que en la Argentina muere un niño menor de 5 años cada dos horas por causas ligadas a la desnutrición y debida en gran medida a las fallas culturales, que el sistema educativo no corrige: "En una casa con una madre analfabeta, la mortalidad infantil se multiplica por tres". En su vasta experiencia, es muy doloroso devolver a la sociedad un niño recuperado (en alguno de los 29 centros de la fundación que hay en todo el país), para comprobar luego que a los pocos meses, y ya viviendo en un ambiente tan inhóspito como el primero en el que se crió, ese chico vuelve a padecer otra vez desnutrición.
La desnutrición infantil es un urgente problema de todos. No se puede seguir esperando de brazos cruzados a que cada dos horas muera un niño menor de 5 años. Todos los sectores de la comunidad argentina debemos involucrarnos y comprometernos. Nuestros niños se están muriendo ante nuestros ojos. Quitémonos la venda que nos oculta esta realidad.
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