Las protestas callejeras que de pronto tumbaron a los regímenes autoritarios de Túnez y Egipto se siguen extendiendo. En los más diversos escenarios. Entre ellos, los de Libia, Baharain, Irán, y ahora también en Bolivia, en reacciones que merecen algunas reflexiones.
Lo de Libia no es, para nada, sorpresivo. En rigor, los cánticos y las consignas que -por espacio de 18 días- resonaron en la Plaza Tahrir, de El Cairo, incluyeron con frecuencia referencias directas y duras contra el Coronel Muammar Khadafy, el quijotesco y autoritario líder libio, que desde 1969 (esto es, desde hace más de cuatro décadas) empuña férreamente el timón de su país, sin intención de cederlo, salvo a alguno de sus hijos. Por ello, los recientes episodios violentos ocurridos en Benghazi, la segunda ciudad Libia, eran previsibles, particularmente desde que esa ciudad tiene una dinámica política particular, casi separada del resto del país.
Como sucede normalmente con los gobiernos dictatoriales, la prensa Libia no dijo una sola palabra sobre las protestas callejeras contra el nepotismo, el culto a la personalidad, y el monopolio del poder por parte del régimen autoritario de Khadafy. Convergiendo en este caso sobre la plaza Shajara -en el centro de la ciudad- miles de voces estremecieron a Benghazi. Grupos de matones alquilados salieron, como ya es habitual en estos casos, a defender a golpes a Qaddafi, apaleando sin misericordia alguna a quienes se manifestaban en su contra. Una vez más, Twitter y Facebook fueron esenciales, también en la organización de las protestas libias. La cadena árabe de televisión, Al Jazeera, que informó ampliamente sobre las protestas en Benghazi, fue objeto de insultos por parte de turbas partidarias del gobierno, en Trípoli, la capital del país.
También la ansiedad se apoderó de Bahrain. Esta es, en rigor, la primera infección seria que aparece entre los países del Golfo. No es una situación nueva. Hay todo un historial de protestas en Bahrain que se han acumulado en los últimos años. El problema tiene componentes religiosos. Bahrain está gobernado por un monarca y una minoría "sunni", pero su población es, en un setenta por ciento, "shiita" y desde hace rato se sospecha que la mano de Irán está alimentando sus protestas. Los otros países del Golfo siguen, visiblemente preocupados, la evolución de los acontecimientos en Bahrain. Particularmente, Arabia Saudita.
En Irán, también, se ha vuelto a protestar. El país de los persas sufre el rigor de uno de los regímenes más duros de la tierra. Desde principios de año las autoridades locales han aplicado la pena capital a una persona cada nueve horas. En enero solamente hubo 87 ejecuciones. Muchas tuvieron que ver con disidentes y opositores.
Para peor, las autoridades iraníes han aislado a los dos líderes de la oposición: Hussein Moussavi y Mehdi Karroubi, en sus respectivos domicilios, sin teléfono, agua, ni electricidad, con la salida y la entrada de personas prácticamente prohibida, incomunicándolos así del resto de la sociedad. Y, una vez más, los parlamentarios están reclamando su enjuiciamiento y muerte. En Irán, desde hace rato ya, no hay libertad de prensa, ni de opinión y los corresponsales extranjeros son rutinariamente expulsados si con sus informes perturban al régimen teocrático. Pese a ello, en los últimos días se estima que unas 30.000 personas han salido en protesta a las calles de Teherán. Por su simbolismo, el gobierno parecería temer que la gente se instale en la Plaza Azadi y, por ello, utiliza constantemente a sus matones para mantenerla despejada.
Pese a las enormes dificultades descriptas, lo cierto es que Irán ha vuelto a protestar. Con las limitaciones derivadas de lo que probablemente sea el régimen más duro de todas las actuales expresiones de autoritarismo del mundo. Aún así.
Para cerrar, dos palabras sobre Bolivia. Tengo la sensación que éste es el país de nuestra región en el que las calles podrían quizás desestabilizar al gobierno actual. Hay una creciente disconformidad con la poco eficaz gestión de Evo Morales. La semana pasada, un desprestigiado Morales -y su comitiva- no pudieron ingresar en Oruro. Lo impidió la gente. Ahora fuertes manifestaciones callejeras están llenando de nerviosismo particularmente a Cochabamba, Oruro y Potosí. En estos casos, la razón inmediata (o excusa) es el "tarifazo" en los medios de transporte, que la gente no acepta. Los cortes de rutas, bloqueos de accesos, paros cívicos y enfrentamientos (y hasta agresiones) con los transportistas están a la orden del día. Algo parecido ocurre asimismo en Santa Cruz de la Sierra. Una vez más, el nerviosismo parece haberse apoderado de Bolivia y la magia que alguna tuvo Evo Morales ya no es lo que era. Grave.
También en la desquiciada Nicaragua hay nuevos movimientos sociales juveniles de protesta. Me refiero a la "Red Nacional de Resistencia Ciudadana" y al "Movimiento Pedro Joaquín Chamorro". Ambos protestan contra las ambiciones que tiene Daniel Ortega de perpetuarse en el poder, a pesar de la clara prohibición constitucional que se lo impide. Y anuncian que, si el gobierno no aporta soluciones, a sus preocupaciones concretas "será el pueblo quien deba construirlas".
Las protestas, queda visto, se extienden. Algunos dictadores y líderes autoritarios tiemblan por ello.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
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