Como es público y notorio, mi adhesión al kirchnerismo es más bien tardía: no tiene ni siquiera cuatro meses. Y ahora que el destino me ha abierto los ojos y veo todo con extraordinaria claridad, no puedo creer que haya estado tanto tiempo a oscuras, casi diría a ciegas, negando una realidad incontrastable. Para decirlo de un modo bien directo: sólo una actitud obcecada, infantil e incluso algo perversa me impedía ver el paraíso que la era Kirchner ha puesto a nuestra disposición.
Estas reflexiones vienen a cuento de que cada día que pasa descubro un nuevo tesoro, cada día se me aparece un mundo que antes ignoraba o negaba. La semana que hoy termina ha sido pródiga en ese sentido. No hubo jornada en la que alguno de los nuestros no me haya hecho sentir orgulloso y me haya afirmado más en esta misión. Me dirán que es el fanatismo propio de los conversos. Puede ser. Sin embargo, me propongo compartir con los lectores uno de esos tesoros, con la convicción de que, al cabo, serán muchos los que se inclinarán rendidos ante la evidencia. Como yo.
El más sublime acontecimiento de estos días ha sido el consejo de Cristina de que no nos privemos de comer milanesas rebozadas del Mercado Central a 21 pesos el kilo. El cielo es extraordinariamente generoso con nosotros: cuando todo el mundo esperaba una respuesta a las gravísimas acusaciones de Estados Unidos, filtradas por WikiLeaks, sobre la corrupción en la Argentina, e incluso al procesamiento del recaudador de su campaña presidencial por malversar fondos y lavar dinero, la señora les hizo pito catalán a esas expectativas y, poniéndose por encima de tales menudencias, nos ayudó a preparar la vianda.
Además, lo hizo con gracia y picardía. Contó que ella misma las había comido con sus hijos en Olivos la noche anterior, y, con cabeza fría de jefa de Estado y corazón caliente de madre, pidió que las que se vendieran en el mercado fueran "de la misma calidad" que las que les habían servido a ellos. Su celo fue excesivo: todos estamos convencidos de que no va a haber diferencia alguna.
Cristina no deja de asombrarme. Como quien no quiere la cosa, demostró de paso la distancia que hay con su siempre entusiasta ministro de Economía. Asesorado por la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, Boudou nos había recomendado ir al Mercado Central a comprar una palta, rica pero inconsistente, mientras que ella nos sugirió un alimento de muchísimo mayor valor nutritivo (bueno, llena más) y con toda una historia en la mesa de los argentinos.
Allí hay, además, mucha sabiduría de ama de casa. El Mercado Central está en uno de los lugares de más incómodo acceso de la Capital Federal , y se sabe que es una zona poco segura. No vale la pena, pues, irse de excursión a los indios ranqueles para volver con una mísera palta, como aconsejaron Boudou y Marcó del Pont. Otra cosa es llenar el changuito con las rebozadas a 21 pesos el kilo. Dicho sea de paso, qué bien me hace sentir que tan altos funcionarios hablen de paltas y milangas en vez de estar pensando en pavadas.
Ah, me estaba olvidando: acaba de publicarse que en realidad las paltas del Mercado Central no estaban a 1 peso, como dijo el ministro, sino a 2, y que además no queda ninguna porque no es temporada. Digo, para evitarles el viaje.
Como bien sabemos, Cristina ya nos había recomendado vivamente la ingesta de pescado y, más vivamente aún, de carne de cerdo, a la cual le descubrió efectos afrodisíacos. Aquella frase suya sobre que "es más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar Viagra" es de las más ocurrentes y deliciosas que yo le recuerde.
Muchos se preguntarán -incluso en nuestras propias filas- si se gana una elección hablando de milanesas y del sexo alimentado con carne de chancho. En mi opinión, se ganan las elecciones gobernando bien, y no hay mejor forma de administrar la cosa pública que estar preocupado por lo que come y lo que paga la gente. Según parece, la llave del tesoro para imponerse en octubre sigue estando en la provincia de Buenos Aires y, especialmente, en el conurbano profundo e infinito, donde, es muy probable, se habla más del precio de la chuleta que de las filtraciones de WikiLeaks.
En la intimidad, yo les digo a mis amigos kirchneristas, especialmente a los más intelectuales (Aníbal, Timerman, Randazzo), que se asustan cuando la señora se mete en estos berenjenales: "Ella no sabe nada ni de comida ni de precios, porque hace 30 años que no entra en la cocina ni pisa un supermercado, pero sabe mucho de política. Está cerca de la gente". Y remato, levantando un poquito la voz: "Tranquilos, en octubre ganamos caminando".
No sé por qué, algunos peronistas siguen preocupados después de escucharme. O no me entienden o no los convenzo. Hay una tercera posibilidad, pero prefiero no pensar en ella: que más de un pícaro haya empezado a remar en contra.
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