domingo, 2 de septiembre de 2012

Trama secreta del diálogo FARC/Santos... y Fidel... Noruega... Chávez



Es la última oportunidad de alcanzar una paz negociada en Colombia. De un lado, el Estado colombiano, que fue ayudado en su guerra por el Pentágono estadounidense; del otro, un adversario temible, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con vínculos con el narcotráfico. Hacia atrás se acumulan muchos fracasos en ese intento. Pero algunos afirman que en esta oportunidad es diferente. 2 artículos periodísticos ayudan a comprender qué está sucediendo en Colombia:


Lectura N°1 / Diario El Tiempo, de Bogotá (en el pasado, el presidente Juan Manuel Santos, fue directivo de esa casa editorial):
"Apenas tres meses después de asumir su cargo como Presidente de la República, en agosto del 2010, Juan Manuel Santos inició contactos secretos con un empresario del Valle del Cauca, para que hiciera las veces de enlace con las Farc y ayudara a llevar los acercamientos entre las partes hasta el punto en el que están hoy.
El mensajero, que hasta hace muy poco pudo hacer su trabajo sin filtración alguna, mereció la confianza del mandatario porque en sus años de juventud fue compañero de bohemia de Jorge Torres Victoria, 'Pablo Catatumbo', miembro del estado mayor de esa guerrilla. (Siga este enlace para leer: lo que cambió desde el fracaso del Caguán).
Pasaron muchos meses en los que la comunicación de Santos con su interlocutor era discreta, directa e intermitente, pero con resultados: 'Catatumbo' había logrado interesar a otros miembros del secretariado en unos posibles diálogos.
Las cosas no eran fáciles para ninguna de las partes. En septiembre del 2010, el Gobierno había arreciado la ofensiva militar, al punto de dar de baja al jefe militar de las Farc, el 'Mono Jojoy', cerca de La Uribe (Meta). Construir confianza para proponer diálogos de paz no era una tarea muy sencilla. (Siga este enlace para leer: las agendas que han tenido los diálogos).
Pero para comienzos del 2011, el entonces jefe supremo de la guerrilla, 'Alfonso Cano', estaba al tanto de los acercamientos y había dado su visto bueno para explorar esa posibilidad.
Cuba entra en escena
Aunque se sabía de la disposición de 'Alfonso Cano' a escuchar los mensajes del presidente Santos, la presión militar no se redujo en ningún momento.
Viendo que el asunto tomaba forma, el Presidente le comentó a su colega cubano, Raúl Castro, sobre los acercamientos. Enterado el líder histórico de la isla, Fidel Castro, llegó a temer que se tratara de "un engaño a Santos". Pidió entonces a personas cercanas en Bogotá confirmar si realmente era el secretariado el interlocutor del Gobierno, y si de verdad tenía interés en unos diálogos. (Siga este enlace para leer: respaldo pleno de FF. MM. a contactos exploratorios).
Mientras tanto, la acción militar contra las Farc se mantenía y pasaron meses de mucha incertidumbre porque los emisarios de Fidel Castro no obtenían ninguna respuesta de la guerrilla.
En noviembre del año pasado, con la muerte de 'Cano' -abatido el 4 de ese mes en Suárez (Cauca)-, las personas involucradas en el proceso temieron lo peor, no solo por tratarse del jefe máximo de la guerrilla, sino también porque era uno de los más inclinados al diálogo. Tanto así que para entonces ya había dado la orden de acabar con el secuestro extorsivo, la decisión más importante de la guerrilla en los últimos años. (Siga este enlace para leer: 'Condiciones para la paz están dadas': exdelegado de ONU en el Caguán).
Al poco tiempo de la muerte de 'Cano', Timoleón Jiménez, 'Timochenko', quien asumió la jefatura de las Farc, recibió a un emisario colombiano de Fidel. El encuentro ocurrió en el nororiente del país, cerca de la frontera con Venezuela. Allí, durante tres días, hubo conversaciones y se confirmó el deseo de la guerrilla de seguir avanzando en los acercamientos. Este mensaje les llegó a los Castro.
A la disposición del secretariado de entablar unos diálogos con el Gobierno se opuso 'Iván Márquez', uno de los más viejos en la jefatura de la guerrilla, quien argumentó que todavía estaba fresca la sangre de 'Alfonso Cano' y la del 'Mono Jojoy'.
Este fue uno de los momentos más tensos de los acercamientos, pero fue superado por la decisión irreversible de 'Timochenko' de entrar en la búsqueda de la paz con el gobierno de Santos.
Con esta confirmación de las Farc, a comienzos de este año se dio la primera cita entre emisarios del Gobierno y de la guerrilla. La cita fue en una zona rural de Río de Oro, en el sur del Cesar. Estuvieron por el Gobierno Alejandro Éder y un funcionario de Acción Social. Por las Farc, 'Rodrigo Granda' y 'Andrés París'.
Para ese momento, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, estaba enterado de las gestiones. Es más, con su ayuda se produjo un segundo encuentro en la ciudad de Barinas, en ese país. Comenzó a discutirse entonces dónde hacer los diálogos formales.
Las Farc hablaron de Colombia y Venezuela, pero el Gobierno insistía en que debía ser en Europa, y a partir de ese momento se vinculó a Noruega en el proceso.
El tire y afloje sobre el sitio más indicado para llevar a cabo las conversaciones formales fue duro, pero ya en febrero de este año se acordó que fuera Cuba. Noruega se comprometió a financiar los costos que demandara el proceso.


Las Farc designaron como negociadores a 'Marcos Calarcá', que estaba en México, y a 'Rodrigo Granda', 'Andrés París' y Mauricio Jaramillo, conocido como el 'Médico' y quien había asumido la comandancia del Bloque Oriental tras la muerte del 'Mono Jojoy'.
Aterrizaje en La Habana
El día de febrero en que una aeronave asomó en el cielo de La Habana y aterrizó allí segundos después, con el jefe del Bloque Oriental a bordo, la historia de los acercamientos de las Farc con el Gobierno pasó su primera prueba de fuego.
La sombra de la operación Jaque, que liberó del secuestro a la ex candidata presidencial Íngrid Betancourt, a 3 estadounidenses y a 11 militares y policías, seguía perturbando a esa guerrilla, y no le resultó fácil convencerse a sí misma de embarcar a su nuevo comandante militar en un vuelo que tenía el apoyo del Estado.
El 'Médico' debía estar en Cuba el 23 de febrero, cuando ocurriría el primer encuentro cara a cara entre los nuevos delegados del presidente Santos -su hermano Enrique Santos, el ex comisionado de paz del gobierno Uribe Frank Pearl y el consejero presidencial Sergio Jaramillo- y de las Farc para explorar la posibilidad de un proceso de paz.
También para conocerse o reconocerse, como en el caso de Enrique Santos, con algunos jefes guerrilleros, que en otros tiempos lo habían visto haciendo parte de esfuerzos para buscar la paz.
La presencia en La Habana del hermano del presidente Santos, quien además es uno de los hombres que mejor comprenden la historia del conflicto en Colombia, era para la guerrilla la otra señal de que no estaba dando pasos en falso frente al Gobierno.
Las dudas habían rondado, pues la salida del 'Médico' de las selvas del Guaviare había sido difícil en medio de las operaciones militares, que seguían, y la fecha del primer encuentro formal en La Habana tuvo que ser cambiada varias veces.
Noruega, que -como el Gobierno de Cuba- tendría en ese encuentro dos testigos, comenzó a romper el hielo con una invitación a comer salmón.
Era el primero de diez encuentros que hubo desde entonces en La Habana hasta la semana pasada, cuando se firmó el acuerdo sobre la agenda que marcará los diálogos exploratorios a partir de octubre, la cual será presentada por el presidente Santos esta semana.
Su hermano Enrique fue el que comenzó ese 23 de febrero el encuentro formal, con dos mensajes claros del Gobierno: las partes debían estar de acuerdo en que llegaban a este punto de los acercamientos para buscar el cierre definitivo del conflicto y que la mesa de conversaciones en la que se buscaría un acuerdo final no podía ser "eterna y etérea", porque el país no lo aguantaría.
El 'Médico', al que nunca se le vio en las mesas de diálogo de San Vicente del Caguán y que hacía su debut como parte de unos acercamientos de paz, fue el primero en hablar por las Farc. Fue directo. Tampoco la guerrilla estaba allí para perder el tiempo, dijo sin discursos ni retórica.
Un pacto de honor
Ya estaban ahí después de muchos encuentros preparatorios de emisarios de lado y lado. Al Gobierno y a las Farc los había llevado a Cuba un arriesgado acto de fe: creer en la intención de paz del otro. Había que proteger esa apuesta de una de las cosas que más ruido y daño le hacen a una mesa de acercamientos: echarse en cara lo ocurrido en los campos de batalla.
Pactaron entonces que nunca hablarían de esos hechos. Los han mencionado y los han discutido, pero solo en las pausas para el café.
En encuentros que duraron entre tres y siete días construyeron la agenda que se proponen discutir y que no se firmó el lunes, como dijeron algunos medios del comunicación, sino el pasado domingo.
Estaba previsto que fuera el lunes, pero fue necesario adelantar el acto. Los testigos noruegos y cubanos quedaron con copias del acuerdo sobre la agenda.
No fue fácil llegar al punto en el que los acercamientos están hoy. Hubo tensiones y amenazas de pararse de la mesa. En una ocasión, incluso, alguien que conoce bien a la guerrilla tuvo que viajar de Bogotá a La Habana para intervenir. Una de las partes quería discutir a fondo un tema de la agenda, y la otra proponía que solo se dejara enunciado. Al final, la tensión bajó.
La semana que desde este domingo 02/09 comienza será de noticias claves para los colombianos. Se sabe que el presidente Santos y las Farc harán los anuncios que darán la largada a una nueva etapa en la búsqueda de la paz. (...)".
El anuncio, oficialmente confirmado por Juan Manuel Santos, de que el gobierno adelanta conversaciones con las Farc para poner fin a medio siglo de conflicto armado es la noticia más importante en Colombia en una década. Más allá del resultado de esas negociaciones, nada en este país y esta presidencia volverá a ser igual. Para Colombia, que por primera vez en diez años vuelve a ilusionarse con la paz, representa la que es, probablemente, la última oportunidad de solución negociada a un desangre fratricida que lleva 50 años. Y para el presidente es, sin exageración, no solo la apuesta de su Presidencia sino de su carrera. De ese calibre es lo que está en juego.
Hace mucho tiempo que el país no esperaba con tal ansiedad y expectativa una alocución presidencial. Está prevista para esta semana la confirmación oficial de lo que ya es público: la firma de un acuerdo entre el gobierno y las Farc –divulgado por RCN Radio, que, junto a Telesur, dio la noticia– para sentarse a negociar el fin del conflicto armado en La Habana, con la participación de Cuba y Noruega como garantes y de Venezuela y Chile como acompañantes, que será instalado en Oslo, a comienzos de octubre. 

Ante la filtración de la noticia, el lunes 27, el Presidente confirmó que se adelantan conversaciones con las Farc. Y prometió anunciar “en los próximos días” los resultados. Por lo que SEMANA ha logrado averiguar, solo falta que Timoleón Jiménez, jefe de Estado Mayor de las Farc, estampe su firma en el documento que sus negociadores acordaron con los del gobierno, para que hable el presidente y, enseguida, lo hagan las Farc. A partir de ese momento, Colombia habrá entrado, por cuarta vez –ojalá, la definitiva– en los últimos 30 años, en un proceso de paz con la guerrilla más importante y más longeva del mundo.
Un vuelco
Aunque precedido por unos días de insistentes rumores, el anuncio cayó, comprensiblemente, como una bomba. Obviamente da un vuelco a la situación, a la agenda y a las expectativas nacionales y hará que los dos últimos años de este periodo presidencial sean radicalmente distintos de los dos primeros. Una negociación como la que se ve venir es, en todos los sentidos, un game changer, un elemento que da una patada a la mesa y cambia la partida. 
Empezando por su efecto inicial: con excepción del expresidente Álvaro Uribe, que tildó la negociación de “albur con el terrorismo” y del Procurador y algunos otros que han manifestado“escepticismo”, la inmensa mayoría de un país incrédulo ante toda posibilidad de solución a la guerra que lleva 50 años desangrándolo e incrédulo frente una guerrilla con la que se ha intentado en vano negociar en el pasado, recibió la noticia con optimismo y esperanza. El ambiente, muy adverso durante años a oír siquiera la palabra paz, es otro. 
Aún más contundente fue la reacción internacional: de la ONU a la OEA y de Rafael Correa al Departamento de Estado, todos saludaron el anuncio como la noticia más positiva proveniente de Colombia en mucho tiempo. La popularidad del presidente Santos, que venía cayendo, repuntó. Revivieron las comisiones de paz del Congreso y muchos, de los indígenas a la ONU a la Marcha Patriótica, están ‘pidiendo pista’. Hasta el ELN apareció con una entrevista de su comandante Gabino en la que propuso sumarse al proceso, a lo que Santos abrió la puerta en su alocución. 
Hay cautela y prevenciones. El fantasma del Caguán aún debe ser exorcizado de la conciencia colectiva. La desconfianza de los sectores urbanos frente a las Farc es inmensa. Pero el hielo se rompió: una amplia mayoría de los colombianos, en la élite, la política, y la calle, mira con buenos ojos esta negociación incipiente (un elemento decisivo, pues adelantarla con una opinión pública adversa sería imposible). Y hay razones, de fondo y de coyuntura para creer que el optimismo, en esta ocasión, tiene fundamento.
Optimismo
Para empezar, pese a que llegar a un acuerdo definitivo es un camino plagado de riesgos y a que la historia de las negociaciones con las Farc es una sucesión de intentos fracasados, la necesidad de invertir en la búsqueda de una solución política es casi un lugar común. Por razones militares, pues casi todo el mundo reconoce la inviabilidad de una derrota militar final de la guerrilla. Por puro pragmatismo económico: no solo la violencia le cuesta a Colombia entre uno y dos puntos del PIB, sino que el fin del conflicto con las Farc y el Eln podría ahorrar otro tanto en gasto militar (entre 3.500 y 7.000 millones de dólares al año). Y por motivos obvios: Colombia es el último país de este lado del mundo que aún carga con el lastre de una guerra cuyas principales víctimas han sido cientos de miles de civiles. 
Aunque no sea la paz perfecta, y aún haya que lidiar con el narcotráfico, las bandas criminales, niveles de violencia anormales, pobreza y corrupción extremas o justicia disfuncional, una vez libre del conflicto armado las posibilidades del país para enfrentar estos y otros problemas serían cualitativamente distintas.
Lo más importante es que esta negociación tiene lugar en condiciones inéditas, muy distintas a las anteriores, que se reflejan en la agenda acordada.
No deja de ser paradójica la visceral oposición del expresidente Álvaro Uribe. Si el gobierno Santos puede hoy suscribir con las Farc un acuerdo que, por primera vez en la historia de esta guerrilla, habla de “dejación de armas” y “reincorporación a la vida civil” es porque lo precedieron ocho años en los que los herederos de Tirofijo sufrieron una derrota militar estratégica a manos de quien hoy critica que se negocie con ellas (y otros cuatro años en los que, pese a la improvisación del Caguán, Andrés Pastrana abrió la puerta para su derrota política, al socavar el respaldo nacional e internacional que tenían). 
Hoy no se negocia con las mismas Farc que en La Uribe (1986-1990) o el Caguán (1998-2002). Sería un grave error tratarlas como un enemigo derrotado al que se exige la rendición. Pero no son ni de lejos el contrincante que llega a la mesa sintiéndose de igual a igual con el Estado, como en otros tiempos. Tan clara parece su decisión de negociar que las conversaciones, que empezaron con Alfonso Cano, no se rompieron definitivamente después de que este murió en una acción del Ejército y, luego de un tiempo, se reanudaron hasta llegar al acuerdo anunciado la semana pasada.
No solo la ecuación militar es otra, favorable al Estado. Tras esta negociación hay una cuidadosa estrategia, liderada por Sergio Jaramillo, el asesor de seguridad del Presidente. Una agenda acordada previamente, acotada a temas limitados y con el fin explícito de poner fin al conflicto armado; conversaciones en el exterior, sin despeje ni concesiones territoriales, que consiguieron mantenerse en secreto por varios meses y negociaciones que tendrán igual carácer; una fase solo de negociación a la que seguirá la implementación de todo lo acordado; un puñado de facilitadores internacionales escogidos por las partes; blindaje frente al ruido mediático son, entre otros elementos, una muestra de que se está ante un proceso cuidadosamente sopesado por sus diseñadores. Quienes hablan de “intromisión” de Venezuela o Cuba deberían considerar también los favores que puede hacer al éxito de la negociación la influencia de esos gobiernos sobre las Farc (y eventualmente el Eln), en particular el de Hugo Chávez. 
Apuesta colosal
Ahora bien, pese a que, como habría dicho en privado el presidente, todos los planetas parecen alineados, lo que está en juego es muy grande. Lo es para las Farc, que deberán considerar, por primera vez en medio siglo, su desmovilización y negociar, en condiciones de debilidad militar y fracaso de su estrategia, su renuncia a la lucha armada y su ingreso a la vida civil, manteniendo la cohesión en sus filas. Y lo es, ante todo, para el gobierno y para el país. El legado de Juan Manuel Santos y el futuro del país quedan desde ahora ligados a lo que suceda en La Habana.

El gobierno aspira a una negociación en Cuba relativamente rápida, de unos seis u ocho meses (pero, ¿cuánto tomará solamente tramitar en un Congreso en el que bulle la rebeldía la ley estatutaria que debe regular el Marco Jurídico para la Paz?). Los ritmos de las Farc son notoriamente más lentos. No es menor el riesgo de que se ‘electoralice’ el proceso, con la campaña para los comicios presidenciales y legislativos de 2014 a un año en el horizonte. Existe la posibilidad de coletazos de extrema derecha o procesos de reparamilitarización alentados por desmovilizados de las autodefensas, descontentos por la lentitud evidente de la reforma a la Ley de Justicia y Paz, que sigue atascada en el legislativo, frente a la aprobación express del Marco Jurídico para la Paz, claramente diseñado para las guerrillas.
La negociación no será un camino de rosas. Quienes conocen a las Farc están convencidos de que el modelo de ‘casa, carro y beca’ de otros procesos no servirá con un grupo preocupado por no terminar en la cárcel, aquí o en Estados Unidos, y por garantías para entrar en la política. Si las Farc deben dar muestras claras de que no van a convertir a la Marcha Patriótica, su eventual aeropuerto de aterrizaje en la legalidad, en brazo político de un movimiento que siga armado, el Estado tiene el reto de garantizar que sectores radicales opuestos a toda negociación no tomen como blanco a sus integrantes. Una y otra cosa serían la reedición de la trágica experiencia de la Unión Patriótica. Aun con los mecanismos de justicia transicional contemplados en el Marco Jurídico para la Paz, la discusión del tratamiento de guerrilleros incursos en delitos de lesa humanidad (o de narcotráfico, para algunos) está polarizada antes de empezar. Lograr el delicado balance de justicia, verdad y reparación, que respete e incluya a las víctimas y a la vez permita la participación política de los exguerrilleros, será tarea de orfebre.
Las dudas que deben absolver las partes en La Habana son múltiples y preocupan a todas las vertientes del espectro político. ¿Intentarán las Farc usar el proceso para oxigenarse y librarse de la presión militar? ¿Caerá el Estado en la tentación de una “paz barata”, como la llama un experto consultado por SEMANA? ¿Podrá impedirse que movimientos como la Marcha Patriótica sean blanco de la guerra sucia? ¿Cuáles sapos está dispuesta a tragar una sociedad polarizada y herida, y cuáles no, como precio para poner fin a la confrontación armada? Y esta lista no es exhaustiva.
Por último, el papel de los militares y su apoyo al proceso será clave. El presidente anunció que no se aflojará la presión militar y fuentes consultadas por SEMANA insistieron en que la nueva estrategia, de atacar las retaguardias históricas de las Farc, se mantendrá. Los militares, que han sido mantenidos al tanto de lo que se ha venido discutiendo, manifiestan su respaldo al proceso. Un momento muy sensible de la negociación será, con toda probabilidad, el de las condiciones y la oportunidad para acordar un cese de hostilidades, que preocupa tanto a los uniformados, para impedir que la guerrilla lo aproveche para reponerse de la ofensiva oficial, como interesa a las víctimas, para que cesen los atropellos en su contra.
Empieza, pues, un proceso que cambia completamente la agenda de lo que queda del primer periodo de Juan Manuel Santos y los próximos años de la vida nacional. Por primera vez desde la desmovilización de grupos como el M-19 y el Epl, la negociación parece tener posibilidades ciertas de éxito y debe contar con el más amplio apoyo. A la vez, se trata de un camino lleno de riesgos y obstáculos (en el cual, de paso sea dicho, la responsabilidad de los medios de comunicación será muy grande). Como dicen los jugadores, la suerte está echada. El presidente ha decidido sacar la llave de la paz de su bolsillo y la apuesta es colosal.

fuente: urgente 24

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