domingo, 6 de mayo de 2012

ARCHIVO. Por Enrique Pinti

 | Para LA NACION


El archivo mata", asegura un dicho cada vez más popular en nuestro atribulado siglo XXI. Estamos acostumbrados, lamentablemente, a los cambios repentinos que hacen que los amigos de ayer sean los enemigos de hoy.
Las estrategias de políticos y gobernantes varían según las necesidades, y las alianzas duran lo que un suspiro y se vuelven a concretar sin ningún pudor cuando las circunstancias cambian.
La historia muestra a las claras estos vaivenes con ejemplos que, vistos con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, generan una sensación de grotesco cambalache, pero que ubicándonos en los contextos de cada época, pueden tener cierta justificación. Aún así deben servir como ejemplo que no hay que seguir en un futuro más o menos próximo. Las opciones equivocadas llevan a catástrofes históricas que hubieran podido ser, si no evitadas, al menos atenuadas en sus consecuencias luctuosas. La miopía de los gobiernos europeos, que no permitió ver el peligro del encumbramiento en el poder de Mussolini, Hitler y compañía, y simpatizó con este tipo de regímenes como una preferencia a la instalación del comunismo stalinista, fue un factor desencadenante de la tragedia que sacudió a Europa, Estados Unidos y al resto del mundo en ese tormentoso período que va desde la mitad de la década del 30 hasta los primeros años de la del 40, seguida por la trabajosa y ardua reconstrucción que ocupó gran parte de los años 50. Más cerca en la historia, las dudosas alianzas de Estados Unidos con dictadores sangrientos ocasionaron, al romperse, sucesos gravísimos. ¿Y quién lo pagó? El pueblo norteamericano, con miles y miles de muertos y con sobrevivientes atrapados en psicosis de posguerra que incluían adicciones y desarreglos psicológicos muy graves; y también los pueblos gobernados por esos dictadores, que sufrieron, aparte de la invasión externa, las represalias internas con muerte, hambre, tortura y enfermedades. Un día los talibanes eran amigos y se abrazaban con Rambo y al mes siguiente eran los enemigos satánicos. China pasó de ser la más peligrosa amenaza del mundo occidental a la potencia para imitar por todos los países subdesarrollados. China cambió, es claro, pero sólo su economía exterior, adentro sigue la censura más estricta, y más allá de los rascacielos deslumbrantes, las aldeas siguen siendo imagen de pobreza.
Por casa pasamos de las relaciones carnales a la ríspida polémica permanente, y en lo interno hemos visto apoyos totales que por diversos factores políticos y económicos se convirtieron en antagonismos irreconciliables, poniendo al ciudadano común en un tembladeral nunca suficientemente explicado y que es generador de un sentimiento de apatía y desconfianza para ambos bandos si uno tiene memoria y coherencia.
Si se carece de ambas, la cosa es más llevadera, pero tarde o temprano nos perjudicará.
¿Qué hacer? Como siempre: pensar, analizar, sopesar, filtrar, procesar y no casarse con nadie, que no es lo mismo que no opinar. Sólo hay que tener en cuenta que no solamente los faranduleros mediáticos se pelean y se amigan con la velocidad del rayo cuando entran a tallar intereses económicos promocionales y generadores de notoriedad pública que puede redundar en el beneficio de la fama y popularidad. No sólo vedettongas e inventos televisivos pierden la coherencia y la credibilidad al ser asesinados por el archivo.
También les pasa a los que gobernaron, gobiernan y, me temo, gobernarán nuestro mundo. Ellos se olvidan porque les conviene, nosotros no debemos olvidar, aunque aparentemente no nos convenga. Hay que separar la paja del trigo y no dejarse encandilar con luces de colores.

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