domingo, 11 de noviembre de 2012

Lecciones inciertas del cacerolazo. Por Santiago Kovadloff


Seamos realistas: el Gobierno no aprenderá nada de lo que sucedió el jueves 8. No lo hará porque ejerce el poder con un diagnóstico inamovible sobre la realidad social. Ha sentenciado, de una vez para siempre, qué significa cada cosa, quién es y qué le corresponde a cada cual en esa realidad. Su veredicto no admite revisión. Es que el oficialismo no se interesa por la historia. Su movilidad le repugna y prefiere negarla. Lo que sí le interesa es la eternidad. Gobierna con la mirada puesta en lo definitivo. Los hechos, para él, son pretextuales; los cambios, mero espejismo.
Por eso descreo de la enseñanza que pueda extraer el Gobierno de la singular movilización del jueves. Todos los que en ella participaron seguirán significando para el oficialismo lo que ya significaban mucho antes de que la manifestación tuviera lugar. Si así no fuese, estaríamos ante un gobierno permeable a la dinámica de los fenómenos sociales, ante un gobierno atento a lo que en los acontecimientos pueda haber de novedoso. No es así. Entre sus juicios siempre redundantes y la exigencia de renovación conceptual, el oficialismo, en lo que hace a sus adversarios, siempre ha optado por la repetición. Si no los demoniza, si no los descalifica, no sabe cómo tratarlos. Congelado en la autorreferencia y en la autosuficiencia como vive, empieza a dejar ver las grietas de su progresivo debilitamiento. Se obstina en negar su pérdida de representatividad. ¿Pero crece por eso la representatividad de los dirigentes opositores?
Si la marcha del jueves 8 le plantea al oficialismo la ineludible necesidad de pensar el problema de la sucesión presidencial, enfrenta, asimismo, a las dirigencias opositoras con el desafío de ganar protagonismo donde todavía no lo tienen. La última vez que frente al Obelisco se reunió una multitud excepcional como la del 8-N fue cuando el fervor de esa multitud confluyó sobre un líder. Ese líder fue Raúl Alfonsín. Desde entonces hasta hoy pasaron 30 años. Otra vez una muchedumbre semejante se agolpó frente al Obelisco. Pero esta vez allí no había nadie que la aguardara, nadie que la representara. Nadie sobre quien recayera la expectativa popular. Una demanda multitudinaria de justicia, seguridad, libertad y transparencia en la gestión, se hizo oír a lo largo de cuadras y cuadras. Nadie, sin embargo, estaba allí para encarnarla.
Es posible que en ese vacío, el oficialismo vislumbre un atajo hacia su salvación. Redoblará seguramente su cañoneo sobre esas dirigencias opositoras aun desperdigadas, para impedir que entre ellas prospere el acuerdo que les otorgue real representatividad. Un proyecto por cierto tentador para un gobierno que desprecia la alternancia.
La oposición tampoco tiene alternativa. O aprende a pensar y a proceder con imaginación o naufraga. Dramática evidencia: tanto el oficialismo como la oposición están ante el desafío de tener que aprender. La ventaja relativa de la oposición en esta materia es que alberga algunos dirigentes que parecerían dispuestos a dejarse aleccionar por el fracaso que ya conocieron. Es que saben dónde terminarán si no proceden como se les ha pedido que lo hagan desde las calles de todo el país.
fuente: la nación

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