De no creer
Escribo esta columna agitado y conmovido después de asistir al tremendo acto que se acaba de mandar el compañero Hugo en la 9 de Julio, al que definiría con tres palabras: im pre sionante.
Escribo esta columna agitado y conmovido después de asistir al tremendo acto que se acaba de mandar el compañero Hugo en la 9 de Julio, al que definiría con tres palabras: im pre sionante.
Dije agitado y conmovido, pero también terminé un poquitín confundido. Yo fui a ver la exaltación kirchnerista de uno de nuestros principales aliados, y me volví con la sospecha de que el Negro, como lo llamamos todos, no hizo un acto sino un piquete. Sí, un piquete intimidante, de unas 300.000 personas, a las que con la misma sencillez que ayer les pidieron que aplaudan, mañana les pueden pedir que rompan.
Por eso fue todo tan mágico, tan intrigante. Yo saltaba y gritaba junto a una multitud que está con nosotros pero que en realidad parece que no es nuestra, que ahora nos vota y dentro de un rato, si se da vuelta la mano, nos veta.
¿Es una sospecha que descubrí yo? Tengo que ser sincero: no. Si no me avivaban los muchachos que estaban allí, en la organización, nunca me hubiese dado cuenta de que detrás de esa gran movilización se escondía una monumental amenaza: ojo con el Negro, que tiene un ejército a sus pies.
Será un ejército, pero qué lindo es. La verdad, me dio mucho gusto estar entre esa gente, tan disciplinada, tan organizadita para llegar en los cientos y cientos de bondis, tan contentos todos de haber sido llevados y alimentados, y tan agradecidos con ese hombrón rudo que les habla desde el escenario y que en los últimos años, a punta de paros, bloqueos y aprietes, les ha conseguido tantas cosas.
Que nadie se confunda: por supuesto que para reunir a todo ese gentío hace falta un buen aparato, y la CGT lo tiene (y si no lo tiene, lo compra), pero el gremio de camioneros, irrelevante hace 10 años, hoy pisa fuerte, hoy hace temblar el pavimento, hoy es gente dispuesta a dar y a darse por un jefe que la ha llevado a la tierra prometida.
Hasta Moyano, los gremios en la Argentina tenían su líder, un líder sindical. Desde Moyano , los camioneros y la CGT tienen un sindicalista intratable cuando hace falta, un apretador profesional, un empresario de fortuna, un negociador consumado, un dirigente político. Hasta Moyano, el sindicalismo peronista era mayoritariamente nacionalista y conservador, amigo de curas y milicos. Desde Moyano, el sindicalismo puede ser conservador y progresista, kirchnerista y maltratador de zurdos. Hay un Moyano de campera y gritón, y hay un Moyano que esta semana cayó sonriente a la UIA con una camisa lustrosa y un buen blazer azul. Sonriente como quien llega a su casa o a una reunión de colegas y amigos. Méritos ha hecho para que los capitanes de la industria lo consideren un consumado hombre de negocios. A él y también a su mujer, a sus hijos, a sus hijastros. Es todo un clan dedicado a demostrar que el sindicalismo puede ser una herramienta extraordinaria para la acumulación de poder y dinero. Todo un clan que hoy es investigado por la Justicia; quizá también a ellos, a los jueces, estuvo dedicado el piquete de ayer.
En todas esas cosas pensaba mientras lo veía al compañero Hugo ahí arriba, exultante, feliz, majestuoso. Me encanta su prestancia y su cara de granito. ¿No es increíble que el líder de un gremio sospechado de truchar remedios para enfermos terminales haya dicho esta semana que las prepagas engañan a sus socios? ¿No es asombroso que haga un acto a favor de Cristina, que la invite, que la colme de elogios y que al mismo tiempo esté pensando que más le vale a Cristina tomar nota de cuán poderoso y peligroso puede ser él?
Esto es lo que me fascina y al mismo tiempo me desconcierta del kirchnerismo. Nada es lo que parece. Yo voy al acto de nuestro gran socio y aliado, y resulta que en la Casa Rosada se enojan conmigo. Bueno, después me explicaron eso de que en realidad era una demostración de fuerza, pero qué quieren que les diga: yo lo oigo hablar maravillas de la señora y de Néstor, y me emociono. Veo a toda esa gente saltar, cantar y aplaudir, y le creo. Quizá la mejor definición me la dio un amigo kirchnerista: "El Negro es impresentable, pero también imprescindible".
En medio de ese frenesí popular, un camionero de San Justo quiso saber de dónde venía yo. Eludiendo la pregunta, le contesté muy suelto de cuerpo: del liberalismo. Y agregué, para no darle lugar a réplicas, que todo eso me resultaba extraordinario, que allí estaba realmente el pueblo y que era una lástima que la Presidenta no hubiera querido asistir. El camionero se dio vuelta, habló con el grupo que había llegado con él, y en unos pocos segundos estaban meta bombo y redoblante dedicándome un estribillo: "Y ya lo ve, y ya lo ve, es pa'Cristina que lo mira por TV".
fuente:La Nación
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