martes, 21 de diciembre de 2010

La llamada del dictador

Sea lo que fuere el asunto no es para risas, ni arrebatos.


SDRÚBAL AGUIAR |  EL UNIVERSAL martes 21 de diciembre de 2010  12:00 AM



Son varios y muy autorizados los estudios psiquiátricos acerca de la personalidad presidencial. El asunto no es exclusivo de nuestra circunstancia y es normal que los psicólogos y psiquiatras ausculten a los gobernantes, tanto como los juristas los revisamos a la luz de sus haceres legales. Los documentos "desclasificados" del Departamento de Estado revelan que hasta la señora Kirchner es señalada de sufrir trastornos emocionales que reclaman de asistencia especializada. El caso de Esteban apenas lo matizan sus aliados. Su maestro, Fidel Castro, hacia 1998 afirma que se cree "un iluminado" y un ex presidente lo descubre como caso típico para la psiquiatría. La canciller de España prefiere verlo como payaso. 

Sea lo que fuere el asunto no es para risas, ni arrebatos. 

Las tragedias vividas por la humanidad tienen por autores a personajes extraordinarios, quienes disocian la realidad, muestran personalidades multiples, o padecen de obsesiones. La primera del nuestro es su confesada comunicación con el espíritu del Padre de la Patria, a quien, doce años después, perturba en su silencio inmortal para hurgarle la osamenta. 

Uno de sus ministros refiere el drama cotidiano que le significa su relación con Esteban: "Me instruye el día lunes y a mi regreso, el martes, con la respuesta precisa a mano, fuera de sí me recrimina: ¿Quién c... te ordenó hacer eso? 

La falta de fijación de la realidad pretérita o la ausencia de memoria nos es común a los venezolanos. Se dice que somos presa de la cultura de presente. De allí que al conectarnos con Esteban no apreciamos sus variantes de personalidad ni retenemos su devoción contumaz por la mentira. 

Nadie recuerda que el pasado 21 de marzo jura ante el país que no habrá regulación de Internet. Hoy lo hace, sin chistar. Y tiempo atrás, cuando el banquero Mezerhane sale de la cárcel, una vez como se descubre la patraña del testigo estrella que monta Isaías Rodríguez ocultando el crimen de Estado que tiene por víctima a Danilo Anderson -según el ex fiscal Hernando Contreras- aquél recibe una llamada desde Palacio: ¡Nelson, sé que eres inocente, luego hablamos! Ayer, el mundo es otro para el susodicho, quien afirma con maldad no oculta que el accionista de Globovisión es responsable del crimen de Danilo. 

Hechos similares sobran. Muestran, sí, que en el camino hacia su real y única obsesión, acumular el poder, Esteban no tiene miramientos. Destruye a los afectos más próximos. Su vida en pareja no existe ni cabe. Su amor profeso hacia el hermano de armas, el general Baduel, deriva en cruel venganza. Las fotos de época recuerdan el abrazo estrecho y paternal que le dispensa al general Usón, el 11 de abril, antes de enviarlo a la cárcel. Y de sus camaradas del 4F queda, único y distante, el débil y voluble Arias. 

Pero Esteban, fuera de sus disociaciones y polaridades conocidas es, cabe repetirlo, un obseso de poder. El asunto ideológico le es secundario. Y es probable que alguno sostenga que todo político es siempre un obseso de lo mismo. Al fin y al cabo la política reclama del poder para la realización del interés general. Berlusconi en Italia o la Kirchner sufren de ese mal, que antes tiene Franco, sin que se les tache de locos o víctimas de personalidades duales. 

Esteban arguye recién a las lluvias y damnificados como a la pobreza, que descubre doce años después, para hacerse del poder sumo y total. No está dispuesto a cargar con la derrota parlamentaria del 26S. Instala la dictadura habilitado por un Parlamento moribundo. Y lo cierto es que Hitler también lo hace. Pide una ley habilitante, en 1933, luego de incendiar con los suyos la sede del Reichstag, a fin de controlar la violencia que él mismo desata. 

"Adolf Hitler no estaba loco en modo alguno", cuenta recientemente Bernd Freytag, comandante de su confianza y luego general reconstructor del ejército alemán durante su democracia. "Era una persona brillante, con una cabeza bien ordenada y una capacidad memorística fuera de lo común. Tener el poder fue su único objetivo, su única obsesión. No tuvo verdaderos amigos y nunca permitió que nadie le disputara el poder, y del mismo modo que encumbraba a sucesores como Göring o Himmler, después los apartaba del mando y los neutralizaba, los convertía en figuras irrelevantes. Sin duda, el sufrimiento del pueblo alemán durante los años 1944 y 1945 no le importó en absoluto, y buena prueba de ello fue que apenas visitó los frentes de guerra ni las ciudades bombardeadas por los aliados en aquel período". Es la historia, que intenta repetirse. 

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