Parece una metáfora bíblica pero fue absolutamente cierto. El padre Chifri, uno de lo sacerdotes que mejor tarea solidaria realiza en el norte del país cayó del cielo. Y no es algo que tenga que ver con una creencia religiosa o una cuestión de fe. El cura Sigfrido Moroder, conocido en toda la zona de Rosario de Lerma como el padre Chifri utilizaba sus impresionantes condiciones y experiencias como deportista para moverse entre los cerros en parapente y ganar tiempo en sus visitas a los distintos pueblitos. Los habitantes de esos cerros salteños, necesitados de todo, se acostumbraron a ver llegar al cura desde el cielo, aterrizar con su parapente y persignarse en un mismo acto.
La historia del padre Chifri es un ejemplo que me permito contarle en estos días de cólera. Desde chico mostró su fortaleza y su predisposición para el deporte. Apenas se ordenó de cura pidió ir a misionar a uno de los lugares con mayores necesidades insatisfechas de Salta. Allí el sol castiga como loco, por la noche la temperatura baja 20 puntos bajo cero y te congela los huesos y hay pequeñas comunidades de pastores de cabras que viven cerca de Dios, a 5.000 metros de altura pero lejos de la equidad social. Son pocos los que se acuerdan de sus escuelas, de sus vacunas, de sus hijos. El padre Chifri se dispuso a llevar su mano solidaria y el mensaje cristiano a 25 parajes perdidos en el mundo y 18 escuelitas mucho más que humildes. Un día se dio cuenta que podía aprovechar sus condiciones deportivas para llegar mas rápido y mejor. Lo hacía en parapente. Era imponente verlo llegar desde el cielo. Posarse como un pájaro de fe en la tierra y predicar con el ejemplo.
Se convirtió en un personaje muy querido por todos los campesinos. Lo veían llegar desde lejos al padre Chifri. Cuando había un enfermo que socorrer o alguien que necesitaba resolver un problema, un poco en broma, un poco en serio decían: “Ahora viene volando el padre Chifri”. Y al poco tiempo el cura volador aparecía recortado en el horizonte de esas montañas maravillosas con el paisaje y mezquinas con sus habitantes. Hasta que un día ocurrió la tragedia. Un maldito remolino le provocó una caída de 40 metros. Cayó pesadamente y quedó inmovilizado.
Con dolores tremendos y problemas respiratorios que lo dejaron al borde de la muerte. Cuando recuperó la expectativa de vida, tozudo, peleador y con un coraje sin igual salió a desafiar el pronóstico que decía que nunca más volvería a caminar. Había que verlo al cura Chifri, con una voluntad de acero, haciendo los ejercicios de rehabilitación para dejar esa silla de ruedas que lo encarcelaba. El padre no es un hombre de bajar los brazos con facilidad. Hizo un esfuerzo monumental y demostró una constancia terrible. Es que el tenía oculto un deseo íntimo que le daba una fuerza invencible: quería volver a la puna. Con su gente. Quería regresar a esa montaña que lo había traicionado pero el no quería abandonar a su gente. Y un día milagroso, apoyado en sus bastones, el padre Chifri se apareció por su lugar en el mundo. Los campesinos emocionados no lo podían creer.
El padre Chifri lo había logrado. Había vuelto a darles una mano. Esta vez no había llegado por el aire. Esta vez había llegado caminando lentamente, con mucha dificultad pero con una energía envidiable y contagiosa. Porfiado el cura. No se resignó jamás a la silla de ruedas. Combatió con fuerza para seguir su tarea solidaria, su misión sacerdotal. Y siguió con su tarea de amar a su prójimo como a si mismo. De hacer el bien sin mirar a quien. De ponerse a disposición de esos argentinos olvidados por todos que vivían hacinados en sus ranchitos precarios y que casi ni conocían el dinero ni la justicia. Se alimentaban como podían con las pocas verduras que cultivaban y con las cabras y ovejas que son parte indisoluble de sus vidas.
El padre Chifri continuó con su tarea titánica. Poniendo el grito en el cielo contra las injusticias. Y ayudó a crear comedores escolares en las escuelas, a instalar invernaderos para conseguir más y mejores alimentos. Les ayudó a comercializar mejor sus artesanías. Se puso al servicio de los más débiles. El objetivo fue que cada uno se gane el pan con el sudor de su frente. Ahora el padre recorre la zona con un viejo colectivo que le regalaron. Lo pintó de mil colores y lo bautizó el colectivo de los sueños. Ahora el padre Chifri no cruza el cielo con sus alas prestadas. Pero llega a lo más alto de la solidaridad y el compromiso. Este año logró abrir el colegio secundario con 36 alumnos. Hay que ver las procesiones que encabeza con todos los reclamos y las vestimentas típicas de la zona. Hay que verlo entre los cerros con su poncho y cuando lo ayudan a treparse a una bicicleta como una epopeya.
Me hace acordar a la bicicleta blanca de Horacio Ferrer cuando le habla a ese viejo flaco nuestro que andaba en la tierra. ¿Se acuerda? Flaco, no te pongas triste, todo no fue inútil, no pierdas la fe. En un cometa con pedales, dale que te dale yo se que has de volver. La vida del padre Chifri es un verdadero canto de fe y de esperanza. Una enseñanza que nos puede ayudar a construir nuestra propia esperanza.
La historia del padre Chifri es un ejemplo que me permito contarle en estos días de cólera. Desde chico mostró su fortaleza y su predisposición para el deporte. Apenas se ordenó de cura pidió ir a misionar a uno de los lugares con mayores necesidades insatisfechas de Salta. Allí el sol castiga como loco, por la noche la temperatura baja 20 puntos bajo cero y te congela los huesos y hay pequeñas comunidades de pastores de cabras que viven cerca de Dios, a 5.000 metros de altura pero lejos de la equidad social. Son pocos los que se acuerdan de sus escuelas, de sus vacunas, de sus hijos. El padre Chifri se dispuso a llevar su mano solidaria y el mensaje cristiano a 25 parajes perdidos en el mundo y 18 escuelitas mucho más que humildes. Un día se dio cuenta que podía aprovechar sus condiciones deportivas para llegar mas rápido y mejor. Lo hacía en parapente. Era imponente verlo llegar desde el cielo. Posarse como un pájaro de fe en la tierra y predicar con el ejemplo.
Se convirtió en un personaje muy querido por todos los campesinos. Lo veían llegar desde lejos al padre Chifri. Cuando había un enfermo que socorrer o alguien que necesitaba resolver un problema, un poco en broma, un poco en serio decían: “Ahora viene volando el padre Chifri”. Y al poco tiempo el cura volador aparecía recortado en el horizonte de esas montañas maravillosas con el paisaje y mezquinas con sus habitantes. Hasta que un día ocurrió la tragedia. Un maldito remolino le provocó una caída de 40 metros. Cayó pesadamente y quedó inmovilizado.
Con dolores tremendos y problemas respiratorios que lo dejaron al borde de la muerte. Cuando recuperó la expectativa de vida, tozudo, peleador y con un coraje sin igual salió a desafiar el pronóstico que decía que nunca más volvería a caminar. Había que verlo al cura Chifri, con una voluntad de acero, haciendo los ejercicios de rehabilitación para dejar esa silla de ruedas que lo encarcelaba. El padre no es un hombre de bajar los brazos con facilidad. Hizo un esfuerzo monumental y demostró una constancia terrible. Es que el tenía oculto un deseo íntimo que le daba una fuerza invencible: quería volver a la puna. Con su gente. Quería regresar a esa montaña que lo había traicionado pero el no quería abandonar a su gente. Y un día milagroso, apoyado en sus bastones, el padre Chifri se apareció por su lugar en el mundo. Los campesinos emocionados no lo podían creer.
El padre Chifri lo había logrado. Había vuelto a darles una mano. Esta vez no había llegado por el aire. Esta vez había llegado caminando lentamente, con mucha dificultad pero con una energía envidiable y contagiosa. Porfiado el cura. No se resignó jamás a la silla de ruedas. Combatió con fuerza para seguir su tarea solidaria, su misión sacerdotal. Y siguió con su tarea de amar a su prójimo como a si mismo. De hacer el bien sin mirar a quien. De ponerse a disposición de esos argentinos olvidados por todos que vivían hacinados en sus ranchitos precarios y que casi ni conocían el dinero ni la justicia. Se alimentaban como podían con las pocas verduras que cultivaban y con las cabras y ovejas que son parte indisoluble de sus vidas.
El padre Chifri continuó con su tarea titánica. Poniendo el grito en el cielo contra las injusticias. Y ayudó a crear comedores escolares en las escuelas, a instalar invernaderos para conseguir más y mejores alimentos. Les ayudó a comercializar mejor sus artesanías. Se puso al servicio de los más débiles. El objetivo fue que cada uno se gane el pan con el sudor de su frente. Ahora el padre recorre la zona con un viejo colectivo que le regalaron. Lo pintó de mil colores y lo bautizó el colectivo de los sueños. Ahora el padre Chifri no cruza el cielo con sus alas prestadas. Pero llega a lo más alto de la solidaridad y el compromiso. Este año logró abrir el colegio secundario con 36 alumnos. Hay que ver las procesiones que encabeza con todos los reclamos y las vestimentas típicas de la zona. Hay que verlo entre los cerros con su poncho y cuando lo ayudan a treparse a una bicicleta como una epopeya.
Me hace acordar a la bicicleta blanca de Horacio Ferrer cuando le habla a ese viejo flaco nuestro que andaba en la tierra. ¿Se acuerda? Flaco, no te pongas triste, todo no fue inútil, no pierdas la fe. En un cometa con pedales, dale que te dale yo se que has de volver. La vida del padre Chifri es un verdadero canto de fe y de esperanza. Una enseñanza que nos puede ayudar a construir nuestra propia esperanza.
padre Chifri
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