miércoles, 15 de diciembre de 2010

Un día demasiado aleccionador para todos. Por Joaquín Morales Solá


Dos mundos convivieron ayer en una ciudad atrapada por la furia y el miedo. En el universo de los gobernantes, las disputas se limitaron primero a la competencia electoral o, en todo caso, a quién quedaba peor ante la complicada opinión social. Sólo al final del día, en reuniones agónicas entre cristinistas y macristas desconfiados, los gobernantes alcanzaron un principio de acuerdo.
El día había sido demasiado aleccionador para unos y otros. En algunas calles de la Capital y del lindante conurbano, grupos violentos de personas que nada tienen para perder se atrincheraron en terrenos públicos o privados en reclamo de viviendas propias. Ocho episodios de esta naturaleza sucedieron durante el día con diferentes dosis de violencia y de continuidad. Hasta el emblemático edificio que ocupa Alicia Kirchner, desde que su hermano accedió al poder, en la avenida 9 de Julio, fue víctima del fuego y el saqueo.
Vagamente, trascendió también información sobre intentos de atracos a supermercados en el Gran Buenos Aires. No fueron hechos nuevos en los últimos tiempos. Hace pocas semanas, en Malvinas Argentinas hubo preparativos de grupos sociales para atacar la sucursal de una conocida cadena de supermercados. La amenaza se sofocó antes de que sucedieran los hechos. "La gente protesta por la inseguridad y la inflación, y volvió a reclamar por la falta de empleo", dijo hace pocos días, premonitoriamente, el intendente de un poblado distrito del Gran Buenos Aires.
El efecto contagio era inevitable desde los graves episodios de Villa Soldati. El gobierno nacional dispuso un cerco de contención y de protección a cerca de 5000 personas que ocuparon ilegalmente los amplios terrenos del parque Indoamericano. La administración de Cristina Kirchner ordenó la provisión de vituallas a ese enorme contingente de personas y negociaba con ellas la donación de terrenos estatales y un subsidio de 25.000 pesos a cada familia para que construyera su casa; también presionaba a Mauricio Macri para que se hiciera cargo de esas viviendas.
Sólo en la Villa 31 viven 50.000 personas, según los resultados del censo reciente, contra las 25.000 que vivían en ese lugar, según en el censo anterior de hace 10 años. ¿Por qué unos tendrían más que otros? ¿La experiencia de Villa Soldati no había marcado, acaso, un camino?
El temor a un contagio generalizado promovió los acuerdos de anoche. De alguna manera, Mauricio Macri impuso su criterio de no permitir que cunda el precedente de Villa Soldati.
Hasta el final de la reunión, el gobierno nacional insistió en negociar la concesión de viviendas a los ocupantes. El problema es que ningún Estado, ni el nacional ni el capitalino, está en condiciones de abastecer la enorme demanda de viviendas que existe en la Argentina.
La violencia
Influyeron otras cosas. En el fárrago de los últimos días pasó inadvertido, quizás, el nivel de violencia que alcanzó la protesta social. Salvo en los episodios de los días que tumbaron a Fernando de la Rúa, en diciembre de 2001, el resto del reclamo social que siguió durante la gran crisis, en el que se mezclaban piqueteros desocupados y ahorristas defraudados, no hubo armas de fuego ni el grado inhumano de agresión que alcanzaron las jornadas recientes. Barrabravas todoterreno, punteros vinculados a la política y hasta sicarios del narcotráfico parecieron coincidir en el uso de personas muy carenciadas.
En rigor, el conflicto rebasa la pobreza (que existe, sin duda) para recalar en el mundo de la marginación y la exclusión, donde existen reglas propias de vida al margen de las leyes, donde las armas son artefactos comunes y corrientes, donde hay una frontera porosa entre la legalidad y el delito y donde la violencia es doméstica, vecinal y social.
En ese océano de carencias es donde pescan el clientelismo político y los traficantes de drogas. Nadie ha hecho nada en los últimos años, más allá del mero asistencialismo, para resolver ese monumental conflicto social.
Cristina volvió a ser la misma Cristina de siempre. La culpa de todo, según dijo ella antes de la reunión de la noche, es de una inexplicada conspiración de Eduardo Duhalde y de Macri. También cuando asesinaron a Mariano Ferreyra el gobierno nacional culpó a Duhalde, hasta que el presunto asesino apareció fotografiado con el ministro de Economía, Amado Boudou.
Un kirchnerista razonable suspiró resignado cuando vio la nueva estrategia: "Este gobierno tiene un gen suicida", resumió luego. Lo más notable de la acusación contra el ex presidente es que el primero que la difundió fue el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien recordó que Duhalde había desestabilizado a De la Rúa en 2001.
¿Fue así? Si los hechos del pasado sucedieron de esa forma, entonces el propio Aníbal Fernández participó de aquel golpe de Estado. El actual jefe de Gabinete llegó al gobierno nacional como secretario general de la Presidencia de Duhalde; ése es uno de los cargos de mayor confianza del presidente. Pero Aníbal tiene pocos reparos para hacer cualquier cosa. Estaba rodeado de altos oficiales de la Gendarmería y la Prefectura cuando despotricó contra Duhalde y Macri; es decir, metió de lleno a las fuerzas de seguridad en la lucha política y partidaria.
Abstracción
Macri no debió aceptar nunca, en verdad, sentarse frente al gobierno nacional con los líderes de los ocupantes de Villa Soldati en igualdad de condiciones, como lo hizo durante el fin de semana. El gobierno federal se autoproclamó entonces garante de esa reunión y sentó a las dos partes, gobierno capitalino y líderes insurgentes, como si tuvieran la misma jerarquía. Era la mejor manera de abstraerse del conflicto.
Pero ¿acaso las fuerzas de seguridad, las que tienen efectiva capacidad de operaciones, no están a las órdenes de los funcionarios de Cristina Kirchner? ¿El propio Macri no debió presionar para llegar antes a un acuerdo como el que se enhebró anoche? Sólo ayer, cuando ya la mancha del incendio se propagaba al conurbano, el gobierno nacional aceptó, primero con el brazo corto y la boca casi cerrada, una reunión con Macri y sus funcionarios. Ya no hubo dirigentes de ocupantes de terrenos.
El efecto contagio tampoco empezó en Villa Soldati. La prepotencia y los hechos consumados tienen un precedente con nombre y apellido: Hugo Moyano. El jefe de la CGT fue uno de los primeros en establecer que en tiempos kirchneristas se puede conseguir todo después de ejercer la presión y la violencia. Lo hizo con los supermercados, con empresas de construcción y con los comercios, entre muchos más, y lo sigue haciendo ahora con los diarios.
En la noche del lunes, demoró durante dos horas la salida de LA NACION y Clarín ; bloqueó sus talleres, que son vecinos, porque ambos diarios habían publicado durante el fin de semana investigaciones sobre los negocios familiares del líder cegetista. ¿Por qué los ocupantes de terrenos ajenos deberían ser más culpables que quien tiene semejante liderazgo social en el país?
En la tarde de ayer, varios intendentes del caliente conurbano estaban fatigados por el estrés y el insomnio; no durmieron en los últimos días esperando una mala novedad en sus propios territorios.
Algunos gobernadores del interior pobre del país decían pasar por el mismo trance. Fatigaban los teléfonos con funcionarios nacionales. Esperaban que un milagro provocara el cambio de un discurso en la cima obsesionado por la lucha ideológica. Algo parecido a un milagro comenzó a garabatearse con las primeras sombras de la noche.

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