El Gobierno reparte estilos en el manejo de la política y la economía. Métodos que hacen ruido democrático.
Cristina decidió “chavizar” la política y “morenizar” la economía. Eso obliga a debatir, una vez más, el contenido de palabras como “progresista” o “izquierda”. Reaparece multiplicada la vieja pulseada entre equidad y libertad. ¿No es posible encontrar un modelo inclusivo e igualitario que además no intente eliminar al que piensa distinto porque lo considera un enemigo de la patria? ¿El arco iris de ideas es una profundización de la democracia o una jactancia de los sectores medios con la panza llena? ¿Cuál postura tiene el ADN socialista, la disciplina vertical o la pluralidad que cuestiona? ¿De qué material está hecha la utopía ideológica? ¿Qué pesa más en la balanza? ¿Darle dignidad y sacar de prepo de la pobreza a miles de venezolanos como hizo Chávez o buscar la forma de hacer lo mismo sin sovietizar la formas y evitando la persecución del Estado, como hizo Lula o Michelle Bachelet?
¿Se siente de izquierda una persona que ovaciona a tiranos de la peor calaña, que encarnan los comportamientos más fascistas como Mahmoud Ahmadinejad o Alexander Lukashenko?
¿Es progre mirar para otro lado cuando en Irán o en Bielorrusia se fusilan homosexuales, se lapidan y mutilan mujeres o se torturan disidentes? Se podrían agregar a criminales de lesa humanidad de Siria como Bashar Al Assad o de Guinea Ecuatorial como Teodoro Obiang a los que Hugo Chávez caracterizaba como “hermanos revolucionarios”. Muchos en Argentina actúan como si repudiar a los Estados Unidos e Israel extendiera un certificado de líder emancipador. Aunque Chávez haya espantado el olor a azufre que tenía el diablo George Bush pero a su vez tenga al gobierno norteamericano como su principal socio económico, al que le vendió en diciembre pasado la friolera de 197 mil barriles de petróleo por día.
“Nunca fue de izquierda. Toda la izquierda está en su contra salvo el Partido Comunista”, dijo el ex candidato a presidente por el MAS (Movimiento al Socialismo), Teodoro Petkoff. El periodista y ex guerrillero definió de esa manera a Chávez. Pero podría haber dicho lo mismo de Néstor Kirchner.
Esa dificultad para medir estos tiempos con las categorías de los 70 lo llevó a decir que el chavismo “no es una dictadura pero tampoco una democracia”. Se podría agregar que no es un sistema socialista, pero tampoco sostuvo el capitalismo salvaje que los partidos tradicionales de Venezuela hicieron implosionar con tanta corrupción e injusticia social que fue la que parió el liderazgo de Chávez.
En nuestras pampas pasan cosas parecidas. ¿Quién iba a pensar que Claudio Lozano iba a coincidir con Julio De Vido? ¿O que Hermes Binner lo iba a hacer con la diputada Paula Bertol, del macrismo? Todo comenzó cuando les dije que les iba a hacer una pregunta con trampa, pero que el que avisa no es traidor: “¿A quién hubieran votado en Venezuela?”. El presidente del FAP dijo: “A Capriles”, y la dirigente del PRO, también. El cajero nacional y también de la embajada paralela y las relaciones carnales con Venezuela, Julio De Vido, dijo: “No me sorprende lo de Binner. Representa lo mismo que Capriles”. Lozano, integrante de la misma coalición de Binner, y que además viajó a Caracas para participar del homenaje, le salió al cruce y levantó la bandera de Chávez: “Me parece una expresión desafortunada. Detrás de Capriles está el viejo sistema político venezolano que jamás favoreció al pueblo”.
¿Quién es el verdadero progre? ¿ De Vido, Petkoff, Binner o Lozano? Es la confirmación de que lo que deben refundarse son los instrumentos para analizar lo que pasa. Caído a pedazos el muro de Berlín, con China convertida en potencia capitalista-socialista, con Cuba exportando tristeza y dinosaurios conceptuales, con el excesivo lugar que dieron al mercado las socialdemocracias europeas y su consiguiente fracaso, hay mucho que repensar. Hay confusión en el mundo y en la Argentina. ¿Cómo caracterizar la metodología violenta y extorsiva para cometer delitos como la malversación de las estadísticas públicas de Guillermo Moreno? ¿Entraría en el equipo de Chávez o en el de la derecha pejotista en la que se formó? ¿Las patotas armadas con las que intervino el INDEC, tal como denunció Horacio Verbitsky, son brigadas rojas o camisas negras? ¿Embalsamar a Chávez o en el futuro a Moreno, igual que a un terrorista de Estado como Kim Il Sung, es un tributo al hombre nuevo del marxismo? Ni realismo socialista ni realismo mágico. La única verdad es la realidad.
No puede ser progresista quien ni siquiera cumple con los mínimos requisitos democráticos. Alguien que amenaza, extorsiona, prohíbe y lo hace solo con el poder que le delega Cristina, y sin ninguna ley ni papel a la vista, rompe las reglas de funcionamiento de cualquier sociedad civilizada. Los autoritarismos no son de izquierda ni de derecha. Son despreciables y mesiánicos. Enemigos de la democracia popular y la construcción colectiva. Son militantes de la odiosa idea de que hay que cooptar o boicotear, o que todo se puede comprar con corrupción o espiar con metodología dictatorial desde gendarmería. De los que dicen como reyes “exprópiese” o de los que no sienten ni la obligación de presentar balances en Aerolíneas Argentinas pero levantan el dedito dando clases de moral a medio mundo.
Es una mentira histórica que no se puedan quebrar los privilegios, igualar posibilidades y repartir el poder sin apelar a la mano dura o a pisotear la legalidad. O a reemplazar las viejas oligarquías por las propias, como la boliburguesía o los amigopolios K. Lagos-Bachelet; Lula-Dilma y Tabaré Vázquez-Mujica demuestran que es posible. Muchos de sus indicadores sociales son superiores a los de Argentina y Venezuela, que comparten el podio de la mayor inflación mundial. No son traidores ni tibios. Construyen poder popular y democrático y consolidan grandes avances para los más necesitados, pero lo hacen con la legalidad y la profundidad necesarias para que no se pueda volver atrás. No fomentan jurásicos cultos a la personalidad ni venganzas ni fracturan las sociedades. No van por todo porque saben que después todo eso quedará en la nada. Van por más justicia social y más libertad. Dan el ejemplo. Y valoran todas las voces. Como dijo Dilma Rousseff: “Prefiero el ruido de los medios críticos que el silencio de las dictaduras”. Es lo que diferencia a una estadista de un autócrata de impronta totalitaria con ínfulas de prócer eterno. Así en Venezuela como en Argentina.
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