Quienes hemos tenido el privilegio de mantener conversaciones profundas con monseñor Jorge Bergoglio podemos confiar en que su elección ha sido muy acertada. El mundo, América latina y la Iglesia caminan por un corredor lleno de peligros. Hacen falta líderes que reúnan virtudes distintas a las que cautivan demagógicamente a las masas. En lugar de los gritos, el diálogo; en lugar de la fuerza, la caricia; en lugar de la confrontación, el acercamiento; en lugar del fanatismo, la racionalidad.
Jorge Bergoglio ha lucido estas cualidades durante su larga y rica carrera. Demostró ser valiente sin agredir, ser perseverante sin encapricharse. Su formación jesuítica y su mentalidad abierta lo han convertido en uno de los hombres más cultos y previsibles de la jerarquía católica argentina.
No ha dudado en manifestarse con claridad sobre temas escabrosos. Sin caer en ofensas estériles, ha lanzado flechas contra quienes abusan de sus conciudadanos. Su palabra oral, gestual y escrita revela una sólida coherencia. Es lo mejor para estos tiempos cargados de confusión y de mentiras.
Este momento me recuerda la elección de Juan XXIII, a quien he tenido el honor de conocer personalmente. No parecía tener la elegancia, majestuosidad ni dureza de su predecesor, Pío XII. Pero algunos valoraron los antecedentes que pocos conocían, como por ejemplo su riesgoso enfrentamiento con los nazis mientras era nuncio en Turquía.
Su bonhomía no anticipaba la revolución que iba a emprender, llamada Concilio Vaticano II. Durante su breve reinado dio un impulso formidable a la Iglesia.
Jorge Bergoglio asume con el nombre de Francisco. Supongo que en su corazón vibra la asociación con Francisco de Asís, un hombre de apariencia y actitudes mansas pero de carácter imbatible. Un hombre que conocía la pobreza y rechazaba los honores. Que se atrevía a enfrentar adversidades.
En la actualidad, a un papa lo acechan problemas múltiples, todos difíciles. No dispone de tiempo para dedicarse de uno a la vez. Requerirá esfuerzo y serenidad. Convicciones firmes. En la Iglesia se han multiplicado los actos de corrupción. Pero la vida intachable que luce este flamante papa nos hace intuir que será metódico en derrumbar los desvíos.
Tienen una virulencia corrosiva los problemas económicos, políticos y morales. Serán enfocados con singular atención por alguien que no cesa en denunciarlos. Conoce muy bien de qué se trata, porque lo ha dejado entrever en sus serenos y, al mismo tiempo, vigorosos señalamientos. Es posible que produzca golpes inesperados. En gran parte del mundo sigue prevaleciendo la pobreza, que es usada por líderes inescrupulosos para ganar poder.
La pobreza puede ser disminuida, como lo están demostrando varios países. Pero puede aumentar o mantenerse estable, como lo demuestran otros países. Basta echarle una mirada a nuestro continente para advertir que algunos de nuestros hermanos están consiguiendo disminuirla, mientras otros sólo la usan, anestesiando a los pobres con limosnas que se convierten en votos. Bergoglio lo ha denunciado en varias oportunidades. Sabe muy bien, por su experiencia argentina y latinoamericana, que la pobreza aumenta con los autoritarismos. No es casual que muchos políticos corruptos hayan esquivado sistemáticamente sus sabios sermones.
Francisco es también, ahora, un jefe de Estado. En consecuencia, su labor se extiende al campo de la política internacional. Un papel extraordinario jugó Juan Pablo II al contribuir en la caída del totalitarismo soviético. También fue maravillosa su obra destinada a consolidar los ideales del pluralismo. No resulta difícil observar que las cualidades de Juan XXIII y Juan Pablo II están presentes en el temperamento y la biografía de Jorge Bergoglio.
FUENTE: LA NACIÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario