domingo, 10 de marzo de 2013

Cadena de respeto. Por Enrique Pinti



Los alimentos pierden su valor nutritivo y a veces hasta se vuelven tóxicos cuando se corta la cadena del frío que garantiza su sanidad. De la misma manera, las relaciones humanas, a cualquier nivel, se vuelven salvajes y violentas cuando se corta la cadena del respeto. El respeto es una palabra de amplio espectro significativo: no puede definirse en forma tajante con expresiones como "esto es blanco y esto otro es negro", ni mucho menos como un concepto rígido y sin matices. Es claro que, quien más quien menos, sabemos qué es el respeto o por lo menos tenemos una idea de su opuesto (o sea, la falta de él). Hay cosas elementales que no podemos ignorar. La vida ajena, las personas físicas, los que están en inferioridad de condiciones como enfermos, minusválidos u ostentosamente débiles, deben ser respetados en su integridad y no deben ser objeto de ningún tipo de discriminación u opinión peyorativa acerca de sus carencias. Los animales merecen respeto y no tienen que ser abusados, maltratados y sometidos a ningún tipo de tormento. Los niños no pueden ser manoseados, azotados ni acorralados por ningún mayor hombre o mujer, padre, madre o tutor. Los trabajadores asalariados no pueden ser tratados como esclavos ni acosados sexualmente por sus patrones, sean unos y otros hombres o mujeres. El que no piensa igual que una mayoría debe tener derecho a ser respetado en su diferencia, siempre y cuando su ideología no implique la destrucción física de sus oponentes. Por eso fenómenos como el nazismo y otros totalitarismos que pretenden supremacías de razas y religiones como única posibilidad y decretan el exterminio y/o genocidio de razas consideradas inferiores no merecen el respeto de nadie que entienda ese vocablo en su verdadera significación.
Los maestros pueden ser queridos u odiados por sus alumnos, pero siempre deben ser respetados por su investidura y misión educativa. A su vez, los maestros deben respetar a sus educandos dando el ejemplo con imparcialidad en el trato más allá del rendimiento escolar y de las simpatías personales, que deben dejarse de lado a la hora de la evaluación. Respetar las leyes aun no estando totalmente de acuerdo con ellas debe ser un precepto a seguir, como también lo será luchar contra los abusos de esas mismas leyes y exigir modificaciones que mitiguen los efectos negativos de sus excesivos rigores.
Toda esta cadena, que va desde el respeto a la naturaleza hasta el respeto a las personas con las que convivimos, está siendo permanentemente quebrada, lesionada, interrumpida y agredida. El individualismo exagerado, el sálvese quien pueda a niveles vergonzosos, la intolerancia y soberbia de los poderosos y el abuso de grupos que se refugian en una aparente debilidad para extorsionar a los otros son algunos de los motivos de la decadencia del concepto respeto. Pero lo que más daño genera es el deterioro educativo, junto a la desidia, la indiferencia y la manipulación mediática que banaliza y desvirtúa causas nobles con sensacionalismos baratos y valoraciones superficiales.
Evidentemente, la ley del revólver que reina en muchas sociedades no hace sino echar querosén sobre el fuego. Y la excesiva permisividad rayana en la irresponsabilidad social tampoco contribuye a fomentar el respeto propio y el que se le debe al prójimo.
Como siempre, es la sensatez la que está en peligro. El equilibrio es lo que se pierde, la armonía es lo que se quebranta a diario. Y allí surge la violencia de todo tipo: la física, la psicológica o la que se disimula bajo la máscara de la búsqueda del orden social, ignorando desigualdades y contradicciones que muchas sociedades son remisas a corregir desde la raíz.
Marginación, pobreza, injusticias y corrupciones de todo tipo son las primeras y profundas faltas de respeto. A partir de ahí las que siguen son nada más y nada menos que consecuencias terribles que, tomadas en sus comienzos, podrían moderarse.
FUENTE: LA NACION

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