Un tiempo atrás miembros del Gobierno sostenían que ahora el populismo era sostenible porque podía financiarse. Claramente ese financiamiento estaba pensado en el ingreso de dólares comerciales, a diferencia del pasado en que el populismo se financiaba con emisión monetaria y deuda en moneda extranjera. Cuando el mercado dejaba de prestarnos se producía la crisis porque se acababa el financiamiento. En el pensamiento del "nuevo" populismo, la soja podría financiar todo el populismo que quisieran.
Es evidente que el objetivo político del kirchnerismo es la acumulación de poder casi absoluto. Ese poder lo fue construyendo, entre otros mecanismos, inflando artificialmente el consumo y gracias al viento de cola que vino del exterior. Justamente pocos días atrás la presidenta Cristina Kirchnersostuvo que este modelo no era fruto del viento de cola ni del Quini 6, sino pura virtud de la política implementada. A la luz del pánico en que ha entrado el BCRA frente a la corrida cambiaria y el viento de frente que trae la economía externa, tal vez Cristina Fernández debería rever su tesis y reconocer la suerte que han tenido en 8 años de gobierno en que se ganaron varios Quini 6 e irresponsablemente los dilapidaron.
El dilema que se le presenta de ahora en más al gobierno no es el resultado del 23 de octubre, sino qué hará si ganan las elecciones, porque heredarán todos los problemas económicos que ellos mismos generaron, pero en un contexto internacional que ha cambiado notablemente. Me parece que en el futuro escasearán los Quini 6.
Es evidente que el objetivo político del kirchnerismo es la acumulación de poder casi absoluto.
¿Cuál es el dilema? Cómo sostener el consumo artificialmente alto, y por lo tanto el poder político basado en el consumo artificial, en condiciones adversas tanto internas como externas, porque la tesis de que el populismo ahora es financiable, en palabras de sus funcionarios, deja de tener vigencia con Brasil devaluando fuerte su moneda, el mundo no creciendo o, incluso, tal vez entrando en recesión y la soja bajando. En otros términos, deberían aceptar que el famoso modelo se sostuvo más gracias al Quini 6 que a la política económica implementada o, si se prefiere, a pesar de los gruesos errores de política económica, el consumo se mantuvo alto gracias al Quini 6. El tema es si no vuelven a ganarse el Quini 6. ¿Quién le dirá a la gente que el auge de consumo fue un chiste por un tiempo?
Un dato a tener para ilustrar. En 2006, cuando se implementaron los subsidios para sostener artificialmente bajas las tarifas de energía y transporte público, lo que se recaudaba por derechos de exportación alcanzaba para financiar ese subsidio y sobraba plata para aumentar el gasto público. En el primer semestre de este año los ingresos por exportación solo cubrieron el 77% de los subsidios, y eso que ahora se exporta más soja y a precios mayores. Sin otro Quini 6 no va a ser tan fácil sostener las artificiales tarifas de servicios públicos ni aumentar el gasto al ritmo que lo vienen haciendo. Solo confiscando activos líquidos (flujos o stocks) podrían prolongar este proceso, pero con menor intensidad.
Pero veamos si el sector externo les permite financiar el populismo. El tipo de cambio real ha caído notablemente desde la devaluación del 2002 y actualmente está en niveles cercanos a los del 1 a 1. Es más, hoy los productores de soja tienen un tipo de cambio real más bajo que en el 1 a 1 y solo los ha salvado el precio internacional. Si la soja sigue bajando porque la crisis internacional se agudiza, los fondos de inversión continuarán vendiendo commodites, incluida la soja y, posiblemente, el precio se aleje de los U$S 500 la tonelada.
Por el lado del comercio exterior, el aumento de las importaciones, a pesar de las restricciones impuestas, se debe a un dólar que es cada vez más barato por aumento de los precios internos en pesos frente a un dólar planchado y a las crecientes importaciones de combustibles para cubrir la falta de oferta interna por la espantosa política aplicada en este rubro.
Por su parte, las exportaciones industriales se topan con costos en dólares crecientes y un mercado internacional que no acepta incrementos de precios en dólares. Los productores locales tienen el piso en costos que les suben constantemente y el techo que lo tienen fijo. Es decir, les aplastan la rentabilidad. A esto hay que sumarle la devaluación del real en Brasil que, obviamente, algo impactará en los flujos comerciales. ¿Podrán seguir aumentando salarios por encima de la inflación y de la productividad sin afectar más la tasa de desocupación? Y si no pueden, se acaba la compra del televisor.
El resultado de lo anterior es una caída del saldo de balance comercial frente a una fuga de capitales que lo supera ampliamente. Si le agregamos los vencimientos de deuda pública en dólares, el escenario es más de faltante de divisas que sobrante, como ocurría unos años atrás. En rigor en todo el período del kirchnerismo hubo fuga de capitales salvo un par de trimestres. El problema es que ahora los famosos dólares comerciales no alcanzan para financiar la fuga de capitales que genera el populismo. Más precisamente, si el saldo comercial cae porque las exportaciones no suben tanto y las importaciones suben más rápido que aquellas y encima tenemos promesas de profundización del modelo, léase más populismo, la tendencia de mediano plazo será faltante de dólares. Como el mercado se anticipa, las presiones cambiarias están a la vista.
Frente a este escenario el Gobierno tiene básicamente dos opciones. La primera, girar 180 grados en su política económica y, sobre todo, en su respeto por los derechos de propiedad para atraer inversiones y ganar competitividad sin devaluar. Francamente no veo este escenario. La segunda opción es meter más regulaciones y controles de todo tipo para evitar que el tipo de cambio suba y condimentarla con alguna nueva confiscación.
Como el Gobierno se ha ganado la fama de confiscador y arbitrario en las reglas de juego, es lógico que la gente compre dólares ahora antes que le pongan más trabas y sea más costoso desprenderse de los pesos que se derriten como una barra de hielo por efecto de la inflación.
Como el Gobierno se ha ganado la fama de confiscador, es lógico que la gente compre dólares ahora antes que le pongan más trabas
Por eso la jugada del Central de dejar de vender dólares de las reservas y empezar a vender a futuro a precios regalados va a terminar incentivando más la compra de divisas. Si hoy tengo desconfianza en el futuro de la política económica y encima me regalan el dólar a precio de remate, mejor compro ahora antes que se acabe el precio de liquidación. Tal vez el efecto se vea con más intensidad más adelante cuando den vuelta su posición todos los que hoy compran dólares a futuro a precios regalados por el Central. Es solo una estrategia para postergar la corrida contra el peso para luego de las elecciones.
Más que seguir haciendo piruetas cambiarias y financieras, de las que vimos muchas en la Argentina y terminaron muy mal, el Gobierno debería preguntarse por qué la gente compra dólares y no quiere los pesos. Por qué fugan capitales en vez de dejarlos en el circuito económico. Las respuesta sería desilusionante: Cristina Kirchner obtuvo el apoyo del 36% del padrón electoral en las primarias del 14 de agosto pero el otro 64% que toma decisiones económicas, aunque no todos vayan a votar, no confía en su política económica. Y, hasta me animaría a decir que tal vez parte del 36% del padrón que la votó también compra dólares.
Si aceptaran esta realidad y vieran lo que pasa en el mundo, se darían cuenta que es altamente probable que la afirmación de que ahora el populismo es financiable gracias a los dólares comerciales sea solo una expresión fruto de la borrachera de festejar tantos Quini 6.
Fuente: La Nación
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