La pandilla de perros se reunía cada día por la tarde al
costado del camino. Ellos tenían un rito, correr tras cada coche para ver
quienes le ganaban, mientras ladraban animando al resto.
Scarpino, que iba al frente junto a un auto muy grandote,
les gritaba ladrando: _¡Mira como les gano, este auto es muy fuerte y yo aún
más que él!
Su hermanito mellizo, Trémulo, que lo seguía a todas partes,
pero con menos coraje, corriendo una motoneta ladraba: - ¡A este le gano yo!
Scarpino frenaba de golpe, su hermano lo avergonzaba con el
resto de la pandilla. Cuando se acercaba enojado, Trémulo se tiraba al suelo
poniéndose patas arriba y llorando le decía a su hermano, que los autos le
daban miedo y no quería seguirlos.
Scarpino ya estaba acostumbrado a la cobardía de su hermano,
que prefería tironear trapos con la perra de enfrente, antes que correr autos,
como los machos del barrio.
Los de la pandilla se sentían “tuercas”, los motores y las
gomas eran lo suyo. Pero Trémulo prefería la alegría de los trapos y su simpática
amiga Mancha, con la que jugaba a diario.
Un día hubo un accidente, la rueda de un auto pasó sobre la
pata delantera de Scarpino. Todos los amigos frenaron la carrera y se volvieron
a él, que permanecía llorando a un costado del camino.
Trémulo y su amiga
Mancha llegaron corriendo, entre ambos se turnaban para lamer la pata lastimada
de Scarpino. Trémulo puso un trapo, enroscándolo en la pata de su hermano,
mientras Mancha tiraba de un lado, Trémulo tiraba del otro, así lograron vendar
la patita de Scarpino, que los lamió agradecido.
Scarpino corrió menos autos ese verano y aprendió que
Trémulo podía ser muy valiente también, pero en cosas diferentes.
Fin
Gracieladas 4/7/15
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